MADRID. Casi todos los problemas parecen fáciles de resolver, una vez que se han solucionado. En el caso de las presiones que está experimentando el sistema bancario, ahora parece obvio que algunos modelos bancarios quizás no se adapten bien a un entorno de rápidas subidas de tipos en el que la curva de tipos esté invertida. Esto resulta particularmente cierto en el caso de entidades con fuentes de financiación que pueden esfumarse rápidamente en un entorno de subidas de tipos y ante la primera señal de presión -por ejemplo, bancos que se financian con depósitos no operativos o bancos mayoristas que se financian en mercados privados ajenos a su base de depositantes-, y cuyas carteras de activos presentan una duración significativa o riesgos crediticios que pueden poner en duda la adecuación del capital.
Esta situación le plantea un dilema muy incómodo a la Reserva Federal estadounidense (FED). Por un lado, las perspectivas de la economía estadounidense se han deteriorado sustancialmente en las últimas dos semanas como resultado de las dinámicas del sistema bancario. Los bancos pequeños y los regionales son importantes proveedores de financiación para muchas pymes que, a su vez, emplean a un gran número de estadounidenses. Por otro lado, los datos, incluidos los de empleo, pero, principalmente, los de inflación, continúan siendo robustos -por ahora-.
De hecho, la variable que con mayor probabilidad podría poner fin a los persistentes aumentos de precios y devolver las expectativas de inflación al nivel objetivo -en torno al 2%- sería una recesión. Este se ha convertido en el escenario más probable en nuestras perspectivas, pasando de un 60% de probabilidad a principios de 2023 a un 80% a día de hoy. En igualdad de condiciones, una recesión suave, resultado de una desaceleración moderada y gradual del crédito resolvería, de forma más o menos benigna, la difícil situación en la que se encuentra la FED. Sin embargo, nos parece más probable que se produzca una recesión más profunda como consecuencia de la contracción del crédito.
Otra posibilidad es que la FED logre mantener a raya los riesgos para la estabilidad financiera y que la economía experimente un aterrizaje suave -20% de probabilidad, en nuestra opinión-. Pero si los riesgos para la estabilidad financiera se contienen de forma efectiva y los bancos continúan prestando, la facilidad BTFP de la Reserva Federal estaría relajando las condiciones financieras, lo que la obligaría a restringirlas aún más en el futuro.
Si quiebran otros bancos regionales de menor tamaño y el resto dejan de prestar, la provisión de crédito a la economía estadounidense podría reducirse de forma significativa y provocar una recesión. Incluso si la Reserva Federal logra respaldar de forma efectiva a los bancos pequeños y medianos, estas entidades ya están sufriendo fugas de depósitos y probablemente serán objeto de un mayor escrutinio regulatorio, por lo que no sería descabellado que endurezcan sus condiciones para la concesión de préstamos, lo que en la práctica limitará la provisión de crédito.
Por si fuera poco, este endurecimiento de las condiciones de crédito coincidiría en el tiempo con el programa de ajuste cuantitativo (QT) de la FED. Ahora mismo está retirando liquidez del mercado a un ritmo de 60.000 millones de dólares en treasuries y 35.000 millones de dólares en titulizaciones hipotecarias (MBS) que vencen cada mes y que no reinvierte. Hasta ahora, el QT se había mantenido en un segundo plano y prácticamente no había afectado a las condiciones generales de crédito -aunque puede que sí haya tenido un impacto negativo en la liquidez de los mercados de treasuries y MBS-. Sin embargo, si la FED continúa reduciendo su balance y los bancos también limitan la cantidad de dinero que le prestan a familias y empresas, las condiciones de crédito podrían empeorar de forma brusca y notable.
Sonia Meskin es responsable de U.S. Macro en BNY Mellon Investment Management