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Seth: "No me gusta el mundo moderno, pero no soy tan tonto como para pensar que los 50 fueron mejor"

5/03/2022 - 

VALÈNCIA. Un pensamiento contemporáneo enfundado en un traje sacado de la mitad del siglo XX. La singularidad de Seth no solo es reconocible en su porte, sino también -sobre todo- en su obra gráfica. Una de las mayores referencias del cómic independiente norteamericano visita València con motivo del Salón del Cómic, que dio comienzo ayer. Lo hace con la reedición de George Sprott (1894-1975), que publicó originalmente en 2009. La "novela en imágenes" (según reza la portada) cuenta la historia de un presentador de televisión que vive sus últimos momentos de vida echando la vista atrás. Una especie de falso documental en el que el autor canadiense toma cada página como una nueva oportunidad de hablar diferente. 

- ¿De qué manera te interpela el personaje de George Sprott para convertirlo en el protagonista de este cómic? 
- A veces, mientras escribía esta historia, pensaba en mi padre. Y no solo en él, sino en un tipo de hombre de su generación. Quería ahondar en esa gente que no tenía preocupaciones en durante ese tiempo, porque incluso me parecen personajes muy humorísticos, de los que te podías reír. Pero conforme acabé el libro, dos años después, me encontré con que esa figura era mucho más interesante de lo que creía, y que hablaba de algunos asuntos que también me implicaban a mí. Empecé a ser consciente de que escribía sobre aquello que temía. George y su incapacidad de enfrentar muchas de las cosas que ha hecho a lo largo de su vida refleja algunos sentimientos míos propios.

- Querría profundizar en el hecho de que el personaje sea comunicador, que tenga una relación con su público. Aunque el presentador de televisión interactúa con su audiencia de manera más directa que un autor de cómic, ¿quería preguntarte qué cuestiones de su oficio también te han interesado?
- Elegí a un personaje que se comunicara a través de los medios de comunicación porque me interesaba que tuviera dos vidas: una pública y otra privada. Y creo que como artista, como escritor, comprendo. Puedes tener una vida personal muy desarrollada pero, por otra parte, cuando intentas comunicarte con la gente, nunca acaba siendo una relación satisfactoria. Hay un muro entre tu vida interior y exterior que no puede penetrarse. En un personaje como George, y te preguntas ¿qué pretende comunicar?. Y, en cierto modo, se trata de una serie de mentiras. Y eso me hace preguntarme como autor si yo no estoy haciendo lo mismo.

- Te preocupas tú más como narrador que el propio personaje cuestiones sobre el legado.
- Reflexiona sobre el legado continuamente, incluso más allá de mi trabajo como artista. Por ejemplo, la casa en la que vivo… Me he esforzado mucho en ella. Es un espacio muy personal para mí, es casi como otro trabajo artístico. Pero, ¿qué pasará con ella cuando haya muerto? Y eso me preocupa. Queremos crear cosas que duren para siempre, pero nada es eterno. De hecho, la mayoría de las cosas apenas duran. ¿Qué pasa con la vida de la gente cuando mueren? Su familia se acuerda de ellas, pero incluso eso se disipa cuando pasa una generación. Tienes que ser el mayor artista del mundo para sobrevivir. ¿Cuántos artistas del pasado recordamos? Solo un puñado. Mi obra seguramente no me va a sobrevivir, así que eso me hace preguntarme por qué lo hago entonces, y eso tiene que ver con las preguntas que planteaba a la pregunta anterior: ¿qué es lo que quiero decir a la gente? Yo creo que tiene que ver con el profundo deseo del ser humano en ser comprendido.

Foto: KIKE TABERNER

- ¿Es por eso reconfortante la figura del fantasma? 
- Pienso mucho en los fantasmas, me gusta el concepto. No sé si creo en ellos, pero la idea es muy atractiva. Muchas veces recurro a ellos en mi trabajo. Me gusta la idea de pulular por ahí. Desde una perspectiva poética, es precioso. Pero en realidad, no tiene ningún sentido. Osea, ¿qué tipo de infierno es dar vueltas para siempre? En todo caso, nos reconfortan estas ideas.

- ¿Hablar de la memoria es símbolo de madurez como autor?
- Sí, aunque llevo preocupado la memoria desde que era muy joven. Soy una persona que mira habitualmente al pasado, pero me encontrado con gente que no lo hace nunca, y eso me resulta muy sorprendente. No puedo imaginar mi existencia sin mirar al pasado, pero no cometo el error de pensar que la memoria significa algo más de lo que tú la creas. Es una experiencia personal.

- En España hay un acalorado debate sobre la nostalgia, sobre si puede llegar a ser conservadora y reaccionaria. ¿Cómo lo esquivas tú? 
- Son tiempos divertidos estos. Yo sí creo que los conservadores han utilizado la nostalgia como arma: es un miedo al cambio lo que lo provoca. Y eso tiene sentido para la gente que no quiere cambiar. Pensar que cualquier tiempo pasado es mejor te reconforta, pero que quede claro: nunca ha habido un tiempo pasado mejor, eso siempre es una ilusión. Todas las generaciones creen que su tiempo o los anteriores han sido mejores. Lo malo para alguien para mí es que la gente confunde mi visión al pasado con tener una opinión conservadora, creen que quiero vivir en 1955. Y no es cierto, mi gusto por el siglo XX tiene que ver con algo más relacionado con la estética. Desde que era joven, me esforzado en expresar lo poco que me gusta el mundo moderno. Y sigue siendo así, odio el mundo moderno, pero no soy tan tonto como para pensar que la década de los 50 fue maravillosa. Todos somos productos de nuestro tiempo y este es mi tiempo. Puedo reaccionar contra esta época, pero sobre todo no quiero vivir en el pasado.

- ¿Este libro es un documental?
- No, porque el documental implica verdad, o al menos, hechos. Este libro trata de las mentiras, de las que nos contamos a nosotros mismos, y de la historia que construimos sobre ellas. George no es una mala persona, tampoco es que sea buena persona. Y lo que quería era transmitir simpatía por un personaje que posiblemente no te gustaría. Y creo que nuestra identidad, nuestra historia es así: una mezcla de cosas buenas y malas.

Foto: KIKE TABERNER

- Eres muy generoso de George Sprott. ¿Qué significa para ti ser generoso con tus personajes como creador?
- Creo que es fácil tener un personaje que sea solo buena o mala. En la vida real, juzgamos muy rápido, a menos que tengamos una razón para no hacerlo. Si conozco a alguien y no me gusta, sencillamente no me gusta. Si alguien expresa una opinión horrible, yo le juzgo y decido que es imbécil. Pero si mi padre tiene una opinión que no me gusta, le perdono porque tengo una razón para mirar más allá. Me gusta acercarme a mis personajes como alguien a quien querría. La mayoría de mis personajes son personas conflictivas, aunque tal vez no sean lo suficientemente inteligentes para saberlo.

- Si tú mismo no te creyeras la ternura de tu personaje, difícilmente lo podrías transmitir a quien lo lee.
- Así es. Y creo que es muy importante. Aunque trates con personajes que no te gustan, debes ser comprensivo con ellos.

- Fragmentas y diversifica la narración. ¿Cómo te planteas ir construyendo la historia?
- Depende mucho de cada proyecto de manera individual. En el caso de George Sprott, era originalmente una serie en el New York Times, así que tenía que organizar la información de una manera muy específica. Solo podía publicar una página cada vez, y yo quería que cada una se pudiera leer por separado. Este proceso me ha obligado a editar mucho. Primero escribía lo que quería contar y luego lo dividía en viñetas. A veces, me salían 150 viñetas y tenía que hacer una siega de edición brutal para dejarlo en 30. No es la manera en la que trabajo habitualmente. Ahora estoy trabajando en una novela gráfica en la que puedo disponer de todas las viñetas que quiera.

- La narración caótica de este cómic es buena para tu imaginación, pero también para la del lector. 
- Ha sido un experimento que disfruté mucho hacer. Me hizo preguntarme constantemente diferentes maneras de contar la historia. Y me gusta mucho trabajar con la calidad de cada fragmento de la historia. No estoy muy seguro de si hubiera podido hacer George Sprott si no hubiera hecho Wimbledon Green, donde ya empecé a trabajar con secuencias. Eso fue un ensayo para complejizar este otro trabajo.

Foto: KIKE TABERNER

- Has dicho en diferentes entrevistas que Ventiladores Clyde es tu magnum opus, ¿cómo encaras tu carrera tras publicar la que tú mismo consideras la cúspide de tu creación?
- Estoy contento de haberme liberado de ese libro porque estuve trabajando muchos años en él, aunque nunca sentí un momento de crisis de creación y eso. Al acabar, me puse a trabajar en cinco o seis ideas que había estado alimentando poco a poco durante esos años. Y lo curioso es que no han llegado a nada ninguno de esos. Estaba haciendo una historia tonta en mi libreta de bocetos y de repente tomo una dimensión enorme. Ese es el libro en el que estoy trabajando ahora y ahora creo que esa será mi gran obra. De repente, miro Ventiladores Clyde y parece de un autor más joven.

- ¿Siempre te va a pasar eso, pensar que tu próxima obra será la cúspide de tu carrera?
- Sí, creo que es una mentira que nos decimos los artistas.

- Parte de tu educación visual han sido los cómics de superhéroes. ¿Cómo ves el hecho de que, actualmente, la mayor parte del público se acerque a esos mismos personajes a través del cine, o incluso del merchandising, en vez de a través del cómic? 
- Nunca hubiera pensado que eso podría haber pasado. Y el crédito de todo esto es de Marvel, han hecho algo increíble, han sido capaces de trasladar al audiovisual un universo tan complejo como el de los superhéroes. Si alguien me dijera hace tiempo que Marvel iba a sacar una película de cada personaje y luego haría un universo cinematográfico con todos, le hubiera dicho que eso sería un fracaso en la segunda película. Pero, milagrosamente, ha funcionado y ha creado todo un género nuevo. Lo que es interesante es que, la gente que ama los superhéroes de las películas de Marvel, no lee cómics. Anoche me lo contaba un amigo: a su hijo le encanta Spiderman pero no es capaz de leer sus cómics. 

Creo que lo que nos pasaba cuando éramos jóvenes es que el cómic era el único formato realista en el que contar esas historias. El cine no podía asumir esos efectos especiales. Ahora es justo lo contrario: el audiovisual sabe representar las historias de los superhéroes mejor que los propios cómics. Así que lo que creo que va a pasar es que los cómics acabarán siendo una herramienta únicamente para los artistas, y eso será una ventaja para personas como yo, que lo que queremos es contar historias humanas.

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