VALÈNCIA. Isadora Duncan dijo que si pudiera explicar algo con palabras no lo bailaría. En esta frase de la pionera de la danza contemporánea está la clave de que Sílvia Munt (Barcelona, 1957) se decantara por la interpretación en lugar del baile. La actriz y directora de cine y teatro se tituló en Ballet Clásico por el Royal Ballet de Londres, pero abandonó los lenguajes del movimiento por la comunicación oral. “Soy cíclica, y en cada etapa he necesitado transmitir lo que creía, sentía o entendía a través de códigos diferentes”, explica la catalana, premiada doblemente en los Goya: como protagonista de Alas de mariposa (Juanma Bajo Ulloa, 1991), y realizadora del corto documental Lalia (1999). Su evolución personal la ha llevado a dirigir el clásico de Arthur Miller El preu, programada del 8 al 17 de febrero en el Teatro Principal de València.
-Cuando estudiaste psicología, ¿fuiste ya tan calculadora como para hacerlo con la intención de explicarte los personajes que ibas a interpretar, escribir o dirigir?
-No soy nada calculadora. Lo que sucede es que desde pequeña, lo que más me ha divertido y perturbado en el sentido amplio de la palabra es el ser humano y sus comportamientos. Me he pasado la vida descifrándolos. Empecé queriendo ser psiquiatra, pero me di cuenta de que no tenía aguante para tanto dolor y me decanté por la psicología. De ahí pasé a la interpretación. Todo responde al mismo impulso, el de entendernos.
-¿Qué has entendido tras profundizar en una obra de Arthur Miller?
-Miller es, aparte de un gran dramaturgo, un gran observador de los pliegues más íntimos del ser humano. Cuando esta obra cayó en mis manos en un viaje de avión, me di cuenta de que estaba leyendo a un médico del alma. Hacemos teatro y leemos libros para no sentirnos tan solos, con un afán curativo, para ver que lo que nos pasa por dentro gracias a gente inteligente que nos hace de espejo.
-¿Qué fue lo que tanto te atrajo de esta pieza en concreto?
-Fue un flechazo. Miller explica todos los vericuetos y las contradicciones a la hora de tomar decisiones vitales. A veces las tomas sin darte cuenta. Y en muchas ocasiones ya es tarde para reaccionar y tu vida ha ido hacia un lado que ni has dispuesto. Aquí nos encontramos dos hermanos que deciden de forma opuesta cómo encarar su vida. Víctor acaba cuidando de sus padres, pero Miller te va explicando que sus decisiones forman parte de su cobardía, aunque es más fácil pensar que la culpa es de los demás.
-¿En qué medida son responsables los padres y en qué medida esta sociedad neoliberal de la competitividad que adquieren los niños?
-Al enseñarnos a ser competitivos y a triunfar, nos están colocando en un sitio terriblemente duro de aguantar porque dejamos de lado la parte emocional, que es la que te alimenta. Y yo considero el romanticismo, lo más revolucionario del mundo, porque es lo que te dice: “Cuidado no te dejes llevar por el materialismo feroz, porque te vas a sentir más solo que nadie aunque estés en la cresta de la ola”. La factura es carísima. Si al menos estás intentando querer y que te quieran, y buscando un vínculo emocional, creo que hay un tanto por ciento muy alto para que no seas tan desgraciado.
-¿Qué papel juega en la acción el trasfondo del crack del 29?
-De eso va la obra, de la gran catástrofe que significa un crack económico en una sociedad y cómo reaccionamos con generosidad, miedo, coraje... A veces todo está junto y no hay buenos ni malos.
-Rodaste el documental La granja del paso (2015) sobre la crisis económica que nos afectó en 2008, y ahora, una obra donde se detalla cómo afecta a una familia el crack del 29. ¿Por qué te sientes atraída por escenarios de crisis económica?
-Cualquier cineasta quiere hablar de lo que está pasando, intentar entenderlo y ser útil dentro de su oficio. En La granja hay un reflejo de esto tan tremendo que hemos vivido, que ha sido la ruina no sólo económica, sino emocional y física de muchas familias. Pero también se plasma la gran valentía que surge cuando la gente se ayuda, se aúna, se empodera al ver que estamos juntos dentro de la tragedia. Esa es una gran victoria, que ha provocado que seamos mejores personas y que la sociedad se haya colocado en un lado más consciente del enemigo, de este capitalismo feroz que inutiliza al que no está dentro, que deja fuera del sistema a las personas que se quedan sin trabajo. Curiosamente, Miller habla de estos comportamientos humanos a partir del crack del 29, pero podría pasar ahora, porque las dificultades tras el desastre son las mismas y aprendemos muy pocas cosas.
-Tanto entonces como ahora, los errores son idénticos, ¿de qué sirve la historia y revisar el pasado si el hombre vuelve a repetirlos?
-Esa es una de las grandes decepciones: la sociedad se cura a medias, repara en que ha cometido errores, pero la siguiente generación, muy posiblemente, va a cometer los mismos. Es terrible, pero es así. En España hablamos de que el capitalismo debería estar controlado, pero volvemos a estar igual. No ha habido una reacción importante como para que no vuelva a ser tan devastador. El ser humano hace lo que puede, pero es egoísta y olvida con demasiada frecuencia el pasado. Ese es nuestro sino. Y es muy duro aceptarlo.
-Tu próximo proyecto es la segunda parte de Casa de muñecas para el Grec. ¿Por qué es necesario en este momento histórico subir a escena una secuela de la gran obra feminista de Ibsen?
-Porque creo que la auténtica revolución está siendo la femenina. Es imparable. Cuando me deprimo mucho, pienso que hemos conseguido como sociedad tener una sanidad y una enseñanza públicas y ahora estamos logrando que la mujer tenga el lugar que se merece después de milenios de opresión e injusticia. Estamos consiguiendo ser individuo valorables y valorados como el hombre. No sólo es el 8M y el movimiento #metoo. Se está viendo en la propia evolución.
-¿A qué ejemplos concretos te refieres?
-Hoy en día salen más médicas que médicos, tantas directoras y dramaturgas como directores y autores en teatro y cine. La revolución se hace desde abajo. Y las escuelas están llenas de mujeres brillantes con capacidad para mandar en el buen sentido de la palabra. Es un movimiento transversal en el que abarcamos una gran cantidad de población mundial. Me da una alegría profunda, porque tengo tres hijas, soy mujer y he perseguido la igualdad toda mi vida. Ahora no nos podemos despistar, ni equivocarnos demasiado. No podemos adoptar comportamientos masculinizados ni radicales, en el sentido de hacer pagar lo que nos han hecho, porque caeríamos en lo mismo.