Las políticas monetarias de los bancos centrales está haciendo que los bonistas vendan sus títulos, esperando/exigiendo más rentabilidad a los bonos para cubrir el incremento en el coste de la vida
MADRID. Cuando el departamento de marketing financiero repartió los nombres en castellano a los dos activos principales, no fue muy creativo ni estuvo muy acertado. Las acciones, recibieron el apelativo de renta variable debido a que su flujo recurrente, el dividendo, es cambiante en función de los resultados de la compañía y lo que decida la junta general de accionistas. Por otro lado, a los bonos les correspondió la designación de renta fija porque su pago recurrente, el cupón, se determina en su emisión y, por tanto, es fija.
En definitiva, un accionista no conoce con certeza cual será el dividendo futuro de los títulos que acaba de adquirir; mientras que un bonista sabe a ciencia cierta -salvo impago, también conocido como riesgo de crédito- cómo serán los pagos que recibirá como tenedor del bono. Así, pese a la creencia popular, la renta variable no recibe su apellido por su tendencia a 'moverse', es decir, por ser más volátil. Del mismo modo, el apellido de la fija ha llevado a un equívoco muy generalizado entre los inversores particulares por el cual el término 'fija' de esta inversión es equivalente a segura, es decir, que no se puede perder.
Este pensamiento de que la "renta fija es fija" es muy peligroso, y al margen del chascarrillo vinculado al nombre de los párrafos anteriores, tiene su base en la experiencia vivida en las últimas décadas en las que hemos experimentado un superciclo de renta fija. En él, los tipos de interés han pasado del doble dígito de los años ochenta a los niveles cercanos a cero o incluso negativos de los últimos años. Este camino a la baja en las rentabilidades ha sido consecuencia de un entorno deflacionista y de las políticas monetarias extraordinarias implementadas por los bancos centrales con bajadas continuas de los tipos de referencia e inyecciones masivas de liquidez.
Esto ha llevado a que los bonos hayan navegado con la marea a su favor, ya que la duración -la variación en el precio de los bonos como consecuencia de los movimientos de los tipos de interés- los ha favorecido, ya que estos últimos años, como hemos visto, no han hecho más que bajar. ¿Por qué ha sucedido esto? Suponga que adquiere un bono a 2 años, que paga un cupón del 3% por un precio de 100. Imagine que después de comprar el bono, el nivel general de los tipos de interés aumenta hasta el 4%.
Supongamos ahora que quiere vender su bono. ¿Quién estará dispuesto a comprárselo al precio original de 100 para obtener un rendimiento anual de 'sólo' el 3%? Nadie, ya que ahora es posible encontrar bonos similares que ofrecen un rendimiento del 4%, con lo que el precio de su bono caerá hasta el equivalente de pagar una rentabilidad del 4%. El mismo proceso sucede a la inversa si el nivel general de tipos desciende al 2%, puesto que habrá un gran número de compradores dispuestos a gastar más de 100 por adquirir su bono que paga el 3%, lo cual subirá su valor hasta el equilibrio en el que su rendimiento sea del 2%.
¿Qué está sucediendo en este arranque de 2022? La inflación ha puesto entre la espada y la pared a los bancos centrales forzándoles a cambiar el ritmo de las subidas de tipos, y a su vez está haciendo que los bonistas vendan sus títulos, esperando/exigiendo más rentabilidad a los bonos para cubrir el incremento en el coste de la vida. Con todo ello, los tipos de interés están subiendo, por lo que los fondos de renta fija están sufriendo el impacto de este cambio de la marea, al cual pocos inversores están acostumbrados o incluso mentalmente preparados después de 40 años de corriente a su favor.
Miguel Roqueiro es director general y director de Inversiones de Acacia Inversión