Autora de una quincena de libros ilustrados y colaboradora habitual en medios de comunicación de todo el mundo, la ilustradora catalana firma el cartel del Truenorayo 2019
De artículos del The New Yorker a portadas de Anagrama; de libros de Enrique Vila-Matas a novelas gráficas como La Madeja; de festivales de literatura negra a delicados platos de cerámica. Echando un vistazo a la trayectoria de Sonia Pulido (Barcelona, 1973), la pregunta se hilvana ella sola: ¿hay alguna plataforma que se le resista a esta ilustradora? Parece que no.
En ese éxito que no entiende de océanos, coordenadas o husos horarios entran en juego tanto su voluntad de mostrar una mirada propia sobre el mundo como su búsqueda obstinada de nuevos caminos creativos. Contar la vida desde sus propias pupilas y hacerlo, además, cabalgando en la exploración continua. De momento, su firma recorre cabeceras tan reconocidas como The Wall Street Journal, AD France, El País o Jot Down. También es un nombre frecuente en Random House Mondadory, Alfaguara y otras editoriales internacionales. El universo del póster tampoco se le resiste, de hecho, Pulido ha sido la responsable de elaborar el cartel del Truenorayofest 2019, el festival valenciano que reivindica la presencia femenina en todos los escalafones del universo musical y que tendrá lugar del 24 al 26 de octubre en Las Naves.
Pero poco importa el formato en el que deba presentar su trabajo, ante todo, esta barcelonesa se reivindica como “narradora gráfica”, pues considera que en sus procesos creativos lo más importante es “comunicar bien un concepto”. “No antepongo lo preciosista a una buena historia. Prefiero tener que sacrificar elementos que embellezcan la imagen para mejorar su capacidad comunicativa a dejarme llevar por algo muy estético y dejar que el mensaje se diluya”, señala tajante.
-Prensa, publicidad, cubiertas de libros, novela gráfica… Trabajas habitualmente en soportes y contextos muy diversos, ¿tu forma de enfocar cada proyecto cambia según el medio al que va dirigido o concibes la ilustración como algo más global?
-Lo cierto es que abordo cada trabajo de forma muy concreta e individual. Me gusta mucho hacerlo así. No es tanto tener una fórmula que me funcione con todo, sino estudiar bien el acercamiento a cada proyecto a nivel conceptual, gráfico o de técnica. Si hablamos del estilo, no es algo que me preocupe demasiado, pues este mirar de manera individual me da mucha libertad para tratar algunos encargos de manera más pictórica, otros de manera más gráfica… y ver qué demanda realmente el proyecto.
-Dentro de toda esa exuberancia creativa, has explorado también el mundo del cartel, una disciplina con una tradición vastísima. ¿Hasta qué punto supone un reto condensar en una sola imagen unas fiestas tan populares como La Mercè, o un festival, sin caer en referencias muy obvias o sin ser repetitiva?
-Es todo un tema esto… Creo que es muy importante tener en cuenta cómo se va a ver esa imagen después: los carteles la gente los ve de lejos o paseando por la calle, no es una lectura íntima como en un libro. No puedes usar filigranas, debes optar por imágenes más simples, que se perciban de manera clara y que transmitan rápidamente la idea que estás contando. Y, por supuesto, te exiges siempre huir de los lugares comunes y buscas una manera propia de contar, un universo propio.
-Este año te has encargado del cartel del Truenorayo 2019, ¿cómo has desarrollado tu proceso creativo en este proyecto? ¿Qué has tenido en cuenta a la hora de llevarlo a cabo?
-Para empezar, quise situarme en la propia naturaleza del festival: un encuentro en el que las mujeres creadoras tienen un peso primordial. Y así, pensé en un grito, en esa euforia y esa vibración que tienes cuando estás viendo un concierto, en esa energía que se desata. Por eso, también el cartel tiene unos colores que evocan a esa iluminación irreal que se da en las actuaciones nocturnas. Pero, además es un grito que también representa la rabia, un “¡Ya basta!”, una demanda de espacio físico, pero también de la necesidad de ser escuchadas. Además, he optado por representar a una mujer rotunda, de formas contundentes.
