Fue bonito mientras duró, pero los buenos tiempos no volverán. Adiós al espíritu de concordia de la Transición. Volvemos a la España de las trincheras. Sánchez gobernará con medio país decidido a combatirle
El 9 de noviembre, jornada simbólica para el independentismo catalán, se acabó lo que se daba. El día en que se dio a conocer el pacto entre el PSOE y el partido del locuelo de Waterloo para investir presidente a Sánchez, suscrito además en un país extranjero, significó el fin del Régimen del 78. Descanse en paz.
La echaremos de menos porque, aun con sus muchas miserias y deficiencias, la Segunda Restauración fue mejor de lo que vendrá ahora, mucho mejor. En 1923 fue el general Primo de Rivera y en 2023 ha sido Pedro Sánchez. Regresamos a las peores páginas de nuestra historia. Desde aquel aciago atentado del 11-M que llevó a Zapatero al poder, la izquierda se ha conjurado para resucitar la guerra civil. Aquella estrategia suicida de tirarse los muertos a la cabeza y de negarle legitimidad a la derecha y a sus votantes ha sido llevada por Sánchez hasta el paroxismo.
Como presidente, el caudillo socialista ha buscado la discordia civil. Para un candidato acostumbrado a perder elecciones, la política frentista era la única vía para mantenerse en el poder, aun a costa de fracturar el país.
El PSOE —partido por el que sentimos un enorme desprecio y al que consideramos nuestro enemigo— ha hecho realidad el sueño de catalanizar España pero en un sentido diferente al que se le daba en el pasado, de contagiarnos de la modernidad y el progreso de los catalanes, hoy por completo inexistentes. El sentido es el siguiente: consiste en abrir un prusés en todo el país, a semejanza del liderado por los independistas catalanes que dieron el golpe de Estado en 2017. La decadencia catalana se extenderá al resto de España: empobrecimiento y fuga de capitales y empresas; inseguridad jurídica por la ausencia de respeto a la ley y a las sentencias de los jueces y tribunales, y quiebra de la convivencia. Veremos cómo se rompen relaciones entre familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Por oportunismo político se pretendían levantar trincheras entre compatriotas, y les ha funcionado.
A estas horas, cuando sigo conmocionado por el intento de asesinato a Alejo Vidal-Quadras, siento tristeza y rabia por lo sucedido estas semanas, pero es mayor la primera que la segunda. Parece que los españoles estamos condenados a repetir los errores de nuestros antepasados, como un destino trágico del que no cabe escapar. Hemos tenido muy mala suerte con Sánchez, el último villano de la historia de España. Un gobernante sin límites morales, un traidor con aires de Tony Manero. Lo firmado en Bruselas es un acto de rendición, una capitulación ante un prófugo chantajista. El presidente ha entregado el Estado a sus enemigos para resistir en el poder. Pagará una factura muy elevada hasta el final de sus días. Por lo pronto, seguirá necesitando una escolta de 90 policías para ir a El hormiguero. Nadie puede recordar comportamiento tan vil en política.
El día de la investidura, cuando Sánchez pose sonriente después de haber atado otra legislatura, celebraremos las exequias de la Constitución. De nuevo, las élites habrán traicionado al pueblo. Se habrá dado carta de naturaleza al nacimiento de una tiranía. De ella tuvimos un anticipo durante el encierro ilegal de 2020. Como con la amnistía, la voluntad del gobernante será la expresión de la ley. No quedará recuerdo de la separación de poderes. También habrá que despedirse de la igualdad de los españoles ante la ley. Habrá ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría. En la primera figuraban los vascos y navarros y, a partir de ahora, los catalanes con un estatuto fiscal privilegiado. Si Cataluña renuncia a ser solidaria con el resto de España, es lógico que los consumidores españoles también dejen de serlo con las empresas catalanas. Esto tendrá consecuencias para todos.
“ASISTIREMOS AL ASALTO GUBERNAMENTAL AL PODER JUDICIAL Y AL BANCO DE ESPAÑA. TODAS LAS INSTITUCIONES SERÁN CONTROLADAS POR EL PSOE”
A medio plazo, asistiremos al asalto gubernamental al Poder Judicial y al Banco de España. Ese día, todas las instituciones estarán bajo el control del PSOE. Una Ley de Defensa de la Democracia, copiada de la azañista de 1931, será la punta de lanza contra la libertad de expresión, con la que se perseguirá a los medios críticos. Se cerrarán periódicos y se multará a periodistas. Ante el previsible descontento social, el poder recurrirá a los gases lacrimógenos de la policía bolivariana, la nueva Guardia de Asalto. Peronismo asistencial para los partidarios del nuevo régimen. Nacionalización masiva de inmigrantes para ampliar la base electoral. Seguirá habiendo elecciones pero continuarán gobernando los mismos, como en Venezuela y Rusia.
Objetivos a batir en la próxima legislatura serán la Iglesia católica, rebajada a la altura del islamismo y otras confesiones religiosas, el Rey y, lo más importante, la propiedad privada (¡cuidado con las segundas residencias, que irán a por ellas!).
Triste España la que nos espera, mientras en Portugal el primer ministro socialista dimite por corrupción. ¡Qué lección la de nuestros hermanos portugueses!