VALÈNCIA. A Salvador Dalí le gustaba decir, como una de sus numerosas boutades, que pintaba mejor que Picasso. Tal vez tuviera razón, ¿quién sabe? De lo que sí estoy convencida es que Salvador Dalí era mejor escritor que pintor. Y miren que pintaba bien...
Buena prueba de esta afirmación que a muchos les parecerá una falacia, es Diario de un genio, publicado en el año 1983 y que recoge el dietario que el artista escribió entre 1952 y 1964, un conjunto de escritos repletos de mordacidad, inteligencia y pensamiento salvaje. “¿Qué artista hubiera sido Dalí sin toda su impostura?”, me pregunto al comenzar a leer su diario:
Para escribir lo que sigo calzo zapatos de charol por vez primera desde hace mucho tiempo, zapatos que no consigo llevar por mucho tiempo, pues me aprietan terriblemente. Suelo ponérmelos antes de empezar una conferencia. El doloroso constreñimiento que ejercen sobre mis pies tiene la virtud de acentuar al máximo mis facultades de orador.
Pienso que es imposible comenzar un diario de un modo más potente. Calzar zapatos que a uno le molesten para escribir desde la rabia, desde lo salvaje. En mayo de 1952 y desde su refugio en Port Lligat, Dalí desplegaba su rabia hacia André Breton, líder del surrealismo, al que le negaba tal atributo:
No me importan las calumnias que sobre mi persona pueda proferir André Breton, quien no me perdona haber sido el último y único surrealista que existe, pero es necesario que todo el mundo sepa algún día, cuando se publiquen estas páginas, cómo sucedieron en realidad los hechos.
A partir de aquí, comienza un vasto flashback que se inicia con una infancia en la que un misterioso profesor llamado Esteban Trayter ejerció sobre él un poder inusual. En su primer año en la escuela, Trayter le hizo olvidar los pocos conocimientos que tenía sobre el alfabeto y los números. Por el contrario, Esteban se dedicó a repetir un mantra: “Dios no existía y la religión era cosa de mujeres”. Le inculcó una serie de conocimientos y lecturas que el artista fue adquiriendo y plasmando en su obra. Desde Sigmund Freud, pasando por Voltaire, Montaigne, Nietzsche, hasta llegar a San Juan de la Cruz, Lautréamont. Así pues, Dalí, un hombre profundamente culto, fue conformándose su propia religión:
Precisamente cuando Breton no quería oír hablar de religión, yo me disponía, por supuesto, a inventar una nueva religión que sería a la vez sádica, masoquista, onírica y paranoica.
Y en esa religión onírica, sádica y paranoica, tenían especial importancia algunos políticos históricos. Dalí sentía predilección, por ejemplo, por las “nalgas líricas de Lenin” o una fascinación absoluta por Hitler.
“(...) concentré mi delirio en la personalidad de Hitler, que en mi fantasía se me aparecía siempre transformado en mujer. (…) A mí me fascinaban las caderas blandas y rollizas de Hitler, siempre tan bien enfajadas en su uniforme.
Tal y como propone Michel Déon, miembro de la Academia Francesa, en la introducción a este diario, Dalí volcaba aquí “sus pensamientos, sus tormentos de pintor sediento de perfección, su amor por su mujer, el relato de sus extraordinarios encuentros, sus ideas estéticas, morales, filosóficas y biológicas, que arrancan a la vez de su experiencia surrealista y de su reacción contra este movimiento literario que le habría devorado de haberse sometido humildemente a él”. Dalí, entonces, aquí y más que nunca, como un espíritu libérrimo al que sólo un ser en el universo es capaz de comprender y sujetar: Gala.
24 agosto 1953;
Es como una luna de miel con Gala. Nuestras relaciones son más idílicas que nunca. Siento que voy reuniendo la valentía que aún me falta para convertir mi vida heroica en una obra maestra. Lo lograré después de no haber dejado ni un instante de ser un héroe.
“¿Cómo puedo dudar de que todo lo que me ocurre es extremadamente excepcional?”, se pregunta a menudo Dalí a sí mismo. Y ciertamente, el empeño del artista en convertir su existencia en la obra maestra más importante de su carrera, fue notable. Egocéntrico impenitente, no duda en citarse a sí mismo antes de algunos fragmentos, por ejemplo, cuando habla de pintura:
El peor pintor del mundo, desde todos los
puntos de vista, sin la menor vacilación ni
duda posible, se llama Turner.
Salvador Dalí
Dalí es un personaje y, como tal, lleva uniforme:
El vestir es esencial para triunfar. En mi vida son raras las ocasiones en que me he envilecido y me he vestido de paisano. Siempre voy de uniforme de Dalí. Hoy he recibido a un joven más bien viejo que ha venido a suplicarme algún consejo antes de emprender un viaje a América. El asunto me interesa. De modo que me visto de Dalí y bajo a recibirle.
El diario da buena cuenta de algunos de los hechos más extravagantes y famosos de la vida de Dalí: el encuentro con Philippe Halsman cuando le fotografió para su famosa foto dando un salto, la corrida de toros surrealista con Luís Miguel Dominguín, la película que iba rodar con la italiana Ana Magnani, su pasión por la obra de Raimundo Lulio, la famosa conferencia en la Sorbona sobre La encajera de Vermeer y el rinoceronte y, por supuesto, su predilección a la hora de analizar minuciosamente el mundo de las flatulencias y ventosidades:
Con motivo de un pedo muy prolongado, en verdad, demasiado prolongado y, seamos sinceros, melodioso, que dejo escapar al despertarme, me acuerdo de Michel de Montaigne. Este autor nos informa de que san Agustín fue un célebre pedómano que conseguía ejecutar partituras enteras.
Diario de un genio es una obra apasionante, un viaje a una mente que el lector alabará con odio , que detestará de un modo entrañable, advirtiendo genialidades como el poema que Dalí le dedica a Picasso o la tabla comparativa entre los pintores más destacados de la historia, según un análisis daliniano. Un diario del que es imposible no extraer como mantra esta cita:
No temas la perfección. ¡Jamás la alcanzarás!