No es ningún secreto que ni el Gobierno español, ni tampoco los gobiernos autonómicos, se tomaron en serio la amenaza que suponía el coronavirus, y no adoptaron suficientes medidas al respecto. No es sólo el recuerdo constante de lo que se nos dijo hasta el 8 de marzo y el cambio de discurso a partir de entonces; ni que las medidas de distanciamiento social tardaran en adoptarse mucho más de lo que dictaba la prudencia. Ahora aflora el problema, incubado (como el coronavirus) durante semanas, de que tampoco se hizo acopio de material, ni se preparó el sistema sanitario para lo que se nos venía encima.
Todo eso es verdad. Pero también es verdad, sorprendentemente, que los países que vienen detrás en la fila tampoco parece que aprendan de nuestros errores, como nosotros no aprendimos de Italia, ni Italia de China. Con algunas excepciones (el caso de Corea del Sur parece el más claro), los gobiernos no han reaccionado hasta que no tenían más remedio, y lo han hecho pagando (y muy caro) el precio de hacerlo tarde, en términos de vidas humanas, colapso del sistema sanitario y daño a la economía y a la situación de las personas.
Esta es una situación que se repite prácticamente en todos los países, conforme el coronavirus llega a sus fronteras. Aunque cada uno lo afronta de una manera, generalmente al principio se adoptan medidas laxas, o ninguna medida, y sólo cuando está claro que los contagios se han descontrolado es cuando las cosas se ponen en marcha, en todos los sentidos: restricción de movimientos y de otros derechos, centralización administrativa, acopio de materiales, movilización de recursos sanitarios, medidas económicas para mitigar los daños para ciudadanos y empresas...
Racionalmente, es incomprensible actuar así, sobre todo cuando los gobiernos y las sociedades ya han tenido ocasión de ver cómo evoluciona la cosa en otros países. En particular, es incomprensible que los países europeos que han dispuesto de unos días preciosos para observar el ejemplo italiano no los hayan aprovechado para tratar de impedir un destino similar al de Italia, pero el caso es que así es. Si España hubiera adoptado medidas de contención mucho más exigentes con la población desde el principio, si hubiera hecho acopio de materiales antes, etcétera, es evidente que el impacto del coronavirus, sobre el sistema sanitario, sobre la población, y sobre la economía, sería menor. Así que el exceso de previsión habría sido mucho más beneficioso para la población que modular las medidas "al día", o con cierto retraso: menos contagios, menos muertos, menor colapso del sistema sanitario, menos días de cuarentena, muchos menos despidos...
Desde el Gobierno español se aduce que hay aquí un sesgo de confirmación, es decir: que ahora está claro que deberían haberse tomado medidas drásticas mucho antes, pero eso lo sabemos ahora, no entonces. Pero, aunque esto sea cierto, la verdad es que no se puede decir que no hubiera críticas a la actuación del Gobierno cuando aún estábamos a tiempo de evitar males mayores. Y, sobre todo, como es obvio, si uno dispone de un espejo que muestra el futuro -el caso italiano- la incertidumbre sobre lo que va a pasar ya no es tanta, con lo que resulta más incomprensible aún que, con todos esos datos encima de la mesa, no se haya actuado de otra manera.
Más que sesgo de confirmación, yo diría que aquí hemos tenido un sesgo de "concienciación", o de falta de la misma: de los dirigentes (no sólo políticos, también en otros sectores de la sociedad), pero también de la población en su conjunto, que se resistía a tomar las medidas necesarias, a las que, como es natural, no estamos acostumbrados. Habría sido maravilloso, en retrospectiva, que el Gobierno aplicase el estado de alarma diez días antes que cuando lo hizo. Nos habríamos ahorrado todos mucho sufrimiento, desde todos los puntos de vista. Pero, sin duda, el 1 de marzo la población, las instituciones, las empresas, los dirigentes políticos, no estaban preparados para asumir la realidad de lo que nos convenía hacer; ni siquiera puede decirse que lo estemos ahora totalmente, pues sigue habiendo gente que aparenta ignorar las medidas de confinamiento, o el riesgo que supone el virus, aunque cada vez son menos. Y la prueba de que este "sesgo de concienciación" no es privativo de España es que, increíblemente, en los países de nuestro entorno (que ya disponen del espejo retrovisor chino, italiano y español), con más o menos discrepancias, las cosas tienden a moverse a la misma velocidad, es decir: tarde y mal.
En todo caso, no hay sesgo de confirmación en las medidas que se adoptan una vez está claro que el problema es serio y hay que tratar de atajarlo. Ahí el balance es desigual, y en todo caso es muy pronto para sacar conclusiones. Pero sí que hay que decir que la Generalitat Valenciana, en líneas generales, está demostrando que, una vez pasada la catarsis de la suspensión de las Fallas, se mueve con mayor rapidez, imaginación y sensibilidad para con la población que la administración central, y esto sigue siendo cierto si comparamos con otros gobiernos autonómicos (por ejemplo, en Madrid dan comida basura a los niños, aquí permiten que los padres escojan qué comida darles). Iniciativas como la construcción de hospitales de campaña o la cobertura a los autónomos han de incluirse, claramente, en el haber de la Generalitat, y es justo reconocerlo y aplaudirlo.