La voz melancólica de Zoë Randell del dúo Luluc cantando Reverie on Norfolk Street es hipnótica. Las tardes del pasado septiembre han sido tormentosas en Valencia y los rayos han abrasado la actual carrera ministerial de Carmen Montón. No hace falta ser un ingeniero de la mente para saber que la política está unida a las emociones como la cabeza al corazón, que en la valoración de la conducta de los poderosos o de cualquier persona entran en juego sentimientos como la curiosidad, el enamoramiento y el odio. La falta de interés le lleva a uno a la superficialidad y un vuelo alto puede ser traidor, emborronar los detalles con la lejanía. Sin embargo, un exceso de curiosidad puede resultar invasivo y convertirle a uno en un fisgón. El arrobo por el líder político hace que toda su vida parezca ejemplar o conmovedora mientras que un sentimiento de enemistad lo desfigura en un monstruo. Cada uno mezcla estos ingredientes emocionales en función de su historia profunda.
Como hay que partir de la premisa socrática de que todo el mundo se revela inteligente cuando se le trata como tal, no amagaré y les mostraré lo que ha pasando por mi cabeza estas semanas. Personajes como Alfredo Pérez Rubalcaba, Mariano Rajoy, Rita Barberá o Felipe González me resultan fascinantes por el valor de su personalidad en el ejercicio del poder. Pero líderes políticos como Cristina Cifuentes, Pablo Casado o Carmen Montón no mueven un especial interés en mi. Hacia la ex presidenta madrileña y el nuevo presidente de los populares tengo sentimientos encontrados porque sus actuaciones políticas chocan con mi historia emocional y mis ideales de sociedad. En cambio a la ex ministra de sanidad la escuchaba con una predisposición a la cercanía. Provocaba admiración en mi una mujer que había sido capaz de reuniversalizar la asistencia, de revertir a la sanidad pública las adjudicaciones a empresas en la Comunitat Valenciana venciendo resistencias que parecían insalvables. También sentía respeto por su defensa de una ley sobre el derecho a morir con dignidad que evitará sufrimientos sádicos y estériles. Estos sentimientos en una dirección u otra podrían explicar la respuesta de la gente hacia los implicados en el mastergate: repulsa y castigo para aquellos que despiertan sentimientos negativos o condescendencia y perdón para los que estimamos.
Aunque los tres estudiantes habían recibido un trato de favor inaceptable por ser poderosos, por tener una posición de poder político, los sentimientos de amistad y enemistad o, mejor dicho, la forma en que sentimos influye en la manera de verlos y juzgarlos. Además, el peso de lo que se siente provoca una polarización de las posiciones en una serie de temas políticos de alto voltaje emocional como la unidad de España y el secesionismo, los migrantes o la memoria histórica y el reposicionamiento del franquismo. Por un lado, los haters refunfuñan y lanzan quejas y amenazas sobre el mundo como balas de cañón al rojo vivo. Por otro, los seguidores hacen clic en el botón de me gusta igual que el consumidor ante los productos que le agradan o las ocurrencias de Facebook que asientan sus prejuicios. Los políticos y los partidos siguen esta lógica emocional del consumo para satisfacer a votantes-clientes. Pensamos y sentimos en este tiempo de forma bulímica y dicotómica, conmigo o contra mí, dentro o fuera.
Pero, ante una conducta engañosa o alejada de la verdad de un político, ¿es posible escapar de esta coacción de emociones binarias que nos lleva a cortar cabezas o a comulgar con ruedas de molino y mirar hacia otro lado? ¿Es factible zafarse del tú más o todos sois iguales, es decir, todos somos corruptos?
Quizá, Carmen Montón tenía otra salida. Pablo Casado o cualquiera la tiene. Para acceder sólo es necesario un estar diferente sin arrastrar la mirada, sin aferrarse al poder para sobrevivir. Un hablar distinto en el que pedimos disculpas mirando a los ojos y conseguimos el respeto al compartir el dolor y la vergüenza. Un ser singular que madura también con las experiencias equivocadas. Con lo dicho, no es seguro que la exministra hubiera seguido cien días más, tampoco lo es que Pablo Casado o que cualquier otro político en el futuro abandone la estrategia conspiranoica de la caza de brujas cuando la verdad les abraza. Por desgracia, los que tienen el valor de abrir un camino inédito han desaparecido de esta sociedad ávida de entusiasmo o revancha en la que equivocarse resulta letal.
Si pretendemos un mundo más humano debemos librarnos de ese insensato catecismo de la perfección y de sus reglas de éxito dictadas por el derecho del más fuerte. Necesitamos aprender a protegernos del imperativo de la perfección. Atrevernos a considerar, reconocer, aceptar los errores e incluso los engaños propios y ajenos. Por decirlo todo, la verdadera vida requiere poner en marcha segundas oportunidades para uno mismo y los demás aunque nos persiga la culpa o sintamos odio hacia el tramposo. En la vida política más cercana, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el president de la Generalitat, Ximo Puig, son dos buenos ejemplos de ambición y resistencia pero también de segundas oportunidades.
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Rafael Tabarés-Seisdedos es psiquiatra y psicoterapeuta, catedrático de psiquiatría en la Universitat de València e investigador principal en el Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM) – Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) y en el Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Clínico Universitario de Valencia (INCLIVA)