Septiembre para mí es enero. Imagino que como para muchos. Lo único que los diferencia es el calor que aún sigue siendo protagonista de nuestros termómetros en la terreta.
Vuelta al cole suave. Vuelta al cole con dosis aún inacabadas de endorfinas veraniegas al poder seguir a remojo y disfrutar de tardeos todavía soleados que no es poco. Una transición lenta y gradual de la que nos beneficiamos miles de valencianos antes de adentrarnos en la más pura rutina hibernal. Y menos mal porque este año lo de las DANAS parece animal.
Dicho esto, hay varios tipos de personas en este nuevo año emocional que comienza: las que contestan hasta final de mes “vacaciones cortas”, los que inundaron con fotos su muro de Instagram y, por tanto, a los que no hace falta preguntar, los vengativos que eligieron septiembre para irse a las baleares y, por supuesto, los padres.
Estos últimos, progenitores con ansia viva de que comiencen de una vez los coles y tomar distancia con su prole. “Pues yo tenía ganas ya de retomar la rutina”. Lo tratan de camuflar pero no hay duda que su medicina parece estar en la vuelta a la oficina. Otros lo declaran abiertamente: “Si llego a saber que estas serían mis vacaciones no me quito el DIU ni aunque me paguen millones”. Y los que toman conciencia de su nueva realidad con cierta melancolía: “Nos damos cuenta que esos veranos de la adolescencia a partir de ahora brillarán por su ausencia”.
Un regreso a las aulas que se ha hecho de rogar durante unas cuantas semanas y que ha ido descompasada con los horarios laborales y la vida familiar. Y si esto ya es difícil de conciliar a lo largo del año, los malabares y la imaginación de padres y madres, a la fuerza, ha hecho acto de presencia.
Este paréntesis, por llamarlo así, es tierra de nadie. Un periodo con vacío legal sobre qué hacer con tus hijos ante la inexistente actividad de colegios, totalmente incoherente con la puesta en marcha de la maquinaria adulta profesional. Y no vale justificarlo con los horarios de adaptación de las guarderías los primeros días de septiembre porque son bromas de mal gusto. Rascarse los bolsillos y pagar por horas a un cuidador/a supone, si no hay otra alternativa, otro disgusto. “Hacer el septiembre”, lo califican en su jerga de canguros.
La empatía de algunos jefes para el teletrabajo de aquellos que pueden como opción ha sido una posible solución. Conozco algunas empresas que invirtieron en espacios infantiles dentro de sus compañías como ayuda en esta época de espera y anarquía.
Pero entonces ¿Es cuestión de resistir, tener fe en ciertos movimientos solidarios y aceptar que cada principio de septiembre se repetirá el mismo escenario? Y ante este desolador panorama, mencionarlos a ellos es necesario: los abuelos. Seres multitareas y predispuestos a pasar todo el día con el nieto y, por ello, nuestro gran consuelo.
Saliendo de un portal con un carrito, leyendo un periódico a la sombra junto al bebé dormido, de la mano con el niño bajando al río y miles de situaciones más en las que estos días he visto a los abuelos saliendo de su hogar para trabajar. Jubilación lo llaman algunos.
Para aplicar a tal puesto laboral se requieren años de experiencia previa en criar y se valora positivamente disponer de una agenda 24/7 flexible a merced de la urgencia familiar. Por supuesto, no está remunerado. Pero para compensar, no se puede opinar. Durante dicha jornada, lo que pase en casa de los abuelos se queda en casa de los abuelos. Tus pagas al dentista, ellos los caramelos. Es el dulce precio que hay que pagar.
Salvando las distancias, hago una reflexión: se habla y se debate mucho sobre el verbo “abusar” y me pregunto si quizás debería incluirse en estos términos ciertos derechos a los abuelos en algunos códigos de tipo legal.
Todos entendemos que, en la mayoría de casos, hay consentimiento y libertad pero ¿Qué pasa cuando un abuelo lleva varios fines de semana sin su timba de cartas porque su hijo/a le pide más vida social además de cubrirle en horario laboral? ¿Dónde están los límites? ¿Cuánto de culpa tienen los padres y cuánta la coyuntura económico-social? ¿Qué pasaría si un día convocan una huelga general?
Muchas preguntas aún sin contestar. Porque hacerlo quizás genera malestar. Pero si tengo una cosa clara es que los verdaderos responsables de nuestra vida disfrutona y hedonista, no son las vacaciones ni el sistema capitalista, son ellos.
Quizás detrás de una familia que progresa existe un abuelo que se interesa. Detrás de un nieto bien alimentado, hay una abuela con recetas que dejan a un regimiento entero saciado. Virtuosas tareas difíciles de renunciar que como poco deberíamos elogiar.
Pero como manda el sabio refranero español: “A todos los cerdos les llega su San Benito”. Y quizás algún día, querido progenitor, cuando creas que al fin tu pajarillo vuele del nido, te toque dar lo recibido.