VALÈNCIA. En 1986, el fabricante de juguetes Gi. Joe se dejó de historias y creó a los Dreadnoks. Un grupo de mercenarios que no iba ni con los buenos ni con los malos, eran una panda de macarras y, como rezaba la información oficial, estaban "especializados en la violencia y la destrucción". Lo más molón que sacaron seguramente fuese al personaje Thrahser, llamado Zurro en España en otra espectacular traducción de nuestro pueblo, y su vehículo La Máquina del Trueno.
Claramente, el cómic del que provenían los Gi Joe de los 80 se contagió de la fiebre por lo postapocalíptico de los 80, con el mito de Mad Max a la cabeza. De hecho, en una viñeta aparecía la carcasa de la cinta de la película en un rincón. Ese coche maravilloso, las mismas piezas, en los 90 se renombró como Beast Blaster y se vendía con los muñecos de Blanka y Chun Li de Street Fighter II. El espíritu nihilista de esos personajes, propios de la citada obra de George Miller, así como de 1997: Rescate en Nueva York o los Warriors, si tuvo un referente en España fue el cómic Rebelde de Pepe Moreno Casares.
Publicado originalmente en Francia y en Zona 84 en España en 1985, la acción transcurría en el Nueva York del año 2002. La ciudad se presentaba de la siguiente manera: "Brooklyn, zona selvática de Nueva York, o de lo que antes era Nueva York. Ahora es un caos. Aquí no vive nadie, al menos nadie a quien quisieras conocer. Parias y marginados... rebeldes. Las calles son un campo de batalla. Da un solo paso fuera de tu terreno y te verás en serios apuros. Y además, está la policía sanitaria". Una fecha al azar del siglo XXI y estas frases eran música celestial, luego solo hacían falta fuscos.
En estas viñetas los había. Podría estudiarse si la psicología popular tenía algún tipo de neurosis con los símbolos fálicos, pero todo género de acción para niños y adolescentes venía empaquetado con la imagen de alguien con un arma descomunal. El protagonista de esta violenta historia, homónimo, esto es, Rebelde, también tenía una.
Si había algo más con lo que fliparse eran los vehículos. Este cómic se iniciaba con una persecución a muerte con coches blindados chapuceramente y tuneados con armas, cañones y ametralladoras. El éxtasis con esos escenarios lo alcanzamos con el videojuego Deathtrack de Dynamix y Activision en 1989. Entretanto, si algo ofrecía el dibujante era que, en ese ir y venir de vehículos, no se le ocurrió otra cosa que hacer que Rebelde condujera la furgoneta del Equipo A con la bandera confederada pegada en un lateral y en la matrícula. Hasta se molestó en dibujar en una viñeta todos sus complementos al detalle señalando el nombre de cada uno con una flecha.
Todo lo demás eran tiros, persecuciones y explosiones apoteósicas sobre el famoso puente de la ciudad. Aunque el símbolo neoyorquino que en la actualidad más salta a la vista es el World Trade Center. En el cómic de Pepe Moreno, una de las torres gemelas era "el edificio de los skinheads, la fortaleza". Había algo de premonición en estas escenas. Los malos solo ocupaban una torre porque la otra estaba arrancada de cuajo por la mitad. En el tramo final de la historia, la que queda en pie también es demolida y se va a abajo.
Entre genuinos cabezas rapadas con la piel blanca nuclear, había un general con abrigo de cuerpo, parche en el ojo y estética de las SS que ejercía de comisario del humeante y ruinoso lugar. Su policía sanitaria atrapaba a todos los espíritus libres, como los protagonistas, y los enviaba a casinos donde lucharían entre ellos hasta la muerte mientras la gente apostaba. Chúpate esa Alberto Garzón, camarada ministro de Consumo .
Como un arquetipo del género de acción de todos los tiempos y de los ochenta en particular, la forma de atraer al héroe para acabar con él era secuestrar a su novia. En este caso, el punto original era que la crucificaban los pseudonazis del futuro o policía sanitaria, como así se llamaban.
El nombre de Pepe Moreno era en realidad Saturnino. Natural de Valencia, 1954, hizo la mili en el Norte de África y comenzó su carrera profesional en el mundo de la publicidad sin haber terminado sus estudios. En España publicó para la revista valenciana de terror S.O.S y para Pumby y Pulgarcito. También entregó algunas viñetas en la revista STAR.
Pinchadiscos, fan de los Sex Pistols, en noviembre de 1977 dio el salto a Estados Unidos. Encontró trabajo en Warren y DC, aunque abandonó esta última cuando le encargaron dibujar a Superman. Pasó por Eriee, Vampirella y Creepy. En esta última, dibujó la historia Ratas con guión de Bob Toomey, unas estimulantes páginas sobre un vagabundo alcohólico que comete asesinatos con ayuda de sus amigos los roedores.
Allí hizo el fanzine Nart, que por lo visto hoy solo se puede encontrar en museos y entre sus colaboradores firma Jello Biafra, cantante de Dead Kennedys, y Ruby Ray, la fotógrafa del punk neoyorquino. Eso explica el título de Rebel de la obra que nos traemos hoy entre manos y las banderas confederadas y su estética rocker en las fotos del autor de esa época. Tuvo que darle fuerte a esa tribu urbana, en un artículo autobiográfico que escribió para Zona 84 confesaba que uno de sus vicios en Estados Unidos era coleccionar coches antiguos, de los 50 y 60. Su despacho, por cierto, era el paradigma de lo hipster, tenía un estudio de 750 metros cuadrados en una fábrica abandonada.
También pasó por Marvel y Heavy Metal hasta 1990, en que firmó su último trabajo, Batman Digital Justice -publicada en España en su día por Ediciones Zinco a 1.950 peseteas de nada-, una obra pionera, pues estaba realizada íntegramente con ordenador. Curiosamente, tiene mucho más encanto que las obras que hoy se hacen también integramente con ordenadores de mucha más calidad. Siguiendo una trayectoria coherente, a continuación se pasó a la industria del videojuego.
Rebelde fue reeditada en 2009 con ordenadores más modernos, pero estaba lejos de tener el impacto que tuvo en los 80. Aunque fuese un compendio de clichés y la relectura hoy no sea lo mismo que entonces ni por casualidad, había algo especial en ella: el color. Sus tonos brillantes y puros empujaban a la lectura y a devorar cada página por la inusual y extraña belleza que lograba imprimir con esa paleta.