“Es el momento” rezaba el lema del PP en las pasadas elecciones. Lo que no esperaba es que era el momento de que Sánchez “avanzara” y diera un paso más para seguir en la Moncloa otra legislatura. Qué manera de resistir.
El domingo 23 de julio se había convertido en el oasis en medio del desierto, ese espacio con agua y sombra para paliar las largas jornadas de calor y sol abrasador. El día comenzó con lo habitual, una avería que se iniciaba en la madrugada del sábado al domingo y tenía previsto un día exacto de duración, el de las votaciones. Porque todos sabemos que los madrileños que apuraron para volver a votar el mismo día debían haberse ido una semana antes, lo hicieron mal y no merecían votar. Una anomalía que se saldó como algo natural, como una lluvia de verano.
Muchos recuerdan que el PP y su entorno mediático y social llevaban desde el 28M vendiendo un triunfo con seguridad y firmeza. Tanto que el propio candidato Alberto Núñez Feijóo en algún programa de TV bromeó con quienes podrían ser algunos ministros, recuerdo como dijo “el vicepresidente será una mujer”. Para dejar claro a los españoles que no pensaba pactar con Vox y menos ofrecer la vicepresidencia a Santiago Abascal. Una estrategia, la de mostrarse seguro del triunfo, que tiene un doble filo: ofrece confianza y garantías a sus votantes de que van a votar a la opción ganadora pero también puede haber desmovilizado (si la fecha no lo hacía bastante) muchos votos de gente que daba por hecha la victoria popular.
Realmente, tras los resultados del 28M y el clima generalizado de crítica social del mandato de Pedro Sánchez, parece que el líder de la oposición se vio llegando con relativa facilidad a la Moncloa, no en Falcon, pero sí en volandas de los españoles y con el apoyo de Vox que nunca rechazó ese pacto con el PP para lograr, como tantos decían, “acabar con el sanchismo”. Pero este movimiento tiene más vidas que un gato, parece los rabos de lagartija que tras cortarlos seguían vivos, hay sanchismo para rato y vamos a vivir, probablemente, capítulos más surrealistas.
El partido que lidera Abascal ha bajado en número de diputados, viéndose claramente castigado por la campaña del voto útil que el PP y muchos medios de comunicación lanzaron, pese a que la peculiar Ley d’Hondt presenta muchas aristas y en varias provincias se pierden miles de votos populares. Además, la máxima que suele utilizarse de “si todos los votos de Vox fueran al PP”, es similar a decir: “si solo se presentara un partido sacaría buenos resultados”, es decir, absurdo. Hay una serie de partidos que concurren y que tienen derecho a hacerlo y gozan de una base electoral consolidada, incluidos los incómodos nacionalistas que obtiene una hiper representatividad y rompen el equilibrio institucional convirtiéndose en verdaderos chantajistas para ofrecer sus votos a cambio de prebendas.
Vox, pese a todo, sigue siendo la tercera fuerza política de España y Sumar que hace dos meses no existía hereda la posición de Podemos en la extrema izquierda sólo que con un rostro más amable. Yolanda Díaz ha emergido como la líder que le apasiona planchar y que vive en una casa inmensa en pleno corazón de Madrid, en el elitista barrio de Chamberí. Es decir, un mundo ideal que ofrece recetas radicalmente opuestas a las que se aplica en su vida particular. Nada nuevo en el universo de los partidos comunistas, pero que en 2023 siga funcionando tan bien ese relato tan contradictorio, es para reflexionar sobre la sociedad que tenemos.
Y entre tantos agobios, votaciones, calores, estados de shock de demasiada gente que no alcanza a entender lo sucedido, el fenómeno que arrasa en el cine y fuera es la nueva versión de Barbie. Ahora como estrella del celuloide, parece ser que es una versión 2023, una especie de deconstrucción de la Barbie de toda la vida, como la cocina moderna. Para romper con el estereotipo de una muñeca con la que han jugado y crecido millones de niñas con alegría e inocencia. Todo se politiza para adaptarlo a la nueva religión sin Dios ni fe alguna, simplemente para transformar hasta algo tan sencillo e inocente como una muñeca, en el símbolo del feminismo post moderno y de la era digital. Sinceramente, demasiadas cosas como para frotarse los ojos y pensar si seguimos en España o esto ya es Matrix.