Me interesa mostrar la diversidad de las mujeres de todo tipo de razas, edades y condiciones físicas; escapar de esos estereotipos de mujer joven y con un aspecto corporal muy determinado que encaje con el canon de belleza actual.
-En este cartel observamos también una de las constantes en tu trabajo: las referencias a la estética de los años 50 y 60. En este caso, has jugado con la imaginería de las películas de ciencia ficción de esas décadas, como Them! o La invasión de los ladrones de cuerpos…
-Sí, hace un tiempo participé en una exposición en la que daba una visión muy crítica sobre el turismo en Barcelona, que vive una situación terrible. Y ahí ya eché mano de esas cintas que, aunque contaban con unos recursos muy limitados, son maravillosas y tienen unos carteles preciosos. Ese tipo de imágenes estaban muy presentes cuando trabajaba este cartel.
-Una de las características del Truenorayo es precisamente impulsar el trabajo femenino en el mundo de la música, tanto sobre el escenario como detrás de él. ¿El campo de la ilustración también necesita este tipo de revulsivos o se ha alcanzado una mayor igualdad real?
-Es muy curioso, porque creo que en el panorama actual de la ilustración hay muchas más mujeres que hombres. De hecho, la mayoría de colegas de profesión que sigo en redes son mujeres y en los másteres en los que imparto clase hay muchas más alumnas que alumnos. Pero después, los clientes para los que trabajamos siguen siendo mayoritariamente hombres: los editores que te encargan portadas o libros, por ejemplo. Y creo que las ilustradoras tenemos demasiado interiorizada esa idea de debemos dar las gracias por recibir propuestas laborales, como si nos estuvieran haciendo un favor, en lugar de pensar “soy una profesional que está ofreciendo un servicio, si vienen a mí es porque les interesa lo que hago”.
-De hecho, ya habías trabajado en proyectos que buscaban dar visibilidad a las figuras femeninas a través de libros como Mujeres Bacanas (Editorial Catalonia) o Enjambre (Norma). Este tipo de trabajos con perspectiva de género, ¿te interesan especialmente o han ido surgiendo de forma espontánea?
-Al principio fueron apareciendo sin más intención, pero al ir trabajando con más conciencia, unos han ido llamando a otros. Cuando comencé a trabajar con Mujeres Bacanas, pensaba “vale, es un libro de biografías de mujeres” y ya está. Pero conforme leía sus textos iba interiorizando todas las injusticias a las que habían tenido que enfrentarse y cada vez dibujaba con más rabia. Creo que ha habido un efecto llamada y ahora es una alegría cada vez que llega un encargo así. Por ejemplo, hace poco, ilustré para La Vanguardia un dossier sobre la realidad de las mujeres en distintos ámbitos y me parece muy interesante el proceso de buscar un lenguaje propio para hablar, de mujeres y política o de mujeres y corrupción, huyendo, además, de lugares comunes que se han creado a partir de una imaginería masculina. Debemos crear una imaginería femenina que pueda dirigirse a un público plural, una imaginería que permita abordar los problemas de las mujeres en la sociedad actual. Como comunicadora visual tengo un compromiso con el momento que estoy viviendo.
-En una entrevista anterior te reconocías como “ilustradora de encargo”, hablabas de que te sentías cómoda con este término. ¿Cuesta conciliar tus deseos creativos con las demandas del cliente?
-A mí me enriquece un montón, la verdad. Creo que sería mucho más estresante tener que estar creando todo el rato obra propia. Me resulta muy cómodo trabajar con material de otros y me hace aprender y conocer otros puntos de vista. Siento que tengo mucha libertad a la hora de crear. Yo puedo tener mi visión, pero alguien externo a mí puede hacerme ver cosas que yo no contemplaba y conseguir que la imagen crezca mucho más. Para mí hay una implicación personal muy fuerte en esos encargos e intento desarrollar retos técnicos, continuar explorando caminos que ya había comenzado en otros proyectos…Me parece muy interesante, creativamente hablando, sacar tu propia voz en un trabajo que viene de otra persona.
-De hecho, uno de los campos en los que más has trabajado es en la ilustración de artículos periodísticos. También de libros, por ejemplo, El mejor de los pecados, de Mario Benedetti (Lumen). En ambos casos, ¿cómo gestionas la relación con un texto ajeno, con las palabras de otra persona, para que acabe también conectando con tu propio lenguaje visual?
-Al final, se trata de hacer tuyo el texto con el que estás trabajando. A mí me gusta mucho, porque me permite explorar el universo de otra persona y eso, en mi caso, hace que la experiencia sea más enriquecedora. A veces en prensa tienes que tratar temas que están muy lejos de tus intereses, pero ahí está precisamente el reto: en no ir a lo cómodo e intentar llevar algo que te resulta muy ajeno a tu propio territorio.
-Porque en prensa, puede que en ocasiones te toque ilustrar artículos con cuyas ideas no comulgues… ¿Qué opciones tienes en ese caso?
-Tener que ilustrar textos de una ideología muy lejana a la mía no me ha sucedido, pero sí colaboro con un periódico económico dirigido a hombres blancos de mediana edad con una posición financiera muy desahogada. Sus intereses y su universo son muy distintos a los mío y, por ejemplo, debía trabajar con un texto sobre cómo tenerlo todo previsto para vivir una jubilación sin sobresaltos…Eso me queda muy lejos, pero empecé a trabajar con la idea de qué problemas pueden aparecer en una situación en la que no lo tengas todo previsto: así surgió la imagen de un hombre en mitad de un lago que se da cuenta de que su barca no tiene remos. Al final, en prensa trabajamos con mucha metáfora visual. Lo interesante es poder ir creando tu propio diccionario de imágenes y buscar conceptos que puedan llegar a un público muy amplio.
-Llevamos ya unos cuantos años de crisis de los modelos tradicionales de prensa, de remodelación en los medios de comunicación. ¿Cómo están afectando estos cambios a tu labor como ilustradora en distintas cabeceras?
-El tema más evidente es el económico: ha habido un recorte de tarifas tremendo, una precarización bestial de la profesión, tanto de los periodistas como de los ilustradores. Pero, al mismo tiempo, al tener tanto abanico de medios digitales, contamos con un mayor potencial de visibilidad y podemos trabajar con medios de lugares muy diferentes.
-En tu caso, que has trabajado para medios como The New York Times o The New Yorker, ¿tienes en cuenta el hecho de dirigirte a una audiencia anglosajona a la hora de utilizar ciertos recursos visuales? ¿Enfocas tu trabajo de una manera diferente que cuando realizas encargos para, por ejemplo, El País Semanal?
-Ahí establecería dos diferencias destacadas. Por una parte, en el proceso: cuando trabajas para Estados Unidos, está muy presente la figura del director o directora de arte, que te acompaña en todo ese proceso. Mi experiencia en ese sentido ha sido muy positiva, porque estás junto a alguien que conoce el texto que debes ilustrar y lo que quiere es colaborar contigo para lograr el mejor resultado posible. Pero, además, cuando trabajas con un país que no es el tuyo, debes tener en cuenta que muchos códigos no son compartidos: hay guiños que el lector no va a captar porque no forman parte de su cultura. La idea es universalizar los códigos que empleas para que cualquiera te pueda entender. Especialmente si tenemos en cuenta que un medio digital puede ser leído en todo el mundo.
-Con una trayectoria tan amplia y prolífica como la tuya, ¿sientes temor a caer en la repetición o en imitarte a ti misma?
-Creo que esto debería decirlo alguien de fuera porque yo soy muy poco autocomplaciente, y tengo mucha tendencia a intentar siempre darle una vuelta de tuerca a todo lo que hago, a experimentar… Tengo mucha curiosidad y mucha necesidad de seguir investigando y de explorar el cambio en cada proyecto.
-La gran parte de tu trabajo se centra en ilustración sobre papel o en soporte digital, pero también trabajas la cerámica. ¿Por qué decidiste comenzar a recorrer ese camino?
-Ese interés por la cerámica vino precisamente por la necesidad de huir del papel. Tengo revistas y libros ilustrados que leo, pero que no estoy continuamente consultando, sino que acaban siendo lomos de mi biblioteca. Buscaba establecer un contacto más presente con los receptores de mi trabajo: ofrecer un objeto que pudieran usar diariamente, como una bandeja… Por otra parte, también quería ver cómo quedaba una imagen que normalmente veo plana en un volumen tridimensional y poder usar las formas de las piezas para narrar una pequeña historia.
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