Series y televisión

'Slovo patsana', historias de las mafias juveniles en la decadente URSS de los 80

La serie ha sido un éxito en Rusia y ha llegado a verse en Ucrania y otros países con pasado soviético, pero muestra la decadencia de la sociedad crepuscular soviética

VALÈNCIA. Decíamos ayer que la violencia y el crimen es lo que más fascina al gran público, hasta tal punto que cuesta encontrar productos de ficción que no estén cortados por ese patrón. Ocurre incluso cuando miras qué están sacando en otros países. Parece como que cada nación gusta de mostrar lo peor de sí misma. Se podrían organizar unos premios a la criminalidad más edificante.

Fuera de la invasión anglosajona y su crimen organizado, por todos conocidos su amplio catálogo de clichés, merece la pena detenerse en Slovo patsana (la palabra del chaval) sobre cómo, a finales de los 80 en la agonizante URSS, se formaban pandillas callejeras de adolescentes que funcionaban ya como proto-mafias.

El título de la serie, que alude a la palabra dada, es algo obsesivo en el mundo cultural eslavo. Si no tienes palabra, no tienes nada, se suele decir. En el cine de Alekséi Balabánov se insistía mucho en eso. Había una escena en Brat en la que un criminal le prometía a un rival que no lo iba a matar y, luego, cuando no lo hacía, aunque lo lógico era que lo hiciese, le decía “¡pero si te he prometido que no lo iba a hacer!”

Esa escena, que para nosotros puede parecer un poco chorra, para el mundo eslavo era perfectamente lógica y graciosa. Eso no quiere decir ni mucho menos que los criminales sean gente honrada por esos pagos, con un código ético irrenunciable, pero en el sustrato hay ese tipo de mitos y entre los eslavos no es infrecuente querer verse a sí mismos como gente íntegra, para bien o para mal. Tanto si te van a ayudar como si te van a destrozar, les gusta imaginar que siempre lo hacen sin dobleces.

En esta serie, esa idea es el eje de todo el argumento. La palabra dada es la ley, romperla te convierte en un paria. Y con inteligencia, el guión plantea situaciones en las que los protagonistas deben elegir entre su familia, que está en peligro, y la palabra dada a la pandilla. La división social cuando se entra en este mundillo del crimen está clara. Unos son patsan, los kies, en nuestra jerga; y otros los chushpan, los pringaos. El protagonista es un chico sensible, que toca el piano, y veremos cómo en el proceso va embruteciéndose, pasando de chushpan a patsan. Aunque por lo que se pelean estas pandillas es por el chocolate del loro, objetos de muy poco valor como para dejarse la piel en ellos. Una de las grandes tramas de esta temporada es sobre una videocámara. Nada que ver ni siquiera con el menudeo de hachís.

Pero aprovechando que citamos a Balabánov, hay que decir que su espíritu está bastante presente en esta serie. No llega al punto de corrosión del desaparecido director de cine, pero la decadencia de la sociedad soviética crepuscular se muestra con bastante crudeza. No se pueden comparar las escenas ni el medio, pero en Slovo patsana, cuando en los primeros compases los protagonistas se encuentran a un hombre borracho tirado en el suelo, uno llama a una ambulancia y dice “tiene señales de un derrame cerebral”, el otro le pregunta por qué dice eso si solo parece que ha bebido, y este le explica “porque si digo la verdad no vendrán a por él”. Acto seguido intentan evitar que se congele.

Sin embargo, Balabánov cuando indagó en la URSS de los 80 ya no era el de Brat y eso de los códigos de honor se lo pasaba por el forro. Su sociedad soviética retratada en Gruz 200 era enteramente corrupta, podrida y extremadamente violenta. Ya dijo por esas fechas, cuando Putin empezó a dar pequeños pasos para sentar las bases de su dictadura, que no veía ningún futuro halagüeño en Rusia. Acertó bastante y ahora sus filmes, especialmente este, ya no solo describe el pasado sino que sirve también para el presente, especialmente en este momento en el que el gruz 200 (traslado de cadáveres de soldados) está a pleno rendimiento.

Lo que sería impensable es que una serie realizada por dos productoras rusas de contenidos de elevados presupuestos y gran difusión tocase ciertas teclas que apuntasen al poder. Si en Gruz 200 la podredumbre moral y el delito emanaban de arriba, del poder, de los políticos y las Fuerzas de Seguridad, aquí esos mensajes brillan por su ausencia. Se muestra, de hecho, una policía debilitada, con corruptelas, y poderes políticos, como las Juventudes Comunistas, están dirigidas por personajes grotescos que invitan a mofa. Casi, casi la serie está pidiendo mano dura como mensaje de fondo.

Es más, hay quien encuadra esta serie en una estrategia propagandística para mostrar al ciudadano ruso lo mal que estaba antes y cómo han mejorado las cosas, al menos para los jóvenes. Lo que sí que queda claro es que aquella generación soviética solía pasar muchas horas sola porque sus padres trabajaban de sol a sol para tener muy poca cosa y lo que lograron, perderlo en los 90 devaluado, liquidado o sustraído. Fueron chicos, muchos de ellos, abandonados a su suerte y toda esa cultura pandillera nace de ese fenómeno.

Lo que sí que se parece es la fotografía. Ambas excelentes, captando la Rusia de provincias, con sus armatostes industriales por todas partes y las viviendas prefabricadas, khrushchovkas, con todo su encanto y su miseria. Solo por la iluminación tenue, el desgaste de los objetos cotidianos y la reproducción exacta de los interiores de las casas ya merece la pena.

El escenario de Slovo patsana es Kazán, en la República de Tastaristán. Sus pandillas juveniles, por lo visto, fueron un hecho histórico especialmente reseñable y, evidentemente, se sitúa en este tipo de fenómenos el auge de las mafias de los años 90 que, mediante un baño de sangre, se apoderaron de los recursos del país hasta hoy. Contó la prensa tras su estreno que los rusos buscaron en Yandex más sobre esta serie que sobre la “Operación militar especial”, y parece que en países como Ucrania y Georgia no se han resistido a verla. Es el poder trascendente de la nostalgia compartida de una juventud, aunque unos quieran huir de aquello y otros se empeñen en volver.

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