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CRÍTICA DE CINE

'Incierta gloria': sin patria ni héroes

17/03/2017 - 

VALÈNCIA. A lo largo de tres décadas Agustí Villaronga ha ido componiendo un corpus cinematográfico extremadamente coherente con sus obsesiones a través su particular manera de enfocar una serie de historias que, ya procedieran de adaptaciones literarias (Simenon, Blai Bonet, Emili Teixidor) o de su fértil imaginario inventivo, ya se encontraran enmarcadas dentro de un género u otro, han terminado evidenciándose como reveladoras proyecciones de su perturbador universo, atravesado por esa delgada línea que separa el bien del mal, la inocencia de la perversión, y contaminado por atmósferas insalubres, constreñidas por el peso del pecado y de la culpa.

Es Villaronga un director tan inclasificable como incómodo y quizás sea esa la razón por la que la única película que ha funcionado realmente bien a lo largo de toda su carrera fuera aquella que se amoldaba con más precisión a los moldes de la industria. Pa negre lo consagró en los Premios Goya en una edición, la de 2011, en la que ganó nueve cabezones y fue un aceptable éxito de público. 

Después del rotundo fracaso de taquilla de su anterior película, la magnífica El rey de La Habana, en la que sí latía la esencia del Villaronga más convulso, visceral y subversivo, resulta lógico que haya querido regresar a los esquemas más acomodaticios de la película con la que logró una mayor repercusión popular. Incierta gloria podría considerarse en ese sentido una continuación de las ideas exploradas en Pa negre: la narración del conflicto de la Guerra Civil a través de las pulsiones emocionales de un puñado de personajes en constante lucha contra sus instintos más oscuros y primitivos en el seno de una sociedad marcada por la violencia y el odio. 

De nuevo el director vuelve a ratificar su dominio a la hora de adaptar grandes obras literarias, en este caso la de Joan Sales, de la que extrae toda su turbulencia interna para transferirla a su propio universo particular. A pesar de ser un relato más convencional, en Incierta gloria se encuentra presente parte de la poética del horror que tan bien ha sabido plasmar a lo largo de su carrera, así como la creación de monstruos a modo de deformaciones enfermizas surgidos dentro de las sociedades represivas, en este caso a través de la representación de esa encarnación maléfica, a modo de mujer araña que constituye el personaje de La Carlana interpretado por Núria Prims, sin duda uno de los mayores logros de la película. 

En ella se concentra todo el poder perturbador de la trama, desatando los conflictos entre los personajes y sacando lo peor de ellos, como si fuera una figura trágica de las antiguas obras griegas que desencadenan el pathos y que simboliza todos los horrores de la humanidad. Para Villaronga, el mal engendra más mal, conformando una interminable espiral de rencor cuya semilla va propagándose como una herencia maldita. 

Nos situamos en 1937, en el Frente de Aragón. Lluís (Marcel Borrás), es un joven oficial republicano que ha sido destinado a un puesto inactivo de forma temporal en un pueblo perdido. Allí conocerá a La Carlana, viuda del cacique local que utilizará sus enigmáticos encantos para convertirse en la mujer más influyente de la comarca. Entre ellos se establecerán una serie de relaciones de poder y deseo que contaminarán al resto de los personajes: el mejor amigo de Lluís, Solerás (Oriol Pla) y su esposa, Trini (Bruna Cusí), abandonada a su suerte junto a su hijo.  

En Incierta gloria la verdadera batalla se establece entre estos cuatro personajes. Apenas veremos el frente (las balas no son lo que interesa al director), pero la tensión entre ellos termina siendo suficiente para sentir las heridas que la brecha de la contienda ha dejado en cada uno de ellos y de cómo el pasado ejerce como fuerza telúrica que los arrastra hasta la perdición en esa pugna constante que establecen entre la desesperación y la supervivencia. 

Encontramos pasajes de una magnética fuerza simbólica. Es Villaronga un portentoso creador de imágenes de una contundencia expresiva arrolladora. Las escenas en la Iglesia desolada, los cantos de la comunidad en la procesión de la Virgen son algunas de las más impactantes. Pero casi la práctica totalidad de la película está atravesada por una enorme potencia telúrica. 

El componente ideológico de ambos bandos también se encuentra diluido. En realidad, no es el conflicto que al director le preocupa retratar, sino la transformación que provoca en los personajes una situación que termina por envenenarlos a todos por dentro. No hay vencedores o vencidos, solo perdedores destinados a sobrellevar la carga de sus propias conciencias dentro de un paisaje tan derruido como ellos mismos. 

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