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No éramos dioses. Diario de una pandemia #35

Ruina a la vista

1/05/2020 - 

VALÈNCIA. Como el arresto domiciliario me ha dado un aire a lo Lauren Postigo, con aquella melena rebelde que arrancaba los aplausos del público en El Corral de la Pacheca, he creído conveniente acercarme a mi estilista Lidia a pedirle hora. La peluquería continúa cerrada. He tomado nota del número de teléfono para llamar el lunes. Dicen que hay lista de espera para varias semanas. Espero que no sea para tanto.

Entro en otra farmacia por si acontece el milagro mariano de que tengan guantes, pero tampoco hay suerte esta vez.

Los muchachos uniformados del ministro grande y marlaska han denunciado a Mariano Rajoy por saltarse el arresto. No seré yo quien los critique. Ahora bien, me gustaría saber qué sanción se merece el Gobierno de los 30.000 muertos y los más de 200.000 contagiados. ¿Un juicio sumarísimo a todos sus miembros por homicidio negligente?

Se cumplen 75 años del supuesto suicidio de Adolf Hitler. Se especula con que acabó viviendo en Tenerife. Quién sabe. El cabo austríaco fue un pedazo de genocida, el hombre que convenció a Alemania para transformar la humillación de una derrota en espíritu de venganza, como escribió Winston Churchill en su libro Grandes contemporáneos.

Los vencedores escriben la historia

¿Qué habría pasado si el dirigente nazi hubiese ganado la guerra que forzó al invadir Polonia? Estuvo a punto de conseguirlo si no hubiese sido por los más de veinte millones de rusos muertos que puso Stalin. Si Hitler no hubiese sido derrotado, el juicio de él sería muy distinto. Hoy pasaría por ser el hombre que salvó a Occidente del monstruo comunista. La historia, como es sabido, la escriben los vencedores. Julio César y Napoleón fueron también genocidas pero han gozado de mejor prensa. Cayeron en el lado correcto de la historia.

El dato del desplome del PIB (un 5,2%) es estremecedor en el primer trimestre del año. Si eso ocurrió en sólo una quincena de marzo, ¿qué no sucederá en abril o mayo? Nos acecha la ruina económica y social por culpa de la nefasta gestión del Gobierno del maniquí.

Un cartel dibujado por una niña durante el confinamiento. Foto: JC

Dos conocidos han perdido su trabajo estos días. Uno me confiesa: "Tengo miedo". Es normal que lo tenga porque nunca nos habíamos enfrentado a una crisis de estas dimensiones. Echaremos de menos la recesión de 2008.
En Wuhan, origen aparente de la peste amarilla, la gente vuelve a hacer una vida relativamente normal. En Madrid los chinos comienzan a reabrir sus tiendas. Fueron los primeros en cerrarlas y ahora son también los primeros en subir la persiana. Un tipo vestido de astronauta toma la temperatura a los clientes. Todavía habrá gente que entre a comprarles.  

El sudoku de salir a la calle

El filósofo Illa ha protagonizado la comparecencia más esperada del día. Por la tarde ha hablado de las franjas horarias en las que podremos salir a la calle a partir de este sábado. Debo leérmelas mejor porque son un sudoku. Como soltero sin perro ni futuro no sé en qué categoría encajo: niños, dependientes, mayores de 70 años, adultos, deportistas. Si he de decantarme por un grupo, escogería el de dependientes, que podrán salir de diez de la mañana a doce del mediodía, y de siete a ocho de la tarde. Ni madrugas ni trasnochas. Sólo le veo ventajas a esta opción.  

Pero todo está tan regulado, tan encorsetado —además de las horas delimitadas, sólo se podrá salir una vez al día y a un solo kilómetro de distancia del domicilio— que ahora sí dan ganas de quedarse en casa. Quién me lo iba a decir a mí, tan enemigo de la reclusión desde el inicio del estado de excepción.

Como se pongan muy exigentes y exquisitos, no salgo al patio con el resto de los presos. 

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