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EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV

'Cantares', un programa que demostró la neurosis de España con su cultura popular

Cuando la copla estaba en declive absoluto, Lauren Postigo rindió un homenaje al género en 1978 del que hubo burlas hasta 10 años después, con el “Maricón de España” de Martes y Trece

VALÈNCIA. Presente en la emisión del programa Rock’n’Roll Animal de JF León desde el Rock Museum de Barcelona, me quedé con una frase que dijo Juanjo Castellano, propietario de la (maravillosa) colección de guitarras que se expone: “Hace cuarenta años, si iba alguien con la ventanilla del coche bajada y flamenco a todo trapo, se le consideraba un indeseable, ahora, sin embargo, ese flamenco es cultura”. 

Tenía mucha razón a la hora de señalar la relación absolutamente neurótica que tiene España con la cultura popular, la importada y la propia. Se producen rechazos viscerales y, en cuestión de pocos años, hablamos de filias llegan al fetichismo mediático con facilidad. Es incluso normal que las mismas personas protagonicen ambas fiebres en muestras de esquizofrenia que, con suerte, solo entienden ellos. Primero te rechazan por escuchar algo equivocado, luego te explican por qué tienes que escuchar eso obligatoriamente. 

Solo la perspectiva de quien ha podido entender el paso de los años desarma estos oportunismos. Se puede incluso trasladar a lo social. Los que hoy defienden lo que ellos se imaginan que es lo español y están promoviendo o disculpando pogromos contra inmigrantes, hace cuarenta años estarían pidiendo que se pudiese abrir fuego contra los hijos del aluvión, a los que considerarían, como los consideraba entonces mucha gente, bestias salvajes sin civilizar por una sencilla razón: no tenían recursos. 

El discurso antiinmigración actual aplicado cinco décadas atrás, en lugar de sonido Caño Roto, habría dado lugar al sonido huesos rotos. Porque en aquella época sí que había una oleada de criminalidad insoportable. Los jóvenes tenían que buscarse la vida, porque ganársela, como habían hecho sus padres limpiando escaleras, recogiendo chatarra o poniendo ladrillos por sueldos de hambre, no era una opción racional. Ya habían visto cómo era. 

Contra ellos, y contra sus antepasados, porque es algo que se puede rastrear leyendo desde finales del siglo XIX y todo el XX, lo que hubo fue un genuino racismo, aunque estuviesen todos bajo la misma bandera sagrada de la patria. Y es algo lógico, porque las teorías racistas se acuñaron para justificar por qué ciertos grupos de personas tenían que ser esclavos desde su nacimiento. Ese mecanismo, mutatis mutandis, se puede extrapolar a todas las épocas. A la actual, especialmente. 

Pero volviendo a la cultura popular, pocas histerias de amor-odio, casi como la letra de algunas de sus canciones, ha habido con la copla. Durante siglos, vista como caspa y mundo rancio televisada para ancianos agonizantes y amas de casa; desde hace unos años, divas con biografías espectaculares que hay que reivindicar. 

El programa Cantares de TVE es el mejor ejemplo para entender este torbellino y cómo se repiten las mismas dinámicas constantemente. En 1978, cuando fue emitido, la copla ya estaba póstuma. Las nuevas generaciones estaban a otra cosa y para los mayores representaba el recuerdo de su juventud, con los transistores de los años 40 y 50. El programa de Lauren Postigo apareció como algo disruptivo. No quieres caldo, pues toma dos tazas. Y arrasó. Tanto que, como ocurrió con la serie Curro Jiménez, saltó de la pequeña pantalla a teatros y plazas de toros. En el verano de su único año de emisión, el programa se fue a ofrecer actuaciones en directo por pueblos y ciudades. Pero, pese al fervor popular, tanto en las audiencias como en los espectáculos, la prensa cubría el espacio con retintín. En El País se hablaba de “reencarnaciones”, para burlarse de las entrevistas, o se decía que frente a las cámaras desfilaban “personajes kitsch”.

Esa distancia que pudieron poner los españoles de la época que ya se consideraban a salvo de la posguerra, se transformó prácticamente en violencia a manos de Martes y Trece. Le llamaron al presentador Lauren “Castigo” y le hacían entrevistar a un tal Tony Sevilla que cantaba “Soy maricón, de España”. Y nunca soltaron la presa, en 1992, cuando ya estaban iniciando ellos su declive, siguieron burlándose de la edad de los invitados, con esa Paca de Carmona, sorda que se ayudaba de una trompetilla para escuchar al entrevistador. 

Postigo pagó caro salirse de la norma y apostar por algo pasado de moda o que no estaba en boga en ese momento, incluso diez años después. Sin embargo, en 2025, tirando del archivo de RTVE, qué tesoro es Cantares. Uno de los programas más interesantes para ver ahora de todos los que tiene colgado el ente. 

Por ejemplo, en el dedicado a Pepe Blanco, te puedes caer de culo con cómo presenta al artista. No hay parodia posible que pueda superar la realidad. Dice así el presentador: “Para mí, el gran éxito de Pepe Blanco es que la canción española siempre era oída de labios de mujeres y de algún cancionero afeminado, salvo honrosas excepciones, como por ejemplo, Angelillo, y de pronto irrumpe en la canción española una voz tremendamente varonil, una voz acompañada con unos gestos y ademanes, que olían a hombre, llenos de marchosería y de garbo. Yo os presento esta noche al introductor del machismo en la canción española: Pepe Blanco”. 

Pese a los comentarios anacrónicos, irreproducibles en la actualidad, y que son bastante graciosos si tienes sentido del humor, el programa tenía mucha sustancia. Para mí, estaba en el enfoque de las entrevistas, siempre atentas a las infancias y primeros días de los entrevistados, detalles a los que se presta poca atención generalmente y explican muy bien a los personajes. 

Así descubrimos a una María Jiménez que dice que no se va a inventar que su padre tiene dos fincas para evitar reconocer que era pobre. Es curioso, porque hoy se da más prestigio a un origen humilde y hay quien sufre por no tenerlo. Ella no endulzaba su pasado, como tendía a hacer entonces mucha gente: “En casa teníamos necesidad y todos trabajábamos, mi madre trabajaba en la calle y yo le ayudaba, liábamos mantecados, limpiando suelos…”. Hasta que llegó la emigración: “Nunca me he fugado de casa, mis padres sabían que era por necesidad, les dolía muchísimo, y a mí también, que me fuera de casa tan joven, con 15 años. Estuve de criada en Barcelona, que ahora se le llama empleada del hogar, es más fino. Lo hacía todo en la casa, me levantaba todos los días a las seis y media, la hora a la que me acuesto ahora”. 

Al margen de la frase final con la que remata, una genialidad, son unas líneas biográficas que se ven reflejadas en la situación actual de miles de mujeres inmigrantes en España. Y se conoce que, para algunos, cuando se mira atrás, no hay verdad más incómoda que la del espejo.

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