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vals para hormigas  / OPINIÓN

Sin vida en Irán 

19/10/2022 - 

No soy ningún experto en casi nada, menos aún en política internacional. Así que me perdonarán que aluda a una experiencia personal para opinar sobre un asunto que me tiene sobrecogido, el de la revuelta social en Irán, desde la muerte de Mahsa Amini, detenida por no usar el velo correctamente, y ahora, con la detención de la escaladora Elnaz Rekabi, por no utilizarlo durante una competición internacional. Al fin y al cabo, es así como funciona nuestra atención sobre sucesos relevantes internacionales. Ya sean rebeliones o catástrofes naturales. Ser solidario, sin más, es complicado. Pero el camino se allana cuando nos toca de cerca. Es más fácil colaborar en la lucha contra el cáncer o el Alzheimer cuando tenemos algún ejemplo en nuestro entorno próximo. Como lo es preocuparse por la economía de un país, por la situación de sus ciudadanos o por cualquier otro motivo si lo hemos visitado o nos lo ha contado de primera mano algún amigo. Ninguno de nosotros pasa hambre, y así le va a buena parte del planeta, piénsenlo. Y buena parte de la atención que le estamos prestando a la guerra de Ucrania nace de las consecuencias que nos acarrea, porque conflictos bélicos hay en casi todos los continentes. Zomoz lo que zomoz, que diría Popeye.

Hace tres años estuve en Teherán. Invitado por la Diputación de Alicante junto a tres compañeros de profesión, Cristina Martínez (Información), Miquel Hernandis (El Español, que entonces trabajaba en El Mundo) y Antonio Martín (Agencia Efe). El Marq inauguraba una exposición allí y fuimos a cubrir el acto. Como se podrán imaginar, me llamaron la atención muchas cosas. Les destaco dos: la amabilidad de los iraníes y que muchas jóvenes consideran un símbolo de estatus económico operarse la nariz y evidenciarlo con vendajes y apósitos muy aparatosos. Y va otra, que es la que sustancia esta columna. Frente a nuestro hotel, había un enorme cartel publicitario con el rostro del líder iraní, Alí Jamenei, con una inscripción en farsi, el idioma persa. Naturalmente, no supimos lo que decía hasta que nos lo tradujeron. Algo así como “si detectas alguna conducta contraria al régimen, denúnciala ante la Policía de la Moral”. Una vez pasado el escalofrío orwelliano, llegamos a lo evidente. Convertir a los ciudadanos en delatores de sus propios vecinos, en cómplices de la tiranía, es de primer curso de dictadura.

Cristina tuvo que llevar velo desde que bajó del avión, pero se lo quitaba en cuanto cruzábamos la puerta del hotel. Miquel exhibió una heroica y arriesgada camiseta en favor de los derechos LGTBI en pleno zoco de Teherán. Antonio y yo escapamos brevemente del circuito por donde nuestros anfitriones quisieron llevarnos, permanentemente vigilados y con una wifi personalizada por habitación de hotel por si nos desmandábamos en las redes sociales. Lo más épico que pude hacer fue admitir en una cena que conocía el trabajo del cineasta Jafar Panahi, censurado y perseguido en su país, el mismo que el de uno de mis directores más admirados, Abbas Kiarostami. En cuatro días, ya supe que quería volver a un país en el que no se puede vivir. En cuanto se pueda vivir.

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