Esta semana Twitter me avisaba de que cumplía años uno de los ídolos valencianistas de mi generación; Pablo Aimar. Un jugador que por momentos nos hacía creer que el mejor era uno de los nuestros. Pretendido por todos y, sin embargo, aquí. Tan celebre que se ganó hasta una mención de Maragall en su premonitorio artículo ‘Madrid se va’. Un texto de 2001 en el que ya denunciaba lo peligroso de ese centralismo que medía todo en función de la distancia a la capital o lo que es peor que esa capital se reivindicara un espacio aislado y exclusivo. Donde pedía sustituir el ‘síndrome Figo’ por el ‘síndrome Aimar’.
Soy infinitamente subjetivo, pero me parece imposible que alguien encuentre una metáfora mejor. Una forma más visual de contar que en la periferia también hay vida, incluso inteligente como diría el President. De decir que es mejor no dividir el mundo entre centro y periferia. Y aunque han pasado 20 años desde aquello, o precisamente porque han pasado, reivindicarlo es urgente.
Cierto es que todos somos o estamos en la periferia de algo. Quienes ocupan un centro sólo lo están mientras no alejamos lo suficiente el mapa. Pero lo preocupante de ese esquema centro-periferia es que enmascara de un dentro-fuera. Una frontera entre los que cuentan más y quienes cuentan menos.
Y si reparar esta fractura en España es fundamental. Como única vía para que el resultado del partido no sea que casi todos hemos perdido. Tanto quienes padecemos infrafinanciación, como quienes viven en territorios vaciados. También lo es en nuestras ciudades.
Estaba convencido de ello, pero me reafirmó más lo que me contó hace pocas semanas un periodista de la televisión pública holandesa. Hacía un reportaje sobre los problemas de vivienda en Europa y había entrevistado a un agente inmobiliario español. Su conclusión era que las ciudades no podrían ser para todos en un futuro próximo. Que quedarían para quienes pudieran pagárselas. Expulsando a los más jóvenes y a las clases trabajadoras y medias. Estas personas irían (una vez más aparece el maldito término) a la periferia. Y me pareció un escenario de ocaso de la ciudad que pasaría a ser sustituida por una enorme urbanización, centro de ocio y trabajo.
Creo que aquí y para evitarlo, como en el caso de la solución territorial española, el primer paso pasa por negar la mayor y romper ese esquema. No permitir que haya centros alrededor de los que orbite todo. Ni dentro de las ciudades, ni de las ciudades actuales con sus entornos.
Por eso, estoy en contra de la aprobación, sin más, de una ley de capitalidad para València, aunque haya sido reivindicada en multitud de ocasiones. Me parece mucho más progresista y acertado reivindicar una ley de áreas metropolitanas.
Primero porque no creo que tenga sentido pensar que València se agota de cruces para dentro. Pienso que Paterna o Mislata son ya, en su día a día, tan València como Benimaclet o Patraix. Pero, sobre todo, ¿qué sentido tendría un ayuntamiento de València con más competencias y recursos sobre ochocientos mil habitantes, como reclama ese planteamiento de capitalidad, cuando la Valéncia real abarca un término municipal de más de millón y medio de personas?
Dotar al centro de más capacidad no permitirá que solucionemos nuestros retos que, para mi, son fundamentalmente dos; la segregación o desigualdad y como repartimos el espacio o nos movemos en el. No nos dará herramientas para evitar la norteamericanización de nuestras ciudades. Porque para construir la ciudad de los 15 minutos, hemos de pensarla juntos o se pensará, inevitablemente y pese a las buenas voluntades, sin tener en cuenta al otro. Y eso la hará imposible. O ¿alguien cree que se puede hablar de desigualdad sin entender que los problemas de acceso a la vivienda escapan al ámbito y posibilidades actuales del municipio? Y ¿es viable hacer una ciudad a escala humana sin incluir en la ecuación a quienes hacen su vida en ella, entran y salen de su término, aunque no consten en su padrón? Por la respuesta a esas preguntas creo que hay que reivindicar no sólo capacidad y competencias para uno, sino para una escala compartida. Y la escala es metropolitana.
Si en nuestra ciudad caminamos hacía atrás con la desarticulación del Consell Metropolítà de l’Horta, hoy hemos de superar esa lógica de parcelar València y alejarla del resto. De planificarnos aisladamente. De generar ciudades que decidan al lado las unas de las otras, sin hablarse. No es lógico que no exista ningún espacio institucional donde coordinar un proyecto de ciudad que queramos o no, ya es el mismo. Y si en la decisión de desmontar el Consell Metropolità, por motivos estrictamente partidistas, tuvimos nuestro propio síndrome Figo, hoy de alguna manera vemos florecer algo de el síndrome Aimar en propuestas inteligentes como la Autoridad Metropolitana del Transporte, ganando peso y protagonismo. Esa misma lógica es la que creo debemos proponer hacer global. Alejar de alguna manera el zoom de nuestro sistema político y administrativo.
El ‘payaso’ nos enseñó sobre el césped a ver antes que otros los espacios para quebrar los sistemas del adversario. En nuestro caso, el rival es ese futuro con territorios exclusivos y una mayoría fuera del mapa dibujado por aquel agente inmobiliario. Como hacía él con el balón, nosotros también podemos hacer que pasen cosas diferentes.