Hay que procrear. Si no, el chiringuito se viene abajo. En España los nacimientos han caído casi un 30% desde 2008. Nos hemos vuelto comodones. Preferimos comprarnos un perro a tener un hijo. Y el sexo virtual está haciendo mucho daño. La natalidad no se fomenta con coitos digitales
He visto a un niño correteando delante de mi casa. Cuidaba de él un padre cuarentón. Se reían y costaba identificar cuál era más crío de los dos.
“¡Noticia bomba!”, me dije asombrado. Todavía se ven a niños jugando por la calle. Todavía. Dentro de poco cruzarse con uno de ellos será una anécdota tan extravagante como que un ministro de Hacienda apruebe unos impuestos justos.
Hace poco más de una semana estalló la última bomba demográfica. Al conocerla, la gente enarcó las cejas y siguió a lo suyo, como si nada, un poco curada de espanto. En los diez años de esta crisis interminable (2008-2018), el número de nacimientos se redujo un 29%, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). El ejercicio pasado nacieron cerca de 370.000 niños; en 2008 fueron 520.000.
Una legión de expertos —a cada cual más televisivo— nos ha explicado las razones de este hecho. La principal es la precariedad laboral que afecta a los jóvenes. Como carecen de estabilidad en sus vidas, optan por no procrear, según este análisis.
Algo de razón tienen cuando apuntan esa causa pero, a mi entender, el problema es más complejo. Ha habido también un cambio de valores. Hoy tener un hijo es menos importante, en muchos casos, que asegurarse una trayectoria profesional. Es más gratificante comprarse un perro, que no llegará nunca a ser adolescente… por suerte.
En los años del baby boom —los sesenta y setenta— la mayoría de las familias concedían, por el contrario, importancia a tener descendencia en un país en el que el nivel de vida era muy inferior al nuestro.
Antes como ahora, tener un hijo debería ser una decisión meditada y responsable. No siempre es así. Supone renunciar a un estilo de vida con más libertad, y esto casa mal con nuestro egoísmo. A ello cabe añadir la infantilización de algunos veinteañeros y treintañeros que sufren el complejo de Peter Pan, incapaces de aceptar que la madurez implica a veces tomar decisiones arriesgadas.
UN MUNDO EN QUE NIÑOS DE ocho AÑOS SE INICIAN EN LA PORNOGRAFÍA, INVITA A PENSARSE SI MERECE LA PENA COPULAR PARA AUMENTAR LA FAMILIA
Tampoco hay ayudas de los gobiernos para fomentar la natalidad, más allá de una retórica huera que incide en respaldar a “las familias”. En la última campaña electoral, todos los partidos llevaban propuestas para empujar a las parejas a tener hijos. De aquella voluntad política nadie se acuerda. Están más ocupados en tirarse los trastos por la dichosa investidura del presidente maniquí.
Otro asunto que no conviene soslayar es la sociedad en la que nacerán los niños. Si la actual da miedo, la de mañana adquirirá tintes siniestros, como de última entrega de Mad Max. Un mundo en que niños de ocho años se inician en la pornografía, invita a pensarse si merece la pena copular para aumentar la familia. Nunca los padres tuvieron tantos medios para informarse y ejercer como tales, y nunca estuvieron tan desorientados en la educación de sus hijos.
Los datos del INE arrojan también dudas sobre lo que de verdad sucede en las alcobas. Sin ánimo de ofender, yo me pregunto: ¿La gente practica tanto el sexo como pregona? Porque, a menos que seas Miguel Bosé o Ricky Martin, ser padre exige la coyunda entre un hombre y una mujer. Luego hay excepciones, claro, pero la regla general es todavía esa. Los famosos quince minutos, o quizá menos. Pero, además, el sexo virtual le está comiendo el terreno al físico. En las cosas de la intimidad nos estamos volviendo unos comodones.
Y luego están los cerca de 100.000 abortos legales practicados cada año. Este dato también ayuda a entender en parte el declive demográfico del país, a la cabeza en el envejecimiento de Europa. Casi el 20% de la población tiene más de 65 años. Muere más gente de la que nace. España tiene menos futuro que un contertulio de Sálvame sin tatuar.
Así que es hora de tomar decisiones responsables. El próximo sábado (recordad aquello del sábado sabadete), ¿por qué no hacéis algo productivo por el país? Eso sí sería una muestra sincera de patriotismo.