Ya lo dijo un tal Ovidio: “Saepe creat molles aspera spina rosas". Y nosotros, que no pasamos del rosa rosae, lo corroboramos. Que una rosa es una rosa y dos rosas, dos son (chimpón). Que lo bello no quita lo pinchudo y ni lo más precioso salva del dolor.
Pero dejemos espinas a un lado, hedonistas, que estamos a lo que estamos. A recrearnos vista y boquita con el color de una niña mona. El que va del rojo más petirrujo al pálido piel de cebolla. Hablamos del rosado.
Ese vino pobrecito para muchos y que no, para nada. Que bien hecho vale su peso en oro. Oro rosa, claro. Y por suerte para los que somos disfrutones cada vez son más los rosados de calidad. Los que son cosa seria y se dejan de chucherías para sentarse a la mesa. Porque son versátiles como pocos, para tomar solos o en compañía. Vinos de uva tinta y su justo contacto en pellejos. Que los claretes, combinación de vino blanco y tinto, ya llegarán otro día. Así que vamos a ello. Abrimos unas cuantas botellas. Faltarán muchas, como siempre, pero las que están, están. Y nos gustan.
¿Que nos gustan? Nonono. Nos encantan los colorinchis de las Naranjas Azules 2016 (Bodegas Soto y Manrique). Garnacha pucelana de tonos oliva y su olivar. Gracia y sencillez que dice que sí, que es chisposo, pero nada tontorrón. Nos soplan al oído que en 2017 será aún mejor. Mientras llega, lo soñamos gozando de esta añada con un plato de salchichas cocidas en vino blanco.
La Rioja nos pone de rodillas ante su Viña Tondonia Rosado Gran Reserva 2008 (Bodegas López de Heredia Viña Tondonia). Cuatro años de crianza oxidativa y cuatro de reductiva con un resultado de elegancia y finura. El empaque del que sabe dar lo mejor en cada momento y lugar. La perfección del más deseado junto a una menestra de verduras al modo riojano, con cada verdura en su exacta cocción, las alcachofas rebozadas y fritas y un poquito de cordero.
De un salto y sin paracaídas aterrizamos en la provincia de Toledo para llenar nuestra copa de Calambur Moravia Desañé 2015 (Bodegas y Viñedos Jesús Recuero). Brujidera un poco bruja de frescas frutillas colorás. Con calma, pero siempre presente, crece a nuestro lado. Y lo bebemos sin cansarnos con lo que sea y todos los días. Ahora con un pincho de tortilla, bien de mayonesa y media barra de pan.
Con la barriguita llena, partimos a Navarra, donde nos esperan dos vinos muy distintos. El Chivite las Fincas Rosado 2017 (Chivite) es conjunción liviana y gentil de garnacha y tempranillo. Compostura discreta que apetece con un aperitivo de nombre brandada de bacalao.
Mientras tanto, un pajarillo juguetea entre fruto bosqueño y floritas pululantes. Es el Viña Zorzal Rosado 2016 (Viña Zorzal Wines). Carácter chulo y tintosín que apuramos con unas habas salteadas con tocino entreverado.
Prieto y picudo, que no pinchudo, es el Pricum Rosado 2017 (Bodegas Margón), porque tal es la variedad que le da la vida. Un león leonino de desnudez voluptuosa y jovialidad sin complejos. Nos lo llevamos de chateo por las calles de El Húmedo y picoteamos cecina, vale, pero de chivo, que nos apetece cambiar un poco.
Y para cambio el del Regina Garnacha (Josep Grau Viticultor) que te deja de vuelta y media con su personalidad desbordante. Un monte de laureles y animalitos mordisqueantes de fruta roja. Pero que muy roja. Carácter de tinto que trepa el Montsant en busca de una de esas masías en que las brasas esconden unos melosos pies de cerdo.
Fuera de lo sabido y resabido también está el Pardas Sumoll Rosat 2017 (Celler Pardas). Variedad sumoll con resultados de beber y beber. Acidez y sobriedad como chupar piedros a lo loco. Y para chuperretear unos caracoles a la llauna.
Nos despedimos de Cataluña bailando y haciendo gresca con Els Nanos 2017 (Josep Foraster). Uva trepat que sabe divertirse manteniendo las formas. Buenos ratos de ligera charla y buena compañía. Amistad que se completa con una esqueixada bien fresca, como nos gusta.
¿A dónde vamos ahora? Pues cambiamos de país porque ser viajado es de aprender curioseando y cultura culturosa. Viajamos a Francia, que bien es sabida la calidad de sus domaines y chateaus. Allí, en un campo de lavanda probamos el Clos Cibonne Tibouren “Tradition” Côtes de Provence Rosé 2013 (Clos Cibonne). Variedad tibouren con un poquito de grenache que templa impulsos sin perder frescura. Del naranja al berry pasando por un cuenco de sopa bullabesa y su rouille.
Cerquita, también en la Provenza, dominamos el Domaine Le Grand Castelet 2017 (Le Grand Castelet) de bayas pequeñas y saltarinas. Ágil y amoroso espolvorea algunas especias sobre nuestro plato de ratatouille.
Y así, casi sin darnos cuenta llega el momento de marchar. Pero ah, páhara, vuelas volando hasta Cádiz a por un último vino, el Forlong Rosado 2016 (Bodega de Forlong). Un cabernet sauvignon que bien rico está con unas tagarninas esparragás. Observamos fuegos artificiales flor en mano, apuramos sorbo a sorbo la copa y decimos hasta luego. Con besos sonrosados. Miles.