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Sheila Heti y el ‘Color puro’ de la extinción

La colección Oscilaciones de Mutatis Mutandis acoge este relato obsesivo sobre la pérdida, la desaparición y la extinción que se permite ser espíritu o una hoja

15/04/2024 - 

VALÈNCIA. No hay cosa más difícil que explicar un color, salvo tal vez el dejar de ser. Un color es un concepto palabrófobo, explicarlo es como tratar de unir dos imanes que se repelen: podemos aproximarnos, pero en última instancia las palabras fallan y no consiguen definir su auténtica realidad más que con comparaciones o metáforas. La auténtica realidad del color es el color mismo, por lo tanto, todo lo demás es nada. Un invidente nunca podrá concebir un color por medio de las pobres explicaciones de quienes sí pueden verlo, los cuales, por otro lado, tampoco podrán imaginar un color que nunca hayan visto. Por eso tratar de adaptar al cine un relato como El color que vino del espacio es una empresa condenada al fracaso desde el primer día de la producción, por mucho que se tenga a Nicolas Cage como protagonista. Lo púrpura neón no es un color desconocido, y con esta imposibilidad todo se va al traste. La película no se puede realizar. La literatura al menos puede hacer el truco de dejar la pelota en nuestro tejado: al fin y al cabo somos nosotros los que no podemos visualizar el concepto. Pese a todo, nuestro cerebro sí es capaz de vislumbrar cierta verdad en lo imposible, y eso permite que el relato funcione. Dejar de existir es sencillo en el papel pero fuera de él, un fenómeno incomprensible: desde que somos, somos, y no conocemos ni conoceremos el no ser. Sin embargo la gente deja de ser a cada instante en cualquier parte. Dejar de ser es el elemento común a toda la vida, tan definitorio como la propia existencia. La vida es lo que se muere. La historia se las trae: entendemos lo que es agonizar o que se muera otro, pero no nosotros. Cuando no sea, ¿qué pasará?, nos preguntamos. Y sin querer, generamos un agujero en nuestro pecho y sentimos que un vórtice nos engulle, y algo parecido al vacío. Y eso ni siquiera tiene nada que ver con la muerte. 

El caso es que sin drama, vivir es ir ganando y perdiendo cosas hasta que la balanza se descompensa en favor del perder, y finalmente todo se acaba. Sheila Heti ha querido poner palabras a esta ley universal de la vida en Color puro, que publica Mutatis Mutandis con traducción de Eugenia Vázquez. Siendo precisos, Heti no habla tanto del morirse uno, que también, como de la pérdida —de un padre, de un amor—, de la desaparición, de la extinción; aquello que llama con mucho acierto el ser despojado. Se nos van arrebatando partes esenciales: oportunidades, seres queridos, la conexión con el presente. Los protagonistas de esta historia con sabor a realismo mágico japonés aspiraban a ser críticos: algunos lo consiguieron, otros se quedaron por el camino, y la protagonista se desvió incluso más, llegando a convertirse en una hoja, no de libro, sino de árbol. La novela de la autora se desconecta de lo común para poder narrar lo inenarrable, en unos episodios en los que confluyen repeticiones, ideas y venidas sobre la misma idea —la fantasía de la no desaparición, de la vida que de alguna modo sigue en forma de espíritu eyaculado por el universo en el interior de quien sigue en el valle de lágrimas—, con dios y con dioses y con metamorfosis vegetales en las que se advierte la textura de una ensoñación, una imagen evanescente que Heti ha fijado en forma de leitmotiv de su historia, que de hecho aparece en la sensacional ilustración de la cubierta a cargo de Julio Fuentes. 

“Hay algo apasionante en un primer esbozo: anárquico, rudimentario, lleno de vida, imperfecto. Un primer esbozo tiene algo que un segundo no tiene. Nuestras vidas están llenas de sufrimiento, pero ¿qué hay de la emoción de estar aquí, compartiendo esta época terrible, con la certeza de que cuando llegue el próximo esbozo la vida no será tan terrible? Se perderán algo que tenemos en esta vida, y de lo que ni siquiera podemos gozar de tener, porque no creemos que llegue nunca un mundo en el que nuestro sufrimiento particular vaya a desaparecer. ¿Habrá procreación en el próximo mundo? ¿Habrá romanticismo? ¿O la gente simplemente rondará por ahí para siempre y amará un universo tan puro y tan bueno que nadie necesitará criaturas para saber lo que es el amor? Qué extraño y triste les parecerá entonces nuestro mundo, si llegan a averiguarlo, que hubiera un tiempo en que tuviéramos que crear a otras personas con nuestros propios cuerpos para que, entre los miles de millones de personas que ya vivían, hubiera alguien para querernos, y a quien querer a la vez”. Heti alterna diferentes niveles de intensidad, cambia las marchas, y en ocasiones llega a elevarse hasta alturas como las de este pasaje: por su propia naturaleza y por su planteamiento, Color puro es un relato irregular, con aristas, dolorosas fricciones, y tactos esponjosos y reconfortantes. La autora es lo suficientemente valiente como para apostar por ideas inquietantes, que rozan lo incestuoso desde el plano de la analogía perturbadora: se entrevé una relación que cambia de lo conmovedor a lo desagradable, que resulta por un lado sana y por otra, enfermiza. La protagonista de la historia, Mira, reflexiona insistentemente acerca de la pérdida hasta que ella misma se pierde en un futuro extraño aquejada de una extraña dolencia, y despidiéndose en brazos de quien tras tanto tiempo y tanta distancia, también debería ser una extraña, pero que por alguna extraña pirueta del destino ha llegado en el momento exacto de la partida para cumplir con alguna clase de designio de ese creador que tanto aparece, todopoderoso o no tanto, en su encarnación de respuesta a lo inconcebible formulada por un animal que se irguió para poder ver mejor, para ver las estrellas, y que todavía no ha conseguido entender casi nada. 

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