Se llama “Terreta” y tiene un simbolismo muy especial. Es el postre con el que Salvador Plá quiso explicar en 2018 a doscientos expertos reposteros internacionales la esencia de sus raíces valencianas. Fue en Múnich, durante la cena de gala de los premios que concede cada año la Unión Internacional de Panadería y Pastelería (UIBC), en la que él mismo había sido reconocido como el Mejor Pastelero Mundial en la categoría de confitero. El galardón venía con un “regalo envenenado”: le tocaba culminar la cena con una demostración de su sabiduría. Lo consiguió con un pastel de cobertura anaranjada -elaborado con bizcocho de calabaza, crujiente de cacau del collaret, un gelificado de mandarina y una mousse de cava de Requena- que desde entonces vende habitualmente en Monpla, el emblemático local de la calle Pizarro que su padre fundó en 1973 y él después ha conseguido aupar hasta lo más alto del gremio en España.
“Tengo la misma mentalidad que los cocineros cuando hablan de producto de proximidad y relación con el territorio -nos explica, mientras señala una calabaza gigante depositada sobre el mostrador-. En nuestro catálogo siempre tenemos productos que hacen referencia a València: brioches de calabaza, bombones de naranja, cocas…”.