Algunos de los agentes principales del barrio, aquellos que pusieron en la cesta de Russafa sus mejores proyectos, perfilan las necesidades para despuntar ante la madurez
VALENCIA. “Hace poco, cuando estábamos vaciando el local de la calle Dénia para irnos a la calle Cuba, un señor anciano que pasaba por la puerta cada día entró y nos dijo: “¿Os váis? ¡Qué pena más grande! Habéis sido la alegría de la calle. Cuando llegaba y veía el cartel de Gnomo, me decía ‘¡ya estoy en casa!’.” Es un caballero muy serio que no nos había saludado en seis años. Nos llegó al alma. Descubrir que creas emoción en tus vecinos, que te tienen en cuenta…”. En esa mudanza de la calle Dénia a la de Cuba -Russafa tiene especial querencia por las calles latinas y las bañadas por mares- se embarcaron Álvaro Zarzuela y Esther Martín, quienes cuentan la anécdota, responsables de un negocio de objetos adorables perfectamente imprescindibles para el ser contemporáneo.
La periodista María Jesús Espinosa de los Monteros, en su crónica desde el lugar para Lonely Planet -parafraseada por La Fantástica Guía de Russafa-, definía: “Casi pareciera que este barrio se ha constituido como la plaza central de toda una ciudad (...) Nos apetece celebrar la resurrección de un barrio que, aunque todavía le queda camino por recorrer, se ha convertido en eso que muchos buscamos en una ciudad, es decir, un refugio”.
Eso, una plaza central, un refugio, un como-en-casa para una generación no necesariamente coetánea que vio entre aquellas las cuatro paredes sobre las que calcar sus aspiraciones.
Hace más de dos años, justo en un sábado como éste, propiciábamos un encontronazo de opiniones entre los que erigían Russafa como el barrio señero de otra Valencia, la que de verdad se posicionaba en el mapa. Pasado el tiempo, y cegados por el vicio de la novedad, ha habido un perpetuo intento por descifrar qué destino merecería el título de ‘la nueva Russafa’, esto es, una probeta de la evolución urbana.
La respuesta parece clara: la nueva Russafa es la propia Russafa una vez alcanzada la edad adulta e inmersa en el ejercicio de la autocrítica. Al loro que no todo es tan hermoso, se ha dicho a sí misma. Es la nueva Russafa porque por fin se ha replanteado qué quiere ser de mayor ahora que ya está en ello. “No puede reinventarse todavía porque apenas acaba de nacer tal y como lo entendemos hoy en día. Y eso es lo que hay que darle: tiempo”, dirá Ismael Chappaz, uno de los responsables de Tactel, galería capital de la ciutat, en la calle Dénia.
Porque Russafa, más allá de arrogarse las mejores virtudes, está formada también por los daños colaterales. Locales en crecimiento que para ensancharse han tenido que renunciar a su barrio natal. Es el caso del Bouet, cuyos propietarios reconocían hace unos días la imposibilidad de crecer ante la maraña de emplazamientos de tamaño reducido y el atisbo de cierto colapso. “Ya está un poco saturado, los locales son pequeños, en fincas antiguas y no pueden crecer más, por eso están limitados”. O Entrevins, cuyo creador, Guillaume Glories, una vez mudadas sus instalaciones gastronómicas a la calle La Paz recuerda el impacto de las obras durante más de dos años con “el cierre de la casi totalidad de los pequeños comercios”. Los efectos de los años de ascenso se reflejan en un movimiento de salida hacia nuevos barrios por parte de algunos de los locales más expansivos.
Porque Russafa, además de avanzadilla, además de lo cuqui, encarna el conflicto clásico en fases de aceleración urbana. “Su principal reto es no morir de éxito (...) Puede llevar a que más gente como nosotros se harte del ambiente nocturno cada vez más masivo, de los restaurantes que han salido como setas y sobre todo del poco respeto que se le tiene a los vecinos del barrio. ¡Señores! ¡En Ruzafa vive gente! ¡Ya basta de charangas infectas persiguiendo a novios/novias borrachos como cubas!”, protesta Chappaz de Tactel.
El diseñador Borja García, desde la calle Sevilla, autor de alguno de los proyectos icono del barrio, engarza la cuestión: “Ruzafa está al límite del colapso, pero creo que se ha controlado a tiempo. La onda expansiva de apertura de locales está en su punto alto y necesariamente (y administrativamente) no puede ir a más. Los que vivimos y trabajamos aquí estamos a salvo, aunque por poco”.
Álvaro Zarzuela, impulsor de Gnomo, desliza matices: “Quien crea que el auge del barrio ha sido una explosión repentina es porque sólo se ha fijado en Ruzafa cuando ha empezado a salir en los medios. Cuando llegamos en 2010 hacía ya muchos años que estaba atrayendo a gente con muchas ganas y poco dinero. Ruzafa es un barrio expansivo y nos gusta precisamente por eso. (...) El crecimiento de Ruzafa ha estado marcado por las pequeñas iniciativas privadas. La actividad cultural municipal es un modelo muy distinto. La confluencia de ambos debería traer cambios y mutaciones muy positivas”.
Germán Carrizo es, junto a Carito Lourenço, desarrollador de dos de las propuestas gastronómicas más llamativas, Fierro, en la calle Doctor Serrano, y el recién Doña Petrona, en calle Padre Perera. Su doble apuesta por Russafa ha venido motivada por las externalidades positivas y el efecto contagio que emana la zona. “Se respiran aires de cambio. La ventaja de estar aquí es que conviven propuestas como un gastronómico (Ricard Camarena), un italiano (Alquimista), un mixto (Doña Petrona), un peruano (Ancón), un mexicano (La Llorona) y así podría seguir y seguir… Gastronómicamente creo que está en un momento brutal, muchos buenos restaurantes y muchas propuestas diferentes. La desventaja, tal vez, puede ser el intrusismo”. Ciertamente las propuestas con cero valor añadido también crecen aceleradamente amenazando con hacer sombra al resto.
En el barrio de día, el familiar, más allá de los focos, piensa Zarzuela como garantía para afianzar la madurez de la nueva Russafa: “Cada vez hay más familias. Parece que están volviendo los hijos treintañeros de la generación que se fue del barrio cuando estaba totalmente degradado. Quizás la razón de muchos sea sencillamente que tenían aquí un piso abandonado que hace ya mucho compraron sus abuelos. Sea como sea, estas familias y las que estamos llegando de todas partes estamos creando un barrio lleno de niños. Ruzafa ha sabido crear un entramado de pequeños negocios familiares que dinamizan la vida social. Un comercio de cercanía que crea una economía real y activa, con una variedad de propuestas increíble. Sólo en la calle Cuba, donde estamos nosotros, han abierto una zapatería infantil, una mercería de telas africanas, una librería, una bodega, una tienda de segunda mano, una frutería, una tienda de ropa, un estudio fotográfico, una cafetería... Y todos, absolutamente todos, son pequeños negocios familiares. Gente que apuesta por darle un aire nuevo a lo que existe desde siempre. Es lo que nos gusta llamar ‘nuevo comercio de toda la vida’”. Darle un aire nuevo a lo que existe desde siempre. Doble subrayado.
Si Borja García apuntaba al ‘salvados por la campana’ en el que ha incurrido Russafa ante su propio colapso, ahora amplía haciendo prospección: “el reto, consolidarse como un barrio de concentrado creativo y espíritu libre sin doblegarse ante la marea arrastra-todo de la hostelería descontrolada que busca el beneficio y el negocio a cualquier precio. La ventaja de estar aquí es formar parte del cambio. La desventaja... pocas, aunque un mejor servicio de limpieza los sábados y domingos por la mañana se agradecería”.
Todas las voces, al fin, coinciden en el uso de un verbo: asentar. Afianzar aquello que ya existe para que la competencia venga por la calidad y no por la cantidad. Qué remedio, saturación mediante. Asentar, también, la Russafa construida: “El siguiente paso -enuncia Borja García- es la rehabilitación inmobiliaria. Que los que adquieran su vivienda en este barrio la actualicen y renueven adecuadamente y que intentemos evitar las reformas de mala calidad cuyo único fin es crear alquileres o apartamentos turísticos buscando, de nuevo, la rentabilidad a cualquier precio. Hagamos bien las cosas que a la larga, lo barato sale caro. Si mejoramos la calidad de los inmuebles tanto en salubridad y eficiencia energética como en calidad constructiva y sobre todo, espacial y arquitectónica, crearemos entre todos un barrio de referencia en términos de renovación urbana”.
“Ruzafa es el barrio de Valencia donde todo el mundo quiere ir, en este momento tiene la oferta de ocio más interesante de la ciudad: restaurantes de todo tipo, clubs bastante modernos, ambiente LGTBI... Lo que debe de cambiar es la visión que la gente tiene del barrio. Hay vida diurna, y desde mi punto de vista no tiene nada que envidiar a la nocturna”, entona Chappaz desde Tactel.
En este Speakers' Corner improvisado, unas últimas peticiones:
- “Un barrio con tantas familias jóvenes y a la vez tanta gente mayor tiene unas necesidades específicas que ahora mismo están pobremente cubiertas. Necesitaríamos más calles peatonales y zonas de ocio infantil. La remodelación del parque Manuel Granero, una reivindicación histórica del barrio, ha quedado finalmente cancelada. Y el colegio de la calle Puerto Rico, otra reivindicación histórica que esta vez sí se consiguió, ha quedado saturado enseguida” (Álvaro Zarzuela).
- “El parking del mercado se está quedando corto y cada vez lo comenta más gente” (Germán Carrizo).
- “Que la gente no coma chicle o que por lo menos lo tire en la papelera. Es alucinante ver cómo tenemos aceras nuevas en todo el barrio pobladas por manchas oscuras desde prácticamente la inauguración de las mismas” (Borja García).
Chicles al margen su sostenibilidad como zona caliente pasa, como dijo aquel anciano de la calle Dénia, por sentir más que se está en casa y menos en un parque recreativo en busca de rentabilidad a cualquier precio. La nueva Russafa.