VALÈNCIA. Se acumula la faena y no puedo más que alegrarme. No me queda más remedio que, en esta columna quincenal, reunir en un solo texto tres buenas series españolas a fin de tener la posibilidad de hablar de ellas. Y es que ha coincidido en estas semanas la llegada de tres series españolas altamente recomendables y muy diferentes en temática, estética, tono e intenciones. Una buena noticia, no hay duda. A ver, hay diferencias en la consideración que merecen, porque una de ellas es una joya con una personalidad única, y así va a quedar para la historia, y las otras dos son dos buenas producciones, sólidas y bien hechas, de talante bastante distinto. Vamos a ello.
Poquita fe
Esta es la joya, por supuesto. En realidad, lo que ha llegado es su segunda temporada; ya tuvimos ocasión, hace dos años, de disfrutar sus seis primeros episodios y de caer rendidos ante la creación de Pepón Montero y Juan Maidagán. El reto era comprobar si en esta continuación mantenían el altísimo nivel y desde ya les digo que sí. La serie sigue igual de descacharrante, tierna, inteligente, ingeniosa, irónica, original y sorprendente. Puedo seguir poniendo adjetivos, pero lo dejaremos en que es una absoluta delicia. Sus seis nuevos y breves capítulos saben a muy poco y nos encantaría seguir acompañando a Berta, José Ramón y sus familiares y allegados.
Magníficamente interpretada en su conjunto, con Raúl Cimas, Chani Martín, Marta Fernández Muro, María Jesús Hoyos o Juan Lombardero, no puedo dejar de destacar a Esperanza Pedreño, que llena su personaje de una mezcla preciosa de fragilidad y determinación, imposible no amarla. Lo cierto es que sus creadores sacan oro de los gestos cotidianos y de eso que llamamos la vida normal y corriente, sea en familia o en el ámbito laboral. Algunos de sus gags y secuencias van a quedar en la memoria colectiva, como ya sucedió con la desternillante escena de los besos de la primera temporada, entre otras varias.
Y es ejemplar el uso del falso documental, con los personajes hablando a cámara, sean los protagonistas o solo alguien que pasa por allí. Pero lo que la hace verdaderamente grande es que, más allá de las risas, hay una especie de tristeza de base, una melancolía perenne, puesto que lo que refleja es lo absurdo de nuestras vidas, la estrechez de nuestros horizontes y la monotonía en la que vivimos, todo eso a lo que nos obliga un sistema que no entendemos y nos aplasta. Y, además, en esta segunda temporada, con el terrible problema de la vivienda como telón de fondo de todo ello. No se puede pedir más. De verdad, que nadie se la pierda.

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El centro
¿Espías españoles? ¿El CNI de protagonista? Probablemente alcemos una ceja en señal de escepticismo ante una serie sobre esas cuestiones, pero ha llegado El centro, un thriller de espionaje creado por David Moreno, para demostrar que se puede hacer y se puede hacer bien. Nos creemos a estos espías que no son remedos de los hombres y mujeres de acción de las ficciones USA y tampoco de los antihéroes tristes de John Le Carré: podemos imaginar personajes así en nuestra realidad española. Se ha vencido la tentación de imitar modelos del cine anglosajón, que es el que ha creado nuestro imaginario al respecto, para construir un relato con muy buen ritmo, que no desdeña las escenas de acción y tensión cuando corresponde y en su justa medida.
Dosifica la información y entendemos lo que está sucediendo, algo que no siempre pasa en thrillers de espionaje, de esos en los que somos incapaces de unir todos los hilos del argumento y contarla con orden, véase The agency (2024), excelente desde muchos puntos de vista, pero incomprensible y opaca no pocas veces. El centro no desarrolla muchas tramas, lo cual se agradece, centrándose en la historia principal y en los personajes, en la condición humana. Para que eso funcione necesitas buenos intérpretes bien dirigidos, y ese es el caso: un eficacísimo Juan Diego Botto, Clara Segura, Tristán Ulloa, excelente, Elena Martín o David Lorente (este hombre lo hace todo bien) brillan a un alto nivel. Una buena serie de género, muy sólida, creíble y entretenida.

- El centro
Pubertat
Una agresión sexual entre adolescentes es el punto de partida de la nueva serie creada por Leticia Dolera y rodada originalmente en catalán, quien también dirige y se reserva como actriz un personaje con mucha miga, una periodista feminista militante que, ante lo que sucede, ve tambalearse alguno de sus principios. Tengo que confesar que comencé a verla con cierta prevención, ante la posibilidad, nada fantasiosa, de que la importancia del tema se comiera a la obra audiovisual y que la tesis pasara por encima de cualquier otra cosa, algo que sucede demasiadas veces, pero no es así. Entre otros motivos, porque no hay tesis, sino la constatación de la enorme complejidad, las muchas aristas y raíces que un hecho semejante implica.
Lo que Dolera cuenta es la dificultad de asumir lo sucedido por parte de los y las adolescentes y también de los adultos, las muchas dudas y el desafío que impone entre todas las personas afectadas y la comunidad entera. Hay que decir que el primer capítulo resulta demasiado convencional y poco prometedor, porque parece presentar algo que ya hemos visto muchas veces contado de ese modo, pero los siguientes episodios mejoran muchísimo respecto a ese y levantan una serie que encara con decisión la complejidad humana y la incomodidad que provocan determinados aspectos, como la sexualidad adolescente, o la obligación de los adultos de mirar dentro de sí mismos para expulsar violencias y prejuicios profundamente arraigados.
Ambientada en una colla de castellers, el levantamiento del castell, siempre tan emocionante y épico, se convierte en una poderosa metáfora de la situación, a la que la serie saca mucho partido: los adultos mayores se colocan abajo, creando la base a partir de la cual han de sostener y elevar a los más jóvenes, porque coronar el Castell, como la educación de los hijos y las hijas, es responsabilidad de toda la comunidad. Una serie que no va por caminos trillados y exorciza el peligro de los clichés. Muy recomendable.

- Pubertat