VALÈNCIA. Está emitiendo TVE una docu-serie, La conquista de la democracia, que pone de manifiesto el fracaso de la cultura en España. Entiéndase por la cultura todo lo que suponen los actores políticos, académicos, periodísticos, intelectuales y, en la actualidad, influencers también.
Durante los años 80 y primeros 90, la Transición no era una palabra que suscitase mofa ni comentarios chistosos por parte de la izquierda. La inmensa mayoría recordaba los años 70, porque los había vivido, como una época de lucha y movilización que acabó en victoria. Después de una dictadura férrea, muy bien diseñada por Carrero Blanco para perdurar tras la muerte de Franco, su piedra angular, se consiguió una democracia.
Como en toda transición, ya sea la alemana, la rusa e incluso la italiana, que acabó con Mussolini colgado por los pies, hubo zonas porosas y continuidades, también amnistías y hasta impunidades. A nadie en los 80 se le escapaba ese detalle y no era en absoluto infrecuente en cualquier conversación sobre problemas del país recordar que el régimen nunca fue llevado a juicio.

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Sin embargo, ocurrieron dos fenómenos al llegar a los 90 con el país integrado en Europa. Se había experimentado una transformación impresionante y Victoria Prego, en un trabajo muy competente, documentó la trama política que condujo a la Constitución. Aquella serie causó impresión y, ante la evidencia de cómo se había modernizado España, surgió el rédito político de apropiarse del origen del cambio, la propia Transición.
La democracia española recuperada tenía tres mitos. El consenso, que facilitó los cambios pese a la violencia que se empleaba para impedirlos; la amnistía, cuyo diseño correspondió a la izquierda, incluido el borrado de los delitos de los represores, que se reivindicó desde finales de la Guerra Civil por los perdedores y se articuló en la línea marcada por los comunistas de Reconciliación nacional, y finalmente, el 23F, cuando el rey se situó del lado de la democracia en el golpe, aunque los últimos hallazgos históricos a partir del sumario del juicio pongan de manifiesto algunos matices comprometedores de su actuación, que no fue tan heroica, y de las intenciones de Armada, que pudo interpretar de manera un tanto chapucera y personal la autorización regia a parar un posible golpe proponiéndose él como cabeza de un gobierno de concentración, amén de las conspiraciones palaciegas para derribar a Suárez, que llegaron demasiado lejos. Pero nada, en su conjunto, que haya demostrado que Juan Carlos tuviera intenciones de transformar el sistema por la fuerza.
Estos tres mitos, a la vista del éxito de la democracia, se convirtieron en un manjar suculento para las estrategias políticas modernas y hubo cierta tendencia a emplearlos para mandar callar a los sectores críticos de la población. No obstante, todo esto ocurrió veinte años después de los 70 y no definía lo que ocurrió en esa década. Y, sin embargo, para las nuevas generaciones sí era así. Sigue siéndolo. La Transición era lo que decía la propaganda y, como se estaba en contra de los emisores de esa versión torciera de lo ocurrido, se estaba también en contra de la Transición. Razonamientos muy “sutiles”.
La llamada cultura y parte de la izquierda encontró un tentetieso ideal para golpear día y noche. Con la crisis de 2008 y el 15M, la nueva izquierda emergente se empecinó con ese trend, que no merece otro nombre, porque el debate histórico brillaba por su ausencia, era absolutamente indocumentado o tenía unas lagunas como agujeros negros. La generación crecida en democracia era especialmente adanista y muy tendente a definirse por lo cool. Darle a la Transición como un monigote que representaba a los dinosaurios en el poder y sus malas artes, era intelectualmente cool y formar parte del grupito guay del patio del cole estaba, y sigue estando desgraciadamente, muy por encima del pensamiento honesto y deductivo.

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¿Por qué periodistas que deben estar informados o académicos que deberían enseñar a pensar hablaban con desconocimiento bochornoso de los años 70 en España? Por el fracaso de la cultura. Bien es cierto que las fuerzas nacionalistas tenían y tienen entre sus objetivos derribar los mitos que configuran el actual Estado que aspiran a debilitar o liquidar, pero entre la izquierda nacional esta tendencia alcanzó matices de moda, y así se vio reflejado en libros, películas y series de manera patética, como una tendencia con eslóganes que introducir porque gustaban, porque eran lo que se quería oír y se ponían por delante sin tener ni guionistas ni escritores ni público ni idea de lo que se estaba diciendo.
El resultado de este alud de estulticia supuso denigrar a una generación que sufrió lo indecible, escupir sobre los logros más importantes de la izquierda durante todo el siglo XX –una izquierda asesinada y perseguida, siempre en desigualdad- y distorsionar la Historia de su propio país hasta hacerla irreconocible ante los hechos contrastados. Una vergüenza lamentable que, ahora, al menos, ha cobrado un tono humorístico, cuando es la creciente y amenazante extrema derecha la que se ha apropiado de términos como Régimen del 78.
Y es también ahora, en 2025, cuando llega una docu-serie a gritar, con rótulos incluidos, los hechos históricos más elementales de aquel periodo. A modo de resumen, aunque pueden leerlo en versión larga, esos hechos se reducen en que la dictadura continuó después de la muerte de Franco, él murió en la cama pero el régimen no. Las intenciones de Juan Carlos y el propio Adolfo Suárez no eran llegar a nada parecido a la Constitución de 1978, sino que los primeros diseños del sistema apuntaban a unas libertades más restringidas, y que todo eso se desbarató y dirigió hacia un sistema democrático presentable desde la calle y, posteriormente, desde unos escaños que nunca fueron mayoritarios.
La docu-serie va a lo esencial sin meandros: el papel de las movilizaciones de trabajadores en 1976 y, previamente, la lucha estudiantil. Hay una comparación interesante, mientras en París en mayo del 68 los jóvenes se manifestaban por eslóganes utópicos, aquí era por las libertades básicas. Es una diferencia importante que parecen no captar quienes hoy no se distinguen de sus iguales en países vecinos.
No hay políticos en la serie, está todo elaborado con imágenes de archivos y los testimonios son de protagonistas de a pie. Yo no pongo un duro ya por la honestidad intelectual de nadie, porque en la actualidad asistimos a la devastación de cualquier debate coherente sobre nada, pero estará bien que la vea más de uno; todos aquellos que se mofan con prestancia de lo que hizo esa generación y le echan la culpa de lo que ellos, desmovilizados, sin militar en absolutamente nada que no sea el teclado, no han sido capaces de lograr con las herramientas que les legaron.

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