Hace más de un mes, puse de manifiesto en esta columna el éxito que había caracterizado a la evolución de la economía coreana y hablé de cómo un país que hace 40 años era uno de los más pobres del mundo había alcanzado la renta de los países más desarrollados, hasta situarse entre los 15 primeros. Se trató de una aproximación descriptiva a la prodigiosa evolución positiva de la economía coreana.
Anticipé que las razones de este éxito deberían ser objeto de un artículo separado, y esto es lo que me dispongo a hacer hoy.
Tras darle algunas vueltas, podemos encontrar una explicación general de ese éxito, que está relacionado con un ecosistema de valores que se proyecta en diferentes ámbitos y con la existencia de determinado tipo de empresas de gran tamaño que hacen que el resultado resulte impresionante.
Para empezar, conviene que nos detengamos en la educación y en la cultura del trabajo (ética confuciana penetrada de estajanovismo), que en Corea son sobresalientes. Estos factores son cruciales. El país es consciente de que no dispone de grandes recursos ni de notables riquezas naturales, por lo que la calidad y resistencia del capital humano deviene prioritaria. En efecto, los coreanos trabajan una media de 2200 horas al año. Y su reacción a la crisis financiera fue trabajar todavía más. Así, de 2009 a 2010, Corea fue uno de los países en los que más se incrementó el número de horas trabajadas.
Junto con Singapur (informes PISA y los estudios OCDE), sus escuelas se sitúan en los primeros puestos educativos. Asimismo, el Estado coreano es de los que más dedican de su PIB a la educación terciaria (universidades y escuelas especializadas). Pero el éxito educativo es tributario en gran parte de valores, objetivos y fuerzas que encontramos no solo en la escuela, sino también en la sociedad. Los coreanos entienden que las bases del sistema basado en la meritocracia son fundamentalmente justas. En este sentido, conviene destacar la importancia de la estructura familiar, impregnada de la ética confuciana de piedad filial, que ha contribuido al éxito educativo y a que las cifras de fracaso escolar sean poco elevadas. Asimismo, existe por parte de la sociedad coreana una genuina admiración por el trabajo de los maestros y la importante función social que desempeñan: formar a los ciudadanos del futuro. Se trata de algo valioso, que —lamentablemente— no encontramos en nuestro país. Esto confirma una regla evidente, el éxito del sistema se basa no solo en la educación académica propiamente dicha, sino en que esa educación se prolongue en casa por medio de los valores familiares. La responsabilidad, además de en los profesores, recae también en los padres. Esto es algo que se olvida muchas veces en España, donde el peso de la educación descansa prácticamente solo en la escuela y se olvida que es necesario que la formación en casa sea consistente.
Además, la educación se encuentra en mutación permanente. Es cierto que algunas capacidades, sobre todo industriales, se pueden encontrar en cierto declive, pero la adaptación de la formación a las nuevas necesidades económicas es tremendamente rápida. Por lo tanto, las nuevas actividades (relacionadas con servicios online o contenidos audiovisuales o tecnológicos) encuentran pronto la mano de obra necesaria para su desarrollo. Este ajuste es muy beneficioso.
Todo lo anterior contribuye al éxito de la educación coreana, pero el éxito global tiene su explicación en que la educación no es más que un aspecto (relevante) del proyecto nacional coreano, basado en la firme determinación de los ciudadanos de Corea del Sur de hacer de su país uno de los más prósperos del mundo: la gran mayoría de los ciudadanos están orgullosos de formar parte de ese proyecto.
Mientras que todo lo expuesto hasta ahora es comúnmente aceptado, existe otra explicación que complementa la anterior y que puede ser algo más polémica, pero no menos fascinante. Y se refiere al protagonismo en la vida económica de los grandes conglomerados dominados por familias o chaebols. Numerosos estudiosos consideran que se trata de agentes económicos especialmente comprometidos con prácticas comerciales y tecnológicas innovadoras. Es cierto que este tipo de conglomerados no solo existen en Corea (también los hay en Japón a través de las sogo shosha companies, o incluso en el grupo Carso de Carlos Slim en México), pero es aquí donde han alcanzado su máxima expresión. El ejemplo paradigmático lo encontramos en Samsung Electronics, que vende más teléfonos móviles que Apple (a pesar del traspié del Samsung 7) y es solo una de las 83 sociedades (la más importante, ciertamente) del grupo Samsung. Los chaebols emplean no más de un tercio de la fuerza laboral y producen algo más que la mitad de los bienes y servicios del país. Su formidable posición, sin embargo, no está exenta de situaciones polémicas: se critican las deficiencias de su gobierno corporativo, excesivamente vinculado a la familia de control (otra vez, como ejemplo, el caso de Samsung en relación con el procedimiento judicial que ha afectado a su presidente), la falta de transparencia o las dificultades que encuentran las starts ups en Corea frente a estos colosos. Pero a la postre cabe concluir que los efectos de su actividad han sido más positivos que negativos. Además, han resultado especialmente resistentes y, tras superar determinadas situaciones complejas durante la crisis financiera, vuelven a ser rentables y han retomado su función de motor de la economía.
En conclusión, una educación exigente —como pieza clave de un proyecto nacional— y el protagonismo de fuertes grupos económicos son las razones generalmente aceptadas (no las únicas) que explican el milagro coreano.