El 16 de abril se celebra en España el Record Store Day, el día en el que las tiendas de discos especializadas vuelven a ser protagonistas para vender vinilo, el formato al que sin duda pertenece por naturaleza la música pop
VALENCIA. Para mí el cedé fue un gran invento. Gracias a él ya no tuve que volver a levantarme para ir hasta el plato y darle la vuelta al vinilo. Tan simple como eso. Fue así como, a partir de 1991 fui dejando de acumular elepés (seguí coleccionando singles durante años hasta que me cansé de no tener espacio donde guardar tanta cosa) para ir almacenando cedés. Ahora que ya no sé dónde meter los discos que he ido atesorando en todos los formatos posibles, cada vez que voy a una tienda y me encuentro con las novedades en formato de plástico de 33 centímetros me entra la morriña del vinilo. Pero lo que no puede ser no puede ser así que mejor no atormentarse por ello. Total, si luego acabo escuchando la música en streaming. Cuando paseo, cuando estoy en el gimnasio, cuando voy en coche es cuando realmente puedo interiorizar los discos y las canciones. En casa oigo la música para trabajar con ella pero solo empiezo a disfrutarla después, cuando ya no hay que preguntarle al artista por esta canción o hacer un crítica sobre aquellas otras dos o mejor, sobre el álbum entero.
Supongo que ahora mismo hay una brigada de fundamentalistas del vinilo organizándose para venir a lincharme. No me preocupa, es difícil encontrar mi casa, como bien saben los couriers que cada dos por tres se pierden cuando tienen que traerme un envío urgente que rara vez llega cuando debería. Pero en el caso de que haya alguien ahí fuera se aclare bien con el GPS, en mi descargo he de decir que cuando creces escuchando a The Velvet Underground, The Stooges, Patti Smith, Ramones, Suicide, Siouxsie & The Banshees y Sex Pistols, es imposible desarrollar un sentido auditivo exquisito. Así que no me vengáis con vinilos de nivel audiófilo porque el ruido me ha pervertido el sentido que más necesito para mi trabajo. No soy un oyente exquisito, qué le voy a hacer, no percibo bien- nunca lo he hecho- los detalles cuando se trata de música. Ponme la versión estéreo de The Velvet Underground & Nico y luego ponme la versión mono, seguro que me llevará trabajo distinguir una de otra.
Dicho esto, de lo que en realidad quiero hablar hoy es del vinilo que amo. De los discos que compré con fervor en mi adolescencia. De mi relación fetichista con esos plásticos negros, con sus portadas y de lo importantes que fueron para mí. Si mi casa dispusiera de un hangar anexo y mi sueldo me permitiera darme caprichos como los de antes, me encantaría seguir coleccionando en vinilo a artistas actuales que me apasionan: Anna Calvi, Julia Holter, Hot Chip, Franz Ferdinand, The National, Savages… También he de reconocer que con los años me he vuelto más práctico, quizá porque la presencia del vinilo va asociada a una etapa muy concreta de mi existencia. Hubo una época en la que aquellos discos eran mi pasión y se puede decir que mi vida giraba alrededor de ellos mientras ellos giraban a su vez en mi tocadiscos. Los tengo ahora mismo detrás de mí, en la estantería de los vinilos. Ahí están, todos los discos que construyeron mi historia entre 1977 y 1992. Algunos repetidos en versiones diferentes. Otros firmados y dedicados porque se los llevé al artista en cuestión para que estampase su firma en ellos. Muchos proceden de mis días en Harmony, de cuando me pasaba los días enteros en la tienda de la Plaza Lope de Vega, junto a Santa Catalina, ayudando a su propietario, Víctor Carbone porque mi lista de discos fiados subía tanto que la única manera de pagar aquello era hacer horas. Aquellos fueron los días.
En aquella época, mi obsesión era localizar discos de grupos neoyorquinos e ingleses que eran inconseguibles en España. Leía sobre ellos en Star y Vibraciones y, si el texto de Diego Manrique, Ignacio Julià o Jaime Gonzalo me resultaba convincente, ya vivía solamente para conseguir el disco en cuestión. No me refiero solamente a conseguir singles y elepés de Richard Hell o PiL que no llegaban a publicarse en España; hablo de grupos rebuscadísimos que necesitaba escuchar como fuera. Costó trabajo dar con muchos de ellos, muchos meses, años incluso –en aquellos días, si no ibas a buscar el disco a las tiendas extranjeras, la espera podía ser eterna-, pero apenas hubo algunos que defraudara mis expectativas. Conseguimos copias de Metal Box de PiL, por ejemplo, tres; yo me quedé una, y las otras dos se vendieron al público. El disc jockey de una conocida discoteca se llevó una copia pensando que aquello iba a ser la bomba y a los pocos días vino con cara de circunstancias a devolverla.
Un cliente que vivía entre Ibiza y Valencia me prestó No New York, un álbum coral que reunía a cuatro grupos que entonces eran el relevo del punk neoyorquino. Y tanto que lo eran. Teenage Jesus & The Jerks, Contortions, Mars, DNA, grupos cuya música dinamitaba el rock y hacía del punk una canción de cuna dada su brutalidad rupturista. Revelaciones que te llegan con 17 años y van alterando una perspectiva de la música, del arte, de todo, ya de por sí alterada. A Harmony llegaban los primeros singles de Joy Division –que José Luis Macías y Remi Carreres, aún en La Banda de Gaal- se llevaban religiosamente. Llegaban también sencillos de importación de Magazine y Human League –que Macías y Remi se llevaban también religiosamente-. En los anaqueles de la tienda había discos de grupos nuevos, apenas conocidos en España, ediciones españolas que siempre pecaban de racanería porque la compañía no quería gastarse en ellos más dinero del necesario. Era por eso que los discos que publicaba CBS –hoy Sony- tenían siempre la contraportada en blanco y negro aunque la original fuese a color. Y por eso también muchos de esos álbumes carecían de la funda interior de la versión inglesa o norteamericana, donde solían ir impresas las letras, los créditos o las fotos del grupo.
Cuando llegaba el aviso de correos de que había un envío de Inglaterra o Estados Unidos para recoger era emocionante. De esas cajas salió mi ejemplar de Piss Factory de Patti Smith y cosas aún más extrañas, como los epés de Harry Toledo y Model Citizens, grupos que daba la impresión de importarme únicamente a mí en esta parte del planeta. De esas cajas salió mi copia del primer álbum de The Cramps, el single de Little Johnny Jewel y hasta el primer número de Punk Magazine, con Lou Reed en la portada, que no es exactamente un vinilo pero como si lo fuera. Esos y muchísimos otros discos me han seguido a través de los años, casa tras casa, mudanza tras mudanza. Han recorrido las calles de Valencia en furgonetas, han ido hasta Madrid en camiones y luego han recorrido sus calles en más furgonetas. Después han vuelto a Valencia y luego, otra vez en caja para acabar en El Saler, preguntándose por qué demonios se les pega de vez en cuando esa especie de moho extraño en las cubiertas. La verdad es que no lo sé y tampoco sé si estoy muy dispuesto a limpiárselo. Solo sé que me he ganado a pulso el derecho a no tener ganas de levantarme a darle la vuelta al vinilo. Me gustaría pensar que aunque no les de uso, esos discos me sobrevivirán, y si llega ese momento, espero que quienes se los encuentren también escuchen algo de mí en ellos.