Como muchos sabrán, yo soy de pueblo. Nacida en San Bartolomé, una de las muchas pedanías que enriquecen la hermosa ciudad de Orihuela, he pasado buena parte de mi vida entre esas calles abiertas, jugando en la calle, entrando de casa en casa de amigas y entre huertos, cómo no, que forman el paisaje de mi querida Vega Baja.
Conozco de primera mano cuáles son los pesares de estas personas, cómo miraban los hombres al cielo rogando para que lloviera cuando fuera necesario y, sin embargo, escampara para no arruinar las cosechas; cómo las mujeres llevaban a la vez sus trabajos y los hogares, mirando el céntimo que les llegaba para que no faltara a final de mes mientras cuidaban de descendentes y ascendentes, a los que se veranaba con respeto y siempre se les escuchaban sus sabias palabras. Aquellos días de gozo en torno a un cocido con pelotas en Navidad, en aquellas celebraciones que se prolongaban días con la familia unida siempre.
Valga este ejercicio de melancolía para reivindicar lo que de bueno tenía aquello, dejar atrás lo malo y traerlo al presente para que las bondades de esta vida (que son muchas) se lleven al futuro.
Porque los pueblos se han puesto muy de moda últimamente. De hecho, no hemos dejado de hablar de ellos durante la campaña electoral de Castilla y León, que ha acabado con la incontestable victoria del Partido Popular y con la innegable condición de presidente de Alfonso Fernández Mañueco. Y con razón. La presencia de formaciones de carácter provincialista configurarán las nuevas Cortes de esta comunidad autónoma y ha abundado un sentido de abandono generalizado en numerosas poblaciones pequeñas y medianas. Esto es innegable.
Y también un poco comprensible. Los partidos de la izquierda han obviado los últimos años de manera reiterada a la España rural, incluso despreciándola. Podemos siempre ha estado atento a las condiciones de los ‘riders’ (repartidores de toda la vida) en lugar de a los agricultores; a controlar los precios del alquiler mientras en los pueblos se abandonan las viviendas y los negocios por falta de oportunidades y los ayuntamientos no saben cómo atraer gente joven; luchar contras las macrogranjas porque les importan más los animales que las personas… Son muchos los casos y situaciones que se han larvado los últimos años mientras la izquierda se dedