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el muro / OPINIÓN

Realidad paralela

28/02/2021 - 

Como muchísimos de nosotros, hace tiempo que dejé de creer en la clase política. Tolero, hasta donde puedo, que jueguen con mis impuestos. Forma parte del sistema que me doté en su día, pero ya no confío en sus arbitrariedades, ni decisiones. Muy al contrario. Vengan del color que vengan. Han conseguido con el tiempo que muchos de nosotros nos hayamos convertido en ermitaños de creencias. Eso nos permite también ser libres, absolutamente libres, para creer en aquello que consideramos noble. Esa libertad garantiza la absoluta independencia. 

Esta clase política nos ha saqueado y mentido. Aún andan de tribunal en tribunal. Y no paran. Actúan sin demasiados escrúpulos. Sólo parecen creer en el amiguismo, la colocación y en muchas ocasiones la arbitrariedad, salvo ligeras excepciones. Llegan al cargo con buenas intenciones, por lo que damos cierto margen de confianza inicial, pero el sistema acaba desnudando su realidad. Así que creo que la sociedad vive en una realidad paralela a la de la clase política. Sólo hay que escucharlos. Hablamos lenguajes diferentes. Ellos, con altavoces financiados y cortes de voz escogidos a través de gabinetes que también financiamos. Nosotros, a oscuras. Están a su pacto y reparto.

Eso es lo que me ha sucedido estos días que he por circunstancias pasajeras he permanecido en casa leyendo, obnubilado por las cadenas de televisión generalistas. No formo parte del 1% de À Punt. Eso es de nota, o de análisis sociológico. 

Son muchos los que repiten el mantra de la supuesta “verdad” sin analizar la realidad o queriéndola ocultar. Es el mismo rollo de las dos Españas. Han logrado hasta que muchos estemos tomando conciencia de ir abandonando las redes sociales. Se han convertido también en una dictadura ideológica de falsa verdad aplicada o escondida en el clientelismo que se cuela en nuestros terminales disfrazado. Y si no estás a lo que hay que estar, machacan. Ahora la moda está en pagar con dinero público campañas de supuestos logros políticos para intentar colocarnos más falsas verdades. O a través de cualquier perfil que nos bombardea con imágenes y supuestos logros pero que no dejan de ser simples mensajes de autocomplacencia.

Decía lo de la televisión porque después de recorrer la ciudad como paseante y comprobar nuestra realidad y la de las miles de familias que viven agobiadas por su auténtica verdad de desesperación, no escucho a nuestra clase política acercarse realmente a los problemas cotidianos. Eso sí, dejar de contratar afines no lo hacen ni en tiempos de pandemia en los que las administraciones no paran de engordar instituciones con nombramientos innecesarios, algo que triplica las plantillas públicas cuando parte de nuestra sociedad se muere de hambre y ha de acudir a los comedores sociales para poder salir al paso o simplemente pasar el día a día. Sólo hay que ver el ritmo de vida de estos progres/no progres de boquilla y sus privilegios.

Escuché con cierta atención el último debate en nuestro Congreso de los Diputados. No era nada parecido a lo que se vive en nuestra sociedad, ni a nuestra realidad económica o sanitaria. Mientras unos iban a piñón fijo en sus creencias, acusaciones, intereses de partido y falso teatro, las noticias y los magacines intercalaban opiniones de aquellos a los que la crisis en la que estamos metidos, describían su auténtica realidad. Y hay que admitir que los discursos de unos y otros no se parecían en nada. Ni tampoco se parecían en nada las conclusiones que después escuchaba de contertulios escogidos ideológicamente o de los espacios informativos puros y duros y ciertas radios que ya sólo blanquean. Eran realidades divergentes. Dos mundos. Unos nos hablan de vacunaciones, cuando no hay vacunas, y otros de vacaciones cuando los hoteles están abocados a una muerte lenta, pero segura. Eso de la normalidad es un eufemismo, márquetin. Pero mi calle está a estas horas vacía de niños, ancianos y negocios que han ido cerrando en silencio. 

En mi barrio, por ejemplo, los pocos negocios de proximidad que quedaban están cayendo como chinches ahogados por los impuestos, los salarios mínimos y las exigencias políticas. Pero los enchufes continúan creciendo sin saber cuál será la aportación de tantos organismos públicos inservibles que no dejan de crecer.

Hace unos meses leí relatos y retratos de lo que fue la crisis de la gripe de comienzos del siglo XX. Sé que los historiadores necesitan tiempo para analizar lo que nos pasó y la imagen que dimos o estamos dando, tanto aquí, en nuestro micro mundo, como en la aldea global. 

Por desgracia y leyes de vida, jamás sabremos cómo tratará la Historia nuestra actual realidad y la imagen que dejará de nosotros no sólo está pandemia sino la forma en la que se ha negociado o actuado.

Recorrer la ciudad en la actualidad, el centro de nuestras ciudades o los barrios periféricos aporta una sensación de absoluto abandono, escenarios de ficción jamás imaginados. “Es el progreso, idiota”, decían cuando las franquicias iban conquistando los centros urbanos y los negocios históricos y familiares que hace un par de años nos aseguraban iban a conservar y por los que se iba a invertir en su supervivencia. Ha sido otra mentira. Visitar un mercado municipal entre semana es como viajar al aburrimiento comercial y la desesperación autónoma. No queda vida.

Mientras tanto, ellos sólo hablaban en las conexiones televisivas, de intereses de partido. De lo suyo, de una realidad paralela que espero el  tiempo ponga en su sitio o, al menos, lo deje retratado para vergüenza de nuestros herederos, si es que algo queda.

 “Nosotros, los políticos…” insistía un orador desde la tribuna rodeado de ujieres que limpiaban el atril. ¡Menuda farsa! Eso sí es un auténtico descrédito de la realidad. Sólo hay que escuchar bares, cines, pequeños negocios, autónomos…a todos ellos y su discurso optimista pero aterrador y absolutamente alejado de la verdad: la gran burbuja de la manipulación. Lo que ellos también llaman “nueva normalidad”. Luego se fueron todos rodeados de sus respectivas cortes en coches oficiales. Tocaba comida y siesta. Eso sí, la culpa seguirá siendo siempre nuestra. Ya se sabe, toda  la culpa es a causa de nuestra irresponsabilidad. 

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