Cinema Jove estrena Pérez Arroyo, alma de animador, documental que recuerda la trayectoria del creador de Quinito
VALÈNCIA. En este año tan extraño no son pocos los que han tirado de nostalgia cultural para sobrellevar un presente poco esperanzador, una necesaria mirada al pasado que también pasa por reconstruir aquellas historias que poco a poco han ido quedando en los márgenes del relato principal. En este contexto, el festival Cinema Jove, que celebra este año una edición ‘exprés’ a causa de la crisis sanitaria, estrena el documental Pérez Arroyo, alma de animador, que busca reconstruir la historia de Joaquín Pérez Arroyo, pionero de la animación valenciana. El documental, que se podrá ver el próximo 9 de diciembre en el Teatre Principal, acompaña a Mar, biznieta del creador, en un viaje para reencontrarse con la historia de su antepasado, una aventura que tiene que ver con la andadura de Pérez Arroyo pero, también, con la reconstrucción de la historia local de la industria audiovisual... y juguetera.
“Es pionero en una industria que en aquel momento no existe. De la nada monta una empresa de dibujos animados. Además, siendo una persona sin formación previa, autodidacta, está 20 años dedicándose a este tema”, explica Carles Palau, codirector del documental junto al investigador y profesor del Departamento de Comunicación Audiovisual, Documentación e Historia del Arte de la Universitat Politècnica de València (UPV), Raúl González Monaj. Aunque el guatemalteco Carlos Rigalt habría abierto camino en València, fue el cordobés de nacimiento Pérez Arroyo quien, tras pasar a formar parte de Cifesa, desarrolló un trabajo que hoy queda como esa semilla de la animación ‘made in València’. Una carrera, eso sí, que se dividió en dos etapas: por una parte, la creación de cortos de animación, que se proyectaban en los cines antes de la película y, por otra -y no menos importante- su aventura en la industria juguetera.
Si bien, reconoce el investigador, la producción de cortometrajes de Pérez Arroyo no fue trascendente en comparación con la gran red de creación catalana, sí lo fue su incursión en la industria juguetera, una transición que llevó a cabo después de que dejaran de llegar las ayudas del régimen franquista a la producción audiovisual y que le llevó a volcar sus intereses sobre el cine para niños en juguetes. De la mano de firmas valencianas como Juguetes Payá e Industrias Saludes desarrolló numerosos proyectos vinculados a proyectores caseros para niños, trabajos que crearon un nuevo nicho frente al proyector de Pathé que triunfaba en Europa, más caro y que debían operar adultos. “Se le podría considerar el rey de la animación doméstica, el tatarabuelo del Cinexin. Aquí sus personajes fueron vistos por más niños que en el cine”, explica el investigador. “Aunque sus diseños dejan algo que desear -añade-, Pérez Arroyo crea ese espacio, crea los proyectores y además los nutre de películas propias”.
En esas cintas, precisamente, recupera algunos de sus personajes clásicos, como el pollo Rafael o Quinito, que se convirtió en la gran apuesta de Pérez Arroyo por generar un dibujo seriado. De él, destaca González Monaj, su transversalidad, "algo que ahora es muy habitual", pues Quinito formaba parte de los cortos, después de las producciones para proyector de juguete y, también, tebeos, un auténtico todoterreno. Sin embargo, a pesar de ser en cierta medida reconocible, lo cierto es que nunca llegó a alcanzar una gran popularidad, un personaje clave para explicar el origen de la animación valenciana pero que se diluye al enfrentarse a la dura competencia de la industria de Barcelona o Madrid. “Es valiente trabajar con personajes seriados humanos y no con animales humanizados, que era la tendencia. Quizá eso fue un error, se nos ha llegado a decir”, añade Carles Palau.
“Es equiparable a los primeros cortos de Disney”, expresa en un momento del documental el animador de stop-motion Pablo Llorens, durante el visionado de algunas piezas en el que también participan ilustradores como Paco Roca o Paco Giménez. Es precisamente la sombra del gigante Disney una de las claves de la leyenda de Pérez Arroyo pues, aunque el documental no lo recoge, cuentan sus familiares que la compañía del ratón les habría tendido la mano para que fueran a trabajar a los estudios de Burbank, oferta que ellos habrían declinado. De haber sucedido habría sido todo un hito, pues no fue hasta la década de los 90 que Disney contó entre sus filas con creadores españoles, en este caso Oskar Urretabizkaia y Sergio Pablos. Sin embargo, la investigación ha concluido que en esta oferta hay más de sueño que de realidad. “La leyenda familiar contaba que uno de sus hijos recibió una carta de Walt Disney invitándoles a trabajar. Cuando vimos esa carta descubrimos que el contenido no era ese. Fueron ellos los que se ofrecieron a colaborar con Disney. El vicepresidente, eso sí, les contestó muy amablemente y, de hecho, les dio consejos técnicos”, relata González.
De su producción, sin embargo, queda más bien poco, principalmente sus creaciones vinculadas a la industria juguetera. "Ahí es donde está el grueso de su trabajo, de hecho se han localizado más de cien películas", recalca Carles Palau. De los cortos, no son pocos los que se han perdido, algunos de ellos recuperados por la Filmoteca, una historia que poco a poco va tomando forma. A pesar de todo. “Es una lacra del cine valenciano, español y europeo. Tiene mucho que ver con la base física con la que se grababa en ese momento, las películas de nitrato son muy inflamables. De hecho, en un momento del documental se dice que estamos intentado reconstruir la historia del cine con apenas un 5 o un 10 por ciento”, explica Palau. Ahora, en cualquier caso, es hora de recuperar a Quinito. A pesar de todo.