Tras el peregrinaje por la Ruzafa más cosmopolita de la anterior entrega, toca adentrarse en otro vértice de este barrio de mil caras: un barrio en el que convive la vanguardia de Camarena con la barra de Gabi, esa Ruzafa de los cafés donde se lee y se agitan las ideas junto a un mercado que intenta rejuvenecer sin perder su identidad. Esas calles de una Ruzafa inabarcable e infinita.
Antes de que los gastrobares invadiesen el barrio, antes de las peluquerías modernas y los talleres de bicis, antes de la comida vegetariana, las cupcakes y los menús de quince platos, mucho antes de que supiéramos lo que era el sushi, antes de todo eso estaba Maipi. Una cervecería con una barra de madera y seis mesas donde acuden, además de gente de bien, empresarios, periodistas, políticos y futbolistas. Si esa barra hablase, los cimientos de esta ciudad temblarían. A Maipi uno va en busca de la pureza del producto y la sencillez. Caracoles en salsa, alcachofas, habitas o rebollones en temporada, pulpitos encebollados…cocinado en cazuela de barro, respetando los tiempos y recuperando los sabores de antes. Gabi, el dueño, es una institución. Depende del humor que tenga esa noche, te recibirá de una forma y otra y aunque no esté en uno de sus mejores días, el punto de plancha que le da a la gamba roja de Denia lo borda. Cuánta felicidad me han dado a mí esas gambas...
Maipi está flanqueado por dos grandes restaurantes que llevan la misma firma y que no necesitan apenas presentación, Ricard Camarena Restaurant y Canalla Bistro. El primero, galardonado con una estrella Michelin, es, de los cuatro restaurantes que tiene en Valencia, donde el cocinero de Barx puede demostrar de una forma más natural su genialidad. El segundo es un delicioso viaje a través de las cocinas del mundo con platos que ya se han convertido en clásicos como el bocata al vapor de cerdo-Pekín, la pizza okonomiyaki o la ensaladilla con su nombre. Ricard Camarena Restaurant dejará en unos meses su actual ubicación para trasladarse hasta el edificio de Bombas Gens. Promete un restaurante con mayor capacidad y una propuesta más experimental. La apertura está prevista para la primavera de 2017, hasta entonces se puede seguir disfrutando del mejor Camarena en Ruzafa.
Otro que también se muda, aunque no se aleja tanto, es El Bouet. En aproximadamente un mes, este pequeño restaurante situado en la calle de la esquina Puerto Rico abrirá sus puertas en el 34 de la Gran Vía Germanías, un espacio diseñado por el prestigioso arquitecto Ramón Esteve. El Bouet será Bouet a secas cuando diga adiós Ruzafa y a su diminuta cocina de cuatro metros, en la que se ha gestado uno de los mejores currys de la galaxia. El cocinero Tono Pastor forma el engranaje perfecto con César Polo, jefe de sala. Hay mucha influencia asiática, sobre todo tailandesa y también peruana en su propuesta. Platos frescos, desenfadados, que invitan a compartir y conversar. En su carta, una última incorporación a tener en cuenta, el curry Terrés, un homenaje al jefe de esta Guía Hedonista, un plato “complejo, sutil y directo”, en palabras del propio Tono. Habrá que probarlo.
Apenas unos metros más grande que la del Bouet es la cocina de Iago Castrillón y Alberto Alonso. Diez metros para ser exactos mide el espacio donde trabajan estos dos cocineros que se conocieron en el Arrop de Gandía de Ricard Camarena. Diez metros y siete mesas han sido suficientes para encumbrar en solo un año a 2 Estaciones como uno de los restaurantes donde mejor se come en Valencia. Apuestan por la estacionalidad del producto, platos sencillos con toques de creatividad. La carta es escueta, pero suficiente y el pan que hornea cada día Iago es una maravilla. Ese toque gallego se nota también en la carne y en los pescados que traen de allí. Todavía sueño de vez en cuando con la merluza que probé en el restaurante hace un par de meses.
Esa misma estela de Tono, Alberto y Iago que tantas alegrías está dando al panorama gastronómico valenciano la van dejando también Germán Carrizo y Carito Lourenço con Fierro, un concepto que se aleja de los cánones. Fierro cuenta con una sola mesa para doce personas alrededor de la cual se crea un ambiente único por lo íntimo del espacio. Los cocineros trabajan a pocos metros del comensal, que se va de allí con la sensación de haberse colado en la casa particular de los argentinos. Estas cenas las hacen viernes y sábados y en la web del restaurante se puede consultar el menú y reservar asiento. El resto del tiempo, Fierro se alquila para eventos privados, catas y cursos de cocina.
Una propuesta más asequible es La Tasqueta del Mercat, en la calle Maestro Aguilar, junto al Mercado de Ruzafa. Cuenta con algunos de los menús de más calidad del barrio. La Tasqueta es perfecta para quien le guste comer en abundancia. El menú del día, con ocho entrantes, en los que siempre incluyen su magnífica ensaladilla, unas buenas croquetas de jamón y setas y la empanada criolla, y dos segundos a elegir (un arroz y un pescado o carne) por 10 euros es de lo más competitivo que hay por la zona. Por la noche, hay menús de 15, 18 y 22 euros, además de la carta. Es un buen sitio para ir en grupo por la amplitud del local. Compran los productos en el mercado, cocinan con mucho cariño y el servicio es atento. Sus postres, sobre todo el brownie y la torrija de horchata, son puro vicio.
Antes de continuar nuestro periplo, hay que detenerse en el Mercado de Ruzafa, el corazón del barrio, el ágora donde confluye la vida de los vecinos, sean diseñadores con barba, abuelitas de las de toda la vida, cocineros a la caza del mejor producto, inmigrantes, comerciantes o familias abducidas por la macrobiótica. Todo el mundo tiene un lugar en este mercado de fachada de colores y un interior que habla de la tierra y el mar, de nuestro pasado, de lo que somos y de lo que queremos ser. Recorrer sus paradas, ojear el género y llevarse a casa un queso desconocido o unos tomates valencianos te reconcilian con el mundo. A mí, al menos, me pasa.
Al otro lado del mercado, concretamente en Literato Azorín y la calle Sueca, se ubican Copenhaguen y Malmö dos restaurantes vegetarianos del mismo grupo adorados no solo por los fervientes seguidores de esta corriente alimenticia (también filosófica), sino también por los que no logramos desterrar la carne de nuestra dieta. Un omnívoro convencido podrá paladear los platos que ofrecen ambos locales sin sentir un ápice de nostalgia por la proteína animal. Fueron de los primeros en adoptar un interiorismo de inspiración nórdica cuando por aquí apenas sabíamos lo que era IKEA, desmarcándose de esta forma de los restaurantes vegetarianos de corte más rústico. El menú de Copenhaguen, por 11,90, es otro de los imprescindibles del barrio. Tienen un catálogo interesante de cervezas artesanas y vinos ecológicos. Su éxito ha sido tal que en el Carmen tienen otra delegación escandinava llamada Oslo y en Madrid abrieron hace poco su primer local.
Si lo que se anda buscando es una propuesta más informal donde la bebida prime sobre la comida y donde el ambiente sea importante, hay tres sitios emblemáticos. El Rojo es el más veterano, una taberna siempre animada en la que los litros de cerveza vuelan acompañados por una tapa de pan del bueno y algo de fiambre. Es uno de los lugares donde más difícil es encontrar mesa a partir de ciertas horas. Enfrente de El Rojo encontramos Ubik, una librería donde tomar algo o una cafetería donde se pueden comprar libros nuevos o de segunda mano, escuchar conciertos o asistir a alguna de las actividades que organizan. Un local que destilla buen rollo y que va modificando clientela y decibelios a medida que avanza el día. Apunte para padres, hay una zona donde poder solar a las fieras. El último de los tres es Slaughterhouse, una antigua carnicería en la calle Denia de donde toma el nombre y que todavía mantiene el mostrador de mármol de antaño. Otro local multidisciplinar en el que uno también puede ir a leer, a ver una exposición, a tomarse una copa o a comer. En Slaughterhouse se respira cultura en cada rincón.
Llegados a este punto hay que hablar de esa Ruzafa noctámbula de la que todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos formado parte. Para tomar una copa sentado uno puede dirigirse al ahora remodelado Café Cyrano, un clásico en la zona (aunque ha perdido parte de su esencia underground), o a El abrazo de la china, en ambos el ambiente está garantizado. Bastante menos sofisticado, (pero, reconozcámoslo, nos ha salvado muchas noches de tedio entre semana en el pasado), es Radio Tránsito. Si usted y sus amigos son de los que gustan bailar los hits españoles de siempre (Mecano, Duncan Dhu, El último de la fila…), este es su lugar. Si la cosa se alarga, el concurrido Extra Large o el petardeo de Picadilly son dos buenas opciones para culminar el desmadre. Y antes de acostarse, puede pasar por el Horno de los Borrachos, abierto toda la noche, para asentar el estómago y tratar de atemperar la resaca del día siguiente, que le aseguro tendrá si ha sobrepasado la barrera de los 30. Hace años que cambiaron de dueños e ignoro si siguen preparando esos bocadillos completos con seis o siete clases de fiambre, pisto y aceitunas, pero dudo de que si ahora lo probase me sabría tan bien como hace diez años.
Esto es solo una muestra de lo que ofrece Ruzafa. Si no le cuadra, puede dedicarse a pasear por el barrio y explorarlo en busca de nuevos bares, garitos, hornos o cafeterías que mejor se adapten a su visión del mundo. Ruzafa es inagotable, por eso, aunque nos quejemos de lo explotado que está, aunque proclamemos que El Cabanyal es la próxima Ruzafa, siempre acabamos volviendo, porque Ruzafa no se acaba nunca.