Mientras discuten sobre terceras elecciones, lo que nos supondría un coste global de 500 millones de euros por los tres comicios, los estudiantes han vuelto a las aulas, algunos de nuevo a unos barracones por los que ha pasado toda una generación de estudiantes. Qué bien le vendría ese dinero a la educación pública
Todos tenemos algún familiar o conocido a pocos años de su jubilación forzosa o en la senda de una prejubilación deseada. Nada menos que ver cumplido su deseo de abandonar, por ejemplo, la educación pública para recuperar la paz y felicidad interior después de unos últimos años laborales convertidos en auténtico calvario. No extraña nada su actitud siendo testigo de cifras, conociendo estrecheces y exigencias a las que han sido sometidos nuestros maestros. Además se marchan escandalizados y decepcionados por el sistema y el devenir de estos últimos años de mascletà en los que los problemas han estado a la orden del día mientras ellos intentaban poner lo mejor de cada uno de forma solidaria y cumpliendo a rajatabla con sus impuestos. La situación puede tener visos de mejora por estos lares, pero pasará tiempo hasta que recobre su absoluta normalidad.
Esta misma semana las televisiones cortesanas, tanto públicas como privadas, idealizaban la vuelta al cole de las infantas. Todo era de color rosa. Sin embargo, nuestra realidad pintaba un panorama mucho más preocupante. Varios titulares me lo recordaban. Por un lado la denuncia de que los catering industriales han sustituido a la comida casera en el 60% de los centros escolares, con lo que eso significa para la nutrición de nuestros menores y su desarrollo personal y metabólico. Otro hacía referencia a que cinco centros en construcción han iniciado el curso en barracones provisionales, esos zulos donde el calor y el frío se han de combatir con imaginación y medios propios. Según esa misma noticia, aún hay aulas prefabricadas en uso en más de un centenar de colegios.
Y una más. Un informe en torno a la universidades españolas revelaba que la educación pública en nuestras instituciones académicas ha sufrido con los recortes una regresión en inversiones que nos han devuelto al estado de hace una década, con cien mil estudiantes menos a causa de la imposibilidad de poder hacer frente a las tasas académicas y los gastos consecuentes. Por no hablar del ranking europeo de universidades. Mal panorama.
Tenemos la generación mejor formada de nuestra historia y los mandamos al extranjero, eso que eufemísticamente una ministra de corta y pega y más que dudosa gestión bautizó como “movilidad exterior”. Al mismo tiempo, no dejamos estudiar a otra generación o lo hace sin las condiciones de un país avanzado que perdona deuda a bancos saqueados sin escrúpulos pero con licencia. Un país sin una inversión justa en Educación, y no sólo atormentada por los recortes, y una mejor en investigación y desarrollo es una sociedad abocada a la decepción y la medianía. Más aún cuando comprobamos el nivel de esa casta política que en lugar de ofrecer soluciones sólo ofrece problemas.
No podemos olvidar que toda una legión de estudiantes ha pasado sus momentos de formación estudiando en barracones antes de saltar a la Universidad. No ha disfrutado de unos colegios en condiciones ni dignos mientras la empresa pública del anterior gobierno responsable de gestionar la construcción de esos mismos centros, conocida como Ciegsa, está en el ojo del huracán judicial junto a muchos de sus gestores por sus cambalaches. De regalo nos dejó un agujero de casi dos mil millones de euros, sobrecostes que llegaron al 151%. El negocio aplicado a la educación en estado puro y sin complejos. La barra libre de la desfachatez pública. Y las cosas siguen como estaban: la nueva Generalitat ha sacado a licitación un lote de 29 instalaciones prefabricadas para los cuatro próximos cursos que se distribuirán entre 17 centros. Dicen que mientras construyen las nuevas aulas.
"Si con todo este paisaje y antecedentes no sale en el futuro inmediato un pacto global e integrador por la Educación, por mucho que haya que negociar, es que no nos interesa"
Háganse a la idea. Esa es nuestra realidad. La misma que va más allá de imágenes dóciles de inicios escolares donde la alegría de los recién llegados se confronta con imposibles medios para adquirir libros o estrecheces familiares insuperables; la incapacidad real de poder llegar a fin de mes en condiciones sin necesidad de tener que cambiar gastos y manutención por heroicidades humanas. Si con todo este paisaje y antecedentes no sale en el futuro inmediato un pacto global e integrador por la Educación, por mucho que haya que negociar, es que no nos interesa.
Aunque leyes cambien leyes también emborronan generaciones y diluyen aspiraciones, sueños y voluntades. Hay que saltar lapsus e innumerables frentes políticos abiertos. Hablamos de presente, futuro, sociedad vertebrada, aventajada y potente. Mirar a nuestro interior.
Sin embargo, con ese panorama desolador y un futuro más que incierto aún nos cuentan que el país de la globalidad funciona cada vez mejor y que si no cabalgamos sobre un cohete y todos somos felices o vivimos la plenitud de nuestras vidas se debe a que uno u otro está encerrado en el egoísmo, el mismo que nos impide vivir en ese mundo utópico que literariamente idealizó Huxley y donde la felicidad es un estado permanente.
Ahora estos genios de la sapienza nos hablan de terceras elecciones. Sólo aspiran a mantenerse en el poder o a ganarlo mientras se recolocan en puestos privilegiados con absoluta desfachatez o aplican leyes sin medios ni tiempos necesarios mientras aprietan las argollas de los profesionales. Nuestros estudiantes, nosotros mismos, somos lo de menos. Con esos 500 millones de euros que nos costarían esas tres visitas a las urnas con el insulto a la inteligencia añadido de una futurible vuelta al colegio electoral en plena Navidad, se hubieran evitado muchos barracones.
Hablemos de cosas serias. Dejen de hacernos perder el tiempo y de jugar con nuestro presente y futuro, señorías del teatrillo de los intereses. O mejor, hágannos de verdad felices. Quédense en casa con un buen libro. Vuelvan al instituto o a la Universidad, si es que les dejan o queda sitio en el barracón. Ahí conocerán lo que es sudar y pasar frío.