VALÈNCIA PLAZA. ¿Qué qué es eso del submundo? Pues un lugar en el que conviven seres de todo tipo, como vampiros, fantasmas, demonios, brujas o extraterrestres y en el que reina una identidad cambiante, líquida, de la que siempre es posible desembarazarse para construirse otra, además de una muy saludable libertad sexual. Es ese un espacio de ficción que comparten muchas series de género, puramente comerciales y dirigidas a un público joven, como Midnight Texas, Killjoys o Los 100, actualmente en emisión, la ya finalizada Lost girl (titulada en España La reina de las sombras) o las más conocidas y ya clásicas Buffy cazavampiros, True blood o Torchwood, entre otras. Sí, cierto, algunas de las citadas, aunque simpáticas, son malas, series de relleno, y desde luego nunca formarán parte de la lista de las 100 mejores de la historia. Pero conviene detenerse en el desparpajo y la naturalidad con los que exhiben cuestiones de identidad, raza o género, así, como quien no quiere la cosa, ofreciendo los mejores ejemplos de convivencia multicultural y libertad sexual, entre aventuras espaciales, luchas de hombres lobo y efectos especiales de andar por casa.
Es interesante destacar como todas estas series ubican la acción en comunidades en las que conviven todo tipo de especímenes: humanos, sobrenaturales, extraterrestres, mutantes e híbridos mitad humanos mitad cualquier cosa. Seres que, desde el punto de vista étnico, pueden ser de cualquier color y origen: vampiros negros, humanos orientales, brujas indias. En resumen, una exhibición total y magnífica de sociedad igualitaria mestiza, diversa y multicultural.
Midnight Texas, actualmente en antena, adapta los libros homónimos de Charlaine Harris, autora también de Southern Vampire Mysteries, a su vez base de la enloquecida serie de Alan Ball, True blood. Como en Bon Temps, donde vivían sus aventuras Sookie Stockhouse (Anna Paquin), y los vampiros Bill Compton (Stephen Moyer) y Eric Northman (Alexander Skarsgård), Midnight es un pueblo en el que conviven humanos y un puñado de seres sobrenaturales (un ángel caído con sus alas, un vampiro, varias brujas, un hombre tigre!!). Aquí no se dedican a liarse todos con todos, como en True Blood, sino a luchar contra las fuerzas del mal, lo que no impide, por supuesto, que mantengan relaciones sentimentales y sexuales entre sí. En el grupo protagonista destaca especialmente, para lo que nos interesa resaltar aquí, el matrimonio gay entre el ángel caído y un demonio, ejemplo de pareja estable del pueblo.
Por su parte, Killjoys es una serie canadiense de aventuras espaciales que, wikipedia dixit, “sigue a un trío de cazadores de recompensas en un sistema planetario distante y políticamente inestable llamado Quad. El grupo intenta permanecer imparcial mientras se está por desatar una sangrienta guerra de clases”. El trío en cuestión está compuesto por dos hermanos blancos, John y D’avin, y una mujer negra, Dutch (Hannah John-Kamen), que es la jefa y el personaje central. En torno a este grupo protagonista van surgiendo otros de variada identidad sexual y étnica. En una interesante inversión de los roles típicos, Dutch es la que resuelve, la que salva a sus compañeros. Además, muy especialmente D’avin (Luke MacFarlane) cumple, con cierta frecuencia, el papel de objeto de deseo de la protagonista y de otros habitantes del Quad tanto masculinos como femeninos. En estos momentos, la serie va por su tercera temporada y ya ha renovado por dos temporadas más, hasta la quinta que será la última.
Killjoys está creada por la guionista y productora Michele A. Lovretta, responsable también de la antes citada Lost girl. Esta serie cuenta la historia de una mujer que es, atención, una súcubo, esto es, un demonio femenino que mantiene relaciones sexuales con los hombres para absorber su energía vital, una figura mitológica de largo recorrido en varias culturas. La protagonista descubre su condición de súcubo cuando mata sin querer a su novio al acostarse con él. Traumatizada por ello, quién no lo estaría, huye hasta encontrar una comunidad de faes (seres fantásticos) con los que aprende a controlar sus habilidades supernaturales y descubrir la verdad sobre sus orígenes. A partir de esta premisa se despliega un mundo de criaturas fantásticas de todo pelaje y condición, que conforman una comunidad de gente diversa que incluye también humanos. Bo, que así se llama la súcubo, es bisexual y mantiene dos relaciones amorosas fuertes, una con un hombre lobo y otras con una humana, además de otras puramente sexuales indistintamente con hombres o mujeres, lo que sucede también con otros personajes de la serie.
Hemos citado al principio Torchwood, con su maravilloso protagonista pansexual, o Buffy cazavampiros, con ese Sunnydale habitado por todo tipo de seres. Todas ellas, las de antes y las de ahora, son series de género fantástico y no es descabellado plantear que esa adscripción ofrece una buena coartada para hablar de diversidad en toda su extensión. Parece que el recurrir a lo sobrenatural o el salir fuera de las fronteras de la Tierra permite saltar también otras barreras, identitarias, sexuales o étnicas. Los personajes parecen compartir una identidad líquida, muy de nuestros tiempos, problemática pero también flexible, que puede cambiar y transmutarse. Tal vez habría que añadir a este grupo la última y extravagante creación de las hermanas Wachowski, Sense8, que aunque es cierto que nace con un marcado sello autoral, inexistente en las series citadas, comparte con ellas unas cuantas cosas, siendo, como es, un canto a la libertad sexual y a la diversidad en todas sus formas.
Es posible que, si han llegado hasta aquí, también haya surgido en sus mentes el recuerdo de la saga Crepúsculo, con esa convivencia entre humanos, hombres lobos y vampiros. No cabe duda de que comparte la presencia de identidades híbridas, pero las series mencionadas están, afortunadamente, en las antípodas de la nociva y ultraconservadora visión que del sexo, la familia y los roles masculinos y femeninos ofrecen las películas de los lánguidos vampiros. Lo cual es una muy buena noticia. Estas series de género fantástico, de consumo rápido y dirigidas a un público adolescente y juvenil, sin pretensiones autorales ni intelectuales, hechas para la pura diversión o para el relleno de horas de programación, presentan de forma inequívoca el ideal de un mundo donde cualquiera puede vivir y amar, sin importar el origen, la preferencia ni la identidad. No es poco.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame