Hay que comer para vivir, y no vivir para comer. Pero también es verdad que somos lo que comemos, y que una manzana al día, al médico alejaría, aunque claro, comer sin vino es comer mezquino y a falta de pan, buenas son tortas
Lo bueno de los refranes es que sirven para afirmar una idea y la contraria. Es lo malo de los refranes.
Vivimos rodeados de advertencias y de mensajes contradictorios en esto del comer saludable. ¿Os acordáis de cuando la margarina era el dios redentor que había venido a salvarnos del demonio de la mantequilla? Pues era mentira, la margarina era Rodrigo Rato, mentira. ¿Y cuándo conseguimos que medio país dejara de comer pan porque el pan engordaba?
Hubo una época, hoy lejana, en que lo artificial gozaba de mejor prensa que lo natural, cuando tirábamos con alegría de aquelarre esos muebles antiguos por los que hoy mataríamos a cualquier hípster que se interpusiera en nuestro camino, cuando cambiábamos suelos hidráulicos de mosaico por baldosas mierdosas, o la lámpara de araña de la abuela por una hortera culebra de halógenos. En definitiva, cuando queríamos olvidar las Hurdes de Buñuel y asomarnos a la modernidad, al progreso y al metacrilato. Entonces, los potitos envasados eran la alimentación más saludable para los bebés, los recomendaban los doctores, y las vitaminas de farmacia eran cien veces más efectivas que las que contenían nuestras pobres y españolas frutas y verduras.
Luego llegó la industrialización en la alimentación, la incorporación de la mujer al mercado laboral, y los pollos que sufren, y las vacas que se hormonan, y la diabetes y la obesidad que se hacen virales, y el cáncer que se expande como el universo , y que nos devolvieron a la senda de lo natural. Sí, ¡viva lo natural!
Pero entonces sucede un hecho que exaspera, y es que siempre hay alguien más natural que tú, más ecológico que tú, que se cuida más que tú , y ese pan de semillas que tomas resulta que en realidad no es tan bueno porque no es de masa madre, y la leche de soja, ¿cómo sabes que no proviene de soja transgénica?, mejor de avena, y ese queso de oveja que trajiste del pueblo, no importa que vieras al pastor haciéndolo con sus manos, que el queso es malo y punto. Sí, ya sé que comes brócoli pero es que lo hierves tanto, que pierde sus propiedades, tiene que estar al dente, so bruta. Y ese azúcar moreno ¿pero tú estás loca? ¿no te das cuenta de que es puro veneno? que es igual que el blanco porque es azúcar tintado, tintado para incautas como tú. Y las radiaciones del wifi, y el aire contaminado de la ciudad y los rayos ultravioleta.
Te vas para casa con ganas de amorrarte al primer tubo de escape que te encuentres y te jalas dos hamburguesas grasientas, rellenas de conservantes y aditivos cancerígenos, y de postre un par de donuts con azúcar venenoso glaseado, para acabar cuanto antes con esta agonía.
Es curioso ese mecanismo humano por el que cuando no podemos conseguir plenamente lo que ansiamos, nos lanzamos con saña hacia la opción contraria (véase la historia política de este país, véase el fanatismo de los conversos, véase la vía de doble sentido de la bulimia y la anorexia). Si no podemos alcanzar la perfección, preferimos hundirnos en el fango.
¿Cuál es la receta entonces, cómo podemos sobrevivir a los mensajes contradictorios con que nos bombardean desde tantos flancos, a las exigencias cada vez mayores respecto a nuestra alimentación?
No te preocupes, yo tengo la solución: sé hedonista (esto no es publicidad). Sé de verdad hedonista, que el disfrute te indique qué comer y qué no comer. Claro que esto no funciona si tenemos el gusto atrofiado por las malas costumbres, antes habremos de desenterrar nuestro gusto original. Tampoco vale creernos de Milwaukee cuando somos de Algemesí, ni que las amarguras varias de la vida nos impulsen a huir hacia el dulce o la grasa.
No dejes que se interponga nada extraño entre la comida y tú. Sé auténticamente hedonista (esto no es publicidad) y guíate por tu propio placer, que es la brújula más sabia jamás inventada. Porque si el placer es auténtico, se convierte en una cuestión ética.
Tras las navidades, déjate de flagelos y dietas y dale a tu cuerpo lo que ama. Y disfruta de un feliz año hedonista (esto no es publicidad).