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Reflexiones para el Orgullo 2020, por Emilio Martí

  • Foto: EVA MÁÑEZ.
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VALÈNCIA. Hace unas semanas, antes de que el Covid nos atropellara, me preguntaron en un escenario si me sentía orgullosa de las películas que hago. Respondí sin tino: ¿cómo voy a estar orgullosa de películas sobre refugiados sin refugio, o sobre los CIEs españoles, mientras sigue habiendo refugiados sin refugio y CIEs en España? Luego, en casa, intentaba explicar a mi marido mi desatino en directo: “creo que no puedo estar orgullosa de mí misma, ¿no? Una está orgullosa de otras, ¿no? Queda feo estar orgullosa de una misma, ¿no?”. No es falsa modestia: es modestia real, es un ser humilde que angustia y da asco y que es un residuo de una educación basada en el calladita estás más mona, no te salgas de la norma. 

Sé lo que es sentir orgullo, y para mí está firmemente ligado a nuestro Pride: el Orgullo es, con Navidad (una Navidad pagana) mi día favorito del año, porque camino henchida de felicidad y gusto entre gente que sé fuerte, que veo bella, que admiro. Son personas que, habiendo atravesado la vida a través de zarzas, ha conseguido que sus colores y su sexo y sus pasiones sean respetados (y que no respetarlos sea visto como una falta contra los Derechos Humanos, o como una ordinariez). Es gente a la que nadie ha regalado nada, aunque algunos quieran apropiarse de los derechos que han peleado. 

Este año la bandera del arcoíris se ha llenado por imperativo moral de franjas marrones y negras,  que visibilizan a las personas racializadas: aunque el arcoíris es esencialmente diverso, añadir estos colores a nuestra bandera implica subrayar que hay diversidad en nuestra diversidad; que hay quienes lo pasan peor por su mero ser como son. Pero también subraya nuestra flexibilidad, en la cama y fuera de ella. Ni se nos van a caer los anillos, ni se nos va a caer la barra morada por meter otras por arriba, ni se nos va a caer ninguna letra de nuestro LGTBQi+ por incluir más realidades, sensaciones, autopercepciones, deseos. ¿Cómo no estar orgullosa de un movimiento y colectivo que se estira y se ensancha y y palpita y no se rompe ni fisura? 

Reflexionar sobre ese Orgullo que a veces damos por sentado (¡cuando queda tanto por afianzar, los derechos de tantas por ganar!) me sirvió para reflexionar sobre mi propio orgullo, y darle vueltas a si no me merezco una visión amable de mí misma, si no puedo darme una palmadita en la espalda de tanto en tanto: el Colectivo (qué palabra preciosa) es un espejo en el que me miro y salgo favorecida; viendo a estas personas cada junio, agradeciendo a quienes me antecedieron que con su lucha me facilitaran la vida, admirando a las jóvenes  llenas de gozo y compromiso, puedo verme reflejada y me siento Orgullosa de ellos y ellas y elles y ell@s y ellxs y de mí misma. Sí, y de las pelis que hago por extensión: porque sigo intentándolo, porque sigo levantándome del suelo, porque sigo persiguiendo la meta de que más gente viva mejor, que es lo que queremos todxs a este lado y al otro del arcoíris. 


Emilio Martí. Cineasta, terapeuta de arte y educador

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