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Rosalía, Maduro, Vox y el verbo de moda: blanquear

4/02/2019 - 

El poder de la palabra determina tanto a la humanidad que es difícil imaginar una herramienta más poderosa. Sin embargo, su carácter ambivalente, genera monstruos a diario. Tan cotidianos que hay modas que van y vienen y, como la actualidad manda, ya no hay día en el que no nos enfrentemos al transitivo de moda: blanquear.

La generosidad de este verbo no es tan extensa como parece. Entre sus 10 posibles usos, el Diccionario de la RAE no recoge la posibilidad de fijar lo que Rosalía hizo en los Goya con Los Chunguitos. Ni ella ni la Academia de Cine blanquearon al pueblo gitano en sentido literal, pero, ¿lo hicieron en sentido figurado? 

La causa del pueblo gitano es, de todas las evidencias racistas de la sociedad española, la más flagrante. No hay que ser sociólogo para reconocer en nuestro propio en torno que los colegios a los que van niños gitanos en 2019 tienen un nivel medio inferior al concertado que está en frente. Así me lo afeó una madre gitana hace unos días cuando trataba de escuchar su situación. Y ojo, que ambos centros educativos están financiados con dinero público. Sin embargo, por omisión de sensibilidad, blanqueamos nuestra relación con este origen básico de la exclusión gitana.

Residentes desde hace más de seis siglos en España, pese a la voluntad cristiana de exterminarlos en la Gran Redada, pese a la torpeza de la política socialista contra el chabolismo que les situó en barrios gueto que ya han demostrado no ser la solución, pese a tantos desmanes comunes, hay pocos casos más evidentes de la torpeza democrática que nuestro olvido de la inclusión del pueblo gitano. 

Repasen mentalmente cuántos partidos políticos han abierto sus puertas a incluir entre sus filas a candidatas gitanas o gitanos. Pregúntense cómo es posible que, con una población presente en toda la geografía española (¡en toda!), no haya ni una línea sobre su llegada y trayecto aquí en los libros de texto de Historia de la educación reglada. Más de seiscientos años con nosotros, pero cuando tenemos la oportunidad de prestigiarlos por méritos propios, ¿qué hacemos?

No hubiera estado de más alguna mención por parte de Rosalía o del motivo del homenaje (el final de la película Deprisa, deprisa, Oso de Oro en la Berlinale de 1981); nadie dijo nada en directo. Luego parece que por Twitter todo se resuelve, pero no es en Twitter donde reside la sociedad española (ni mucho menos). En directo, Rosalía, Rosalía, Rosalía. No hubiera estado de más que la sospecha de que Los Chunguitos no hubieran tenido cabida en una gala tradicionalmente tan blanca se hubiera contrarrestado con la posibilidad de que ellos se sintieran incluidos de alguna forma; justo al contrario, sorprendidos, demostraron –también en un tuit- que no tenían ni idea del espectáculo. Como si a ellos no les gustase prestigiar su legado, colaborar con El Guincho si se presenta la ocasión o compartir foco con Rosalía. Habrá que esperar a otra de esas ocasiones que nunca llegan. A mi entender, hay motivos como para sospechar de blanqueo, aunque sea, como siempre, desde la excusa del descuido.

¿Se blanquea al presidente de un país por entrevistarle? Con el verbo transitivo de moda y pululando, a Jordi Évole se le ocurrió conseguir en exclusiva mundial una entrevista con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y resultó que eso por lo que hubieran pagado –me refiero a inversión en la producción– y mucho los grandes diarios estadounidenses o británicos era “blanquear” a un “tirano”. Claro, que el poder de la palabra no es el único y hay países que no reconocen a Maduro como presidente electo. Entre otros, el nuestro, según un ultimatum de Pedro Sánchez que sonó en su día a posición forzada ante la debacle electoral que se avecina.

Sin embargo, Évole puso contra las cuerdas a Maduro y tensó la cuerda en unas cuantas ocasiones de la entrevista que, por otro lado, ha servido para escuchar algo distinto al relato opositor del que se nutren las tertulias de todología de Antena 3, Telecinco e, incluso, la propia laSexta. Hay en esta idea puntual del blanqueo quienes se quejan con razón: los venezolanos que sufren un estado caótico de la economía que deriva en un estado caótico de los servicios sociales. No obstante y de nuevo como concepto, ¿negar la posibilidad de entrevistar a Maduro supone validar la voz de Trump o la UE por encima de sus propias palabras? ¿La alternativa es aceptar un mensaje unívoco? ¿Para qué tipo de circunstancias?

Cuando nos miramos ante el espejo de cualquier lunes y comprobamos que hay una parte de la sociedad que interpreta que entrevistar es blanquear, es difícil no abandonarse a la idea de que estamos en un periodo de regresión en las libertades. Por el mismo motivo, ponerle el micro y la atención a Vox no es exactamente blanquearlos. Nunca lo ha sido. Escucharles no es homologarles. Contextualizarles y contravenirles, si es que es el caso, es, en esencia, lo mínimo esperable. O sea, como con el resto de seres vivos y presentes en la opinión pública.

Otra variable del blanqueamiento sí es preocupante, sobre todo por su cultivo extensivo de cara a elecciones: cuando alguien de Vox, pero también de Podemos, PSOE, PP o Ciudadanos, declaran una mentira interesada y el periodista opta por titular la entrevista o la crónica con esa afirmación. Sin contexto ni peros, escudándose en el poder del entrecomillado. Aunque luego en el cuerpo sí se plantee matizado (que no siempre). Eso sí es blanquear aunque el significado no lo recoja el DRAE. Y es un fenómeno terriblemente asimilado. No es lo que hizo ayer Évole, precisamente. Es más, qué poquísimos periodistas de los que se atrevieron a afearle el hecho antes siquiera de escucharlo hubieran sido capaces de hacerle a Maduro la mayor parte de sus preguntas. Que poquísimos incluso del total.

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