Hoy es 3 de octubre
VALÈNCIA. En El año del pensamiento mágico, Joan Didion escribía para intentar comprender la muerte de su esposo, el también escritor John Gregory Dunne. “Sé por qué intentamos mantener con vida a los muertos -decía-: intentamos mantenerlos con vida para tenerlos con nosotros”. Yo también creo que mientras tengamos a nuestros difuntos con nosotros, mientras los sigamos recordando, no morirán del todo. Lo pensé de nuevo escuchando la selección de canciones que mi amigo Amadeu Sanchis le dedicó a su madre, Teresa Labiós Fabre, en su sección de los viernes para el programa de Plaza Radio A golpe de micro. Amadeu evocaba su recuerdo a través de Raimon, María del Mar Bonet, Lluís Lach y otros artistas que ella le descubrió, acompañando cada canción con una pequeña historia acerca de cómo llegó a ellas. Un vigoroso ejercicio de recuerdo que trascendía el objetivo del que hablaba Didion. Cuando Amadeu habla de los Beatles siempre me ha parecido entrever un entusiasmo que iba más allá de lo meramente musical y también de lo generacional, porque él ni siquiera había nacido cuando el grupo se separó. Ahora, cuando le escuche hablar de los Beatles -o de Raimon, o de Llach…- también tengo la certeza que de alguna manera estaré escuchando a su madre.
Cada vez recibo menos visitas del cartero y los mensajeros, -con lo emocionante que era recoger paquetes con la mascarilla puesta, como si estuviera asaltando una diligencia-, así que la llegada a casa de A common turn, el álbum de Anna B. Savage acaba siendo un acontecimiento por partida doble. Es un debut por todo lo alto, un disco que deja las cosas claras nada más empezar. Anna B Savage interpreta sus propias canciones como si en lugar de cantarlas estuviera actuando en una obra de teatro. Las letras son tempestuosas. Hablan de zozobras interiores, de incertidumbres de todo tipo. En Chelsea Hotel #3 habla de un acto de sexo oral (“Él me estaba chupando sobre mi cama sin hacer, así que intenté concentrarme”) que tiene lugar mientras en la habitación contigua suena Chelsea Hotel # 2 de Leonard Cohen. Con una estrofa así yo no necesito más para adorarla. Es un universo muy femenino el que saca a relucir la Savage, desplegado sin temor algunos a que parezca vulnerable. Esto último es algo a lo que los hombres nos resistimos -yo no, pero eso ya lo sabes si me lees habitualmente-, aunque artistas como Sufjan Stevens o Moses Sumney han ido socavando ese cliché. Pero volviendo a A common turn, diría que es un disco intenso sin necesidad de achicharrar al oyente, que es lo que hacían en su día caballeros como Trent Reznor o Billy Corgan. A mí me va lo intenso porque yo también soy intenso. Puedo llegar a ser tan intenso que para compensar me esfuerzo diariamente en seguir los dictados de Warhol, e intentar ser una persona profundamente superficial.
Comienzo a ver la miniserie inglesa Adult Material. Jollene Dollar quiere dejar de trabajar en la industria del porno y mientras lo intenta, aparece ante nuestros ojos una realidad que siempre es más escabrosa de lo que queremos creer. A veces me pregunto por qué, hoy en día, la gente sigue consumiendo pornografía que no sea manufacturada. Una gran parte de la población mundial graba sus actos sexuales y luego los comparte con la humanidad entera, así que, ¿dónde está la gracia? Al margen de la orientación sexual bajo la cual estén concebidas, supongo que el cine para adultos profesional tiene un público fiel debido al modo en que plasma determinadas fantasías. Tengo la sensación de que, hoy en día, la concepción más popular del sexo -los abdominales a prueba de bomba, los tacones kilométricos, la palabra vicio como un fin en sí mismo, un sinfín de aspirantes a Tarzán- forma parte de una masa de fealdad que emana de los móviles y las tabletas. Algo que se ha ido alimentando de los programas de televisión exhibicionistas, los informativos sin información, los futbolistas millonarios de ceja depilada, los blockbusters sin complejos, los memes y los gifs como única herramienta retórica. Puede que sea eso o puede que yo no sea más que un viejo prematuro, enfadado porque el mundo al que pertenezco tiene cada vez menos vigencia, y tampoco tengo ya ganas de entender el nuevo que ya está más que instaurado. Adult material contextualiza una parte de toda esa fealdad, moral y estética, y la deja sobre la mesa, para que la veamos bien, a ver si todavía somos capaces de empatizar con las víctimas que nosotros mismos vamos dejando por el camino. Qué bien están Rupert Everett y Phil Daniels, casi irreconocibles ambos, impresionantes los dos encarnando a seres despreciables.
Veo Viento seco, película dirigida por el brasileño Daniel Nolasco, una gigantesca fantasía homoerótica, como si de repente alguien hubiese querido meter en el mismo saco el cine de Bruce LaBruce, las películas de la primera etapa cinematográfica de Warhol, Un chant d’amour de Genet. El sexo -siempre estoy con lo mismo, lo sé, pero hay que mantener viva la llama a pesar de todo- es casi omnipresente, a veces de una manera fabulosamente explícita, a veces enunciado de una manera sumamente poética. La escena en la que el protagonista y el tío al que desea coinciden en el vagón de una atracción de feria, es de las cosas más plásticas y poéticas que he visto en mucho tiempo acerca de las relaciones entre hombres. Me imagino cómo debió ser vivir en una época remota, cuando las preferencias sexuales aún carecían de nombre, cuando la pornografía decoraba vasijas y ánforas e inspiraba pequeñas esculturas. Como cantaba Rufus Wainwright, hombres leyendo revistas de moda, menudo mundo este en el que vivimos.
Bajo el epígrafe Los jueves, milagro, ese día de la semana Pablo Sycet escribe en Facebook un postigo donde el protagonista es siempre Carlos Berlanga. Intentamos mantener con vida a los muertos para que estén con nosotros. Es cierto que las canciones de Berlanga están en el aire y miles de personas las recuerdan, las bailan o las cantan. Pero Pablo conoció bien tanto a la persona como al artista, lo cual le hace conocedor de una realidad que no necesariamente viaja en las sus canciones y sus cuadros del artista una vez se fue para siempre. La voz de Pablo contándonos esas historias, recuperando fotografías y pinturas, es la voz de alguien que necesita comprender. Cuando se es testigo de cómo una vida deviene en tragedia, ni siquiera la comunión con el arte consigue cerrar del todo las heridas. Seguimos recordando para que nuestros muertos no nos abandonen definitivamente, porque si lo hacen nunca podremos descifrar su secreto más importante: por qué ya no están entre nosotros.
La Navidad está hecha para la felicidad de los niños. En cambio, a un adulto le basta con fingir alegría y recordar los años de nieves y gracias de su infancia. No queda casi nada de aquel tiempo en que la gente se felicitaba las Pascuas por carta y era costumbre pedir el aguinaldo