Todo gobernante de postín tiene ganado su retrato oficial. Pero los tiempos quizás no estén aún para grandes inversiones públicas. Menos todavía para quienes han incumplido determinadas obligaciones. Pero también lo tendrán para memoria de la colectividad y de un tiempo pasado que no debemos olvidar
Al poder siempre le gustó tener pintores de cámara. Retrataban a caballo, de cacería, en plena celebración social y familiar o con un posado anodino fruto del aburrimiento. Ellos vivían en la corte. Estaban muy bien pagados; mejor alimentados. Trabajaban al dictado. Eran los mejores de cada época. El poder se declaraba satisfecho. Su imagen perduraría en el tiempo fruto de la vanidad o el egocentrismo. En la actualidad se van a paraísos fiscales.
Si efectuáramos una lista entraría desde Tiziano a Goya, Madrazo o Vicente López. Tenemos uno muy reciente, Antonio López, autor del retrato de la familia real española, cuadro que tardó lustros en terminar. Si le pidieran retocarlo ahora, tras la distancia borbónica por los asuntos de la infanta Cristina, estaría dedicado otros tantos debido a sus múltiples dudas.
Sorolla fue un buen retratista. Se ganaba muy bien la vida mientras otros pintores de su generación se ocupaban de artesonados e incluso de embellecer muebles domésticos. Y eso que comenzó como pintor social.
Viajas a un país de tiranos o bananero y el retrato real o del dictador de turno inunda oficinas, bancos, hoteles, cafeterías... Es una forma de avisar de quién es realmente el que manda.
En el MuVIM, por ejemplo, se exhibe una exposición titulada Las imágenes del poder. Hay fotografías de etnias africanas y reyezuelos de tribus. La segunda parte la ocupan retratos de “monarcas españoles acompañados de cuadros de algunos presidentes de la Diputación de Valencia. Pretende, según sus organizadores “ilustrar un diálogo entre el poder real radicado en Madrid y el poder periférico que vertebró la organización estatal desde Fernando VII hasta la institucionalización autonómica. Este ámbito permite entender, además, cómo ha ido cambiando la imagen que el poder político ha querido dar de él: las formas grandilocuentes y ampulosas con que solían presentarse los gobernantes han ido dejando a representaciones menos enfáticas que, en consonancia con los usos democráticos, presentan el poderoso como un ciudadano más”. Bueno, bueno.
Uno de los retratos es el del expresidente de la Diputación de Valencia, Manuel Tarancón, impulsor del MuVIM, El mismo que sitúo al frente de aquel proyecto a Rafael Company, que desde la progresía ha repetido cargo sin explicarnos todavía que es modernidad e Ilustración. Personal homenaje a un hombre culto y sensible.
Su recorrido es muy divertido. La conclusión, de nuevo, es imaginar cómo gusta a nuestros gobernantes pasar a la Historia a través de un retrato institucional, algo que resulta anacrónico a estas alturas del siglo XXI cuando no paran de repetirnos que están sólo para servir al pueblo.
Todos esos retratos, algunos muy aburridos y otros hasta mal pintados que los tiempos nos van legando, no fueron ni son aportados por nuestros gobernantes como gesto altruista de buena voluntad y dedicación. Muy al contrario corren a cargo del erario público. Posan como autoridad y potencia autoritaria. Fríamente. Con sus galas. No como los retratos de Bacon, Warhol, Hockney, Ribera, Nicolas Muller, Tamara de Lempicka, Caravaggio, Madrazo e incluso Alex Alemany y miles más de artistas alejados y cercanos más vivos y sinceros.
Retratos hay de todos los colores. Multipliquen instituciones y sinteticen conclusiones. Imaginen ahora después de estos años de saqueo cuántos retratos vamos a tener que soportar de todos esos que interpretaron el servicio público como algo privado y les corresponde una imagen eterna financiada por nuestros bolsillos. De todos los colores.
No niego que muchos de nuestros exgobernantes merezcan un retrato, pero también soy consciente de cuántos oportunistas lo tendrán sin ser merecedores de ello, o simplemente porque pasaban por allí. Al parecer es un derecho. Pongan un concejal, un presidente de lo que quieran en su imaginación o en su vida y luego aplaudan la financiación de su retrato.
El Ayuntamiento de València va a destinar más de 15.000 euros a un retrato de la exalcaldesa Rita Barberá. Lo merece por tradición, y por sus muchos años al frente del gobierno municipal. No digo que Rita no merezca lo que otros han tenido siendo más sibilinos e incluso menos democráticos o intrascendentes. Me refiero más bien al anacronismo que supone mantener esa tradición fácil de sustituir con una buena fotografía retocada si quieren con photoshop.
Dice el futuro autor del retrato, Luis Massoni, un buen artista por otro lado y al que la familia ha escogido, que va a efectuar una obra de arte. No esperábamos menos de él. Más aún por un ayuntamiento que lleva décadas sin ampliar su colección artística para incrementar su patrimonio, tanto de artistas emergentes como reconocidos, salvo a través de retratos o donaciones particulares. Más tiempo si cabe sin dar vida a sus instituciones museísticas con políticas artísticas nada renovadas y cuyos museos y salas de exposiciones están pero languidecen.
Rita Barberá tendrá su retrato. Gracias a él la recordaremos. Como a su época. Igual que en el futuro recordaremos a otros alcaldes, presidentes de diputaciones, autonómicos, ayuntamientos menores. Todos esos retratos del poder acabarán colgados en cualquier rincón por donde casi nadie pasa y menos observa. Lo tendrán en Alicante, si no lo tienen ya, Díaz Alperi, Sonia Castedo o Gabriel Echávarri, todos recordados por sus líos políticos.
Igual en el futuro a alguien se le ocurre crear el museo de los retratos del poder. El MuVIM, que algunos desean quitarse de encima y es tan sensible al tema podría ser un buen destino. De paso ocuparía programación y justificaría presupuesto. Podrían organizar retrospectivas de retratos públicos y propaganda política. Así todos estarían más que contentos.
Suerte que concejales y diputados provinciales y autonómicos no gocen aún de ese privilegio. Pero si alguien les anima seguro que se apuntan. No se asusten. Aunque todo es posible. Ya imagino esa interminable sala dedicada a presuntos corruptos con derecho a retrato por sufragio universal que colgaran en tantos y tantos ayuntamientos españoles, diputaciones y gobiernos autonómicos por aquellos días de decadencia política y que los mantendrá en la memoria o pesadilla colectiva.