“¿Hueles eso muchacho? ¿Lo hueles? ¡Son Churros! Nada en el mundo huele así. Me encanta el olor a fritanga por la mañana. Huele a victoria”. València: Apocalypse Now.
Lo “semana fallera”, ese eufemismo empleado por la Junta Central, comisiones de todos los barrios y colores y partidos políticos de todo el espectro ideológico posible, para designar ese periodo de tiempo que abarca desde el fin de la ola de frío siberiana, con los gélidos vientos del norte, hasta la llegada de la primavera con la aparición de los primeros rayos de sol que inundarán terrazas, áticos, parques y alamedas, está llegando a su punto álgido: los últimos diez días de Fallas. A partir de hoy los accesos estarán cortados para cualquier ser humano corriente, los decibelios aumentarán hasta límites insospechados y la ciudad será tomada por hordas de forros polares de colores vivos, moños y mocadors, flanqueados por cornetas y bombos como si del paso de Julio César por el Rubicón se tratara.
Cientos de miles de merodeadores han invadido la ciudad. En sus cabezas, aún retumban mensajes arcaicos enviados por dioses antiguos. Mensajes enviados desde atalayas a través de ondas sonoras y recogidas por sus pabellones auditivos. Mensajes que han sido decodificados en un idioma claramente reconocible por los infectados del medio levante español y que transcribimos aquí: “Falleres i fallers… vos anime a que dexei, dejei pasar el fred del verano, el fred de l’hivern i bosquem el caloré, el caloré faller, el caloret sin duda, el caloret de foc i la flama, el caloret faller”. Los caminantes tienen un destino y un objetivo. El destino, el centro. El objetivo, invadirlo.
Frente a semejante situación y en el escenario apocalíptico en el que nos encontramos, tenemos varias opciones y una misión: sobrevivir. Para ambas, contamos con la colaboración de algunas de las voces más recurrentes e interesantes del panorama gastro valenciano. Voces que nos ofrecerán su recomendación para refugiarnos de una invasión que sobrepasa ya a las fuerzas de seguridad militares y civiles. Aquí podremos leer algunos de los refugios sugeridos por ellos para cobijarnos ante el avance incontrolable de los blusones, que está a punto de provocar la caída de una civilización presa del pánico, dejando grupos aislados de sobrevivientes que luchamos por mantenernos con vida en una València que se ha vuelto inhabitable y destruida.
Nos cuenta Lidia Caro, que “son Fallas, no Chernobyl. No hay un sarcófago lo suficientemente grande para aislar la coentor. Este año cojo el Ebro to tieso hacia arriba, donde La Rioja y Navarra se juntan y entiendes que las marcas de conservas son topónimos (Lodosa, Tolosa y otros -osa). En la calle Laurel también hay caterva, pero gritan menos, nadie bebe mojitos y a las 12 de la noche no queda nadie en la calle”. Por contra, Marta Pamblanco, nuestra colaboradora más fallera, lo tiene claro: “a mí en Fallas no me busques fuera de mi falla... pero cuando quiero "desconectar", es decir, que no me pringuen para algo, un vermut en la terraza del Astrónomo o del Observatorio, que me pillan a una calle y son siempre un acierto”.
Vicent Marco, otro de nuestros habituales nos explica que: “si durante las fallas quiero un poco de tregua, me voy a almorzar al Cristóbal, en La Punta, allí el ambiente fallero queda lejos. Si el plan es comer con amigos, muy cerca, en el Martinot o en l’Alqueria del Pou podemos aislarnos entre calamares y arroces del turismo de ninot y churros. Y si el plan es deconexión total, huir de Valencia y almorzar en el Mercat de Xàbia, y a dormir al hotel de la Vall de Laguar donde además se come de maravilla”. Para el gastroblogero Encuinarte, “la solución fácil sería huir, pero no tenemos porque desprestigiar nuestras fiestas. Podemos vivirlas desde la barrera. Yo para eso intento refugiarme por la zona marítima, buscando esos primeros rayos del “caloret faller”. Un desayuno o una cerveza a media mañana en la terraza del Café Soret, un paseo hacia la playa y comer con vistas al mar. ¿Dónde? Carmela o Mimar, sólo puede ser uno u otro. A media tarde, me acercaría ahora sí que sí a mi refugio fallero, al Marino Jazz. ¿No querías aislarte del ambiente fallero? Pues sin darte cuenta, estarás en Nueva Orleans.”
Otro sospechoso habitual, Rice_valencia apunta: “la ciudad se convierte en un lugar áspero y de difícil acceso. Además, los animales sufren el impacto sonoro de los petardos y los vuelve muy vulnerables, por esos motivos solemos trasladarnos a Jávea siempre que nuestras obligaciones nos lo permitan. En el caso de permanecer en la ciudad Dalima es mi refugio. Una cevichería de alto nivel capaz de trasladarte al Perú más sabroso y cumbiero, consiguiendo que valencia y las fallas, pasen a un segundo plano transportándote a latitudes más tropicales a golpe de pisco”. Por otro lado, Álex Serrano, periodista municipal y escritor bipremiado, nos desvela que “un buen refugio en cualquier momento del año, pero también en plena semana grande de Fallas, es el Bajo Bar. Está en Arrancapins, pero lejos de Obispo Amigó y otros epicentros falleros. Yo he trabajado mucho la barra. El lacón o el queso son top, pero sueño con la Frankfurt dos de cada tres días de la semana. Si tienes que solucionar algo, o simplemente quieres olvidar a según qué amor no correspondido, es tu lugar”.
Vicent Molins, uno de los mejores conocedores de la ciudad y sus idiosincrasias, me cuenta que: “este año he decidido no aislarme como método de readaptación. Incluso trataré de hacer vida normal. Hoy iré a comer a El Aprendiz, espero mañana ir a El Carrer. Semana próxima a Señuelo y a lo nuevo de Platero, quizá a Flama. Como si no pasara nada. Porque en realidad, no pasa”. Así que, si eres de esos valencianos a los que las Fallas les intimidan o agobian, pero no tienes la posibilidad de abandonar la ciudad, recuerda: aún quedan pequeños espacios seguros por los que discurrir y transitar despacio o simplemente adaptarte a la nueva situación, ya que como titula Milena, también esto pasará. Mientras esto sucede, yo me cobijaré en Vinorte, tomando un palo cortado y meditando por qué son las rarezas las que más me atraen y por qué no podría por un año ser simplemente uno de los más de 100.000 falleros que viven la ciudad como si les perteneciera.