VALÈNCIA. Empezaré diciendo que este artículo no tiene como protagonista a Rafa Nadal ni trata de sus habilidades deportivas. Lo cierto es que el tenista me da bastante igual (pido perdón de antemano por mi indiferencia). Así que no, este texto no habla de él, sino de unos seres tan escalofriantes como peligrosos: el sector de sus fans que son adictos al dolor. Me refiero a esos adeptos que alaban a don Rafael Nadal Parera como ejemplo de heroísmo por su tremenda capacidad para soportar todo tipo de tormentos corporales. Te los encuentras en periódicos, televisiones y radios. En tuits, en bares y (quizás el escenario más terrorífico) en el trabajo. Son aquellos que consideran que inmolarse por unas dosis de triunfo (aquí va con el apellido 'deportivo', pero aplica a la existencia en general) es una aspiración que toda persona de bien debería compartir. Los que creen que la hipercompetitividad (con los demás y con uno mismo) es la única forma válida de estar en el mundo.
Porque ese culto tóxico y obsceno al jugador no es más que la exaltación del sufrimiento como guía moral, como meta inspiradora. El suplicio extremo es presentado por estos acólitos como algo no solo necesario, sino deseable; no es una consecuencia desgraciada, sino un logro del que alardear. Destrozarte órganos varios para lograr un resultado soñado se convierte así en la hoja de ruta idónea para demostrar tu valía y compromiso. La puñetera cultura del esfuerzo llevada al esperpento. Todo padecimiento es aceptable a cambio de la gloria… y aunque esa gloria se haya alcanzado, siempre se puede conseguir un poco más.
Finalmente, Nadal tuvo que retirarse de Wimbledon porque su lesión abdominal era ya insostenible, pero hasta que llegó ese momento, no pocos de sus seguidores estuvieron agitando ferozmente la premisa de que no hay que rendirse jamás. A más tortura, más mérito, venían a decir. Se debe resistir, aunque solo sea para poder vanagloriarse de haber resistido. Como si el bienestar físico y mental fuera un tema banal, cosa de pusilánimes. Pues os comento un asunto: no hace falta estar al borde del colapso total para dar un paso atrás. Retirarse si uno no se encuentra bien es estupendo, no es necesario llegar a la agonía ni forzar la máquina hasta reventarla. De hecho, tirar la toalla a tiempo te evita muchos infiernos posteriores.
Por supuesto, esta glorificación del sufrimiento raqueta en mano acaba reptando hasta nuestro día a día. Porque el fandom tóxico de don Rafael Nadal Parera no se contenta con admirar en silencio a su ídolo, sino que está empeñado en colocárnoslo de referente y modelo de buenos valores. Un superhombre rebosante de virtudes. Con el tenista como emblema del humano ideal, la enseñanza queda clara: competir y ganar es lo único que importa y se debe lograr sin poner reparos al sacrificio que conlleve. A pesar del dolor, a pesar incluso de uno mismo. La proeza o la nada.
En este universo de tiburoncitos ambiciosos, la satisfacción solo puede llegar de la mano de la victoria. Estar bien, sin más, en paz, en calma, aspirar a placeres sencillos, es de débiles. Y la debilidad, apuntan los fanboys de Nadal, es algo patético, propio de perdedores y mediocres. Solo nos vale la excelencia y la robustez, el Olimpo, la autosuperación constante y total. Siempre puedes romperte un poco más, siempre se puede lograr otro trofeo. Nunca es suficiente, siempre hay grietas por las que pueden colarse unas cuantas migajas más de exigencia desquiciada. Siempre más.
Como decía, tal ensalzamiento del martirio excede los ámbitos deportivos y acaba convirtiéndose en un pienso de primera calidad con el que alimentar los discursos de la explotación salvaje. Pasados los recelos coronavíricos, ya se nos ha vuelto a agarrar bien fuerte al esternón la creencia de que cogerse una baja por enfermedad es de vagos y de flojos. De hecho, en muchas oficinas hay colegas que combaten por ser el empleado que acude a su puesto con una dolencia peor y síntomas mucho más graves. O el que renuncia más a su vida personal pensando que algún día heredará el negocio (spoiler: no). ¿Toca hacer horas extra gratis para mayor beneficio de la empresa? Pues se hacen y listo, como un asalariado ejemplar. ¿Que te imponen unas condiciones laborales lamentables? Pues se apechuga con ello sin rechistar, a no ser que seas un blandengue perezoso con pocas ganas de doblar el lomo. Cultura del esfuerzo, chavales.
Si Nadal ha jugado con una lesión terrible, tú puedes ir a trabajar con la fiebre a tope y la espalda hecha polvo, contestar mails del jefe en sábado y quedarte hasta las 22 h en el curro cuando el encargado te lo manda. Que tampoco es para tanto lo que te están pidiendo. ¿Dónde está esa voluntad de autosuperación? ¡Un poco de espíritu de sacrificio, hombre! Don Rafael Nadal Parera lo haría sin dudar, ¿acaso tú no?