No siempre necesita uno ver El Padrino o escuchar el segundo disco de Prefab Sprout
La vida es como ese poema de Alice Notley, "llevo toda la vida esperando estar en este infierno contigo"; buscando la perfección innecesariamente, intentando que todo sea la hostia que va en bicicleta. Todos los restaurantes tienen que ser súper restaurantes porque, claro, en nuestra casa solo comemos de Michelin y queso bueno del mercado y tal. Ya, seguro que sí.
Que no hace falta que tengamos todo el rato contra el cielo el mentón, mirando siempre hacia las cosas altas. Un plan habitual de sábado por la mañana es ir a ver el concierto de la pérgola de La Marina (suelen ser chachis) y, después, caminando ligero, cruzar hacia el Cabanyal, hacia esa media milla de oro en la que confluyen -más o menos- Casa Montaña, Anyora, El Ultramarinos y, también, Sofoko Food. El nombre, no nos engañemos, suena a chiringuito de Tarifa o algo así sin ser él nada de eso. Es una casa de comidas con fuerte arraigo a su entorno, de platos ricos y atención amable. Sin preocupaciones, sin protocolos, sin cosas ni esfuerzos extraños.
¿Y saben qué? Que a veces, muchas veces, apetece comer así. Te invitan a probar un vermú que no conoces, el sitio parece el salón de la planta baja de tus abuelos y hay titaina, pelota de puchero, pulpo, figatell y algunos platos más elaborados pero sin sobrante de fantasía. Déjate el confeti colgado del perchero, que esta vez no toca. Comer bien y tranquilo, no necesitas nada más. Una película de las buenas, que no está la vida para arañarse las ganas buscando obras maestras constantemente. Está bueno y es barato, de verdad que lo es.
Si este sitio no tiene éxito yo ya no tengo ni idea de qué demonios es el éxito.