VALÈNCIA.- Al contrario que otros profesionales que comenzaron en el mundo del diseño en paralelo, Sandra Figuerola (València, 1957) respiró desde muy pronto la creatividad. Su padre, Vicente Figuerola, ejerció la arquitectura e ingeniería, además de ser «un gran aficionado a la pintura», como la propia Sandra subraya. Un gusto por las artes que transmitió a su hija, quien acabó ingresando en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos. «Mi padre me motivó siempre a seguir el camino del arte, una pasión heredada».
Durante los estudios de Bellas Artes, Sandra coincide con compañeros que terminan por convertirse en amigos y profesionales del diseño con los que compartió posteriormente estudios y proyectos. Es el caso de Luis González y Marisa Gallén. «Durante la carrera, no pensé nunca en el diseño, que en aquel entonces era una disciplina muy incipiente», admite Figuerola, hasta que Gallén se le acercó con una convocatoria bajo el brazo. El diseño de un cartel para un festival de rock. Presentaron una propuesta y ganaron. «Este concurso, que no fue nada excepcional, fue lo que me abrió la puerta a considerar el diseño como un futuro profesional. Tenía claro que no me veía como una pintora al uso… tal vez por mi carácter extrovertido no me visualizaba trabajando como una artista, de forma un tanto bohemia. Por el contrario, del diseño me atrajeron los plazos más cortos, un tipo de encargo más concreto… Creo que mi carácter y mis expectativas encajaban mucho más con el perfil de diseñadora que de artista».
Mientras cursa Bellas Artes, Sandra pasa por despachos como los de Xavier Bordils i Caps i Mans. «En el estudio de Bordils comencé a interesarme de verdad por el diseño. Parte de mi familia trabajaba en la exportación de cítricos y Bordils había realizado distintos proyectos de diseño para sus empresas —logotipos, packaging...—, así que gracias a esa conexión aterricé en el estudio que Xavier montó a su regreso de París, a comienzos de los ochenta. Fue una experiencia estupenda; era un despacho realmente contemporáneo. Pese a que comencé a desarrollar trabajos de diseño gráfico no sabía prácticamente nada de ese campo. Me vino muy bien tener un conocimiento cercano de la profesión en un estudio tan singular como el de Bordils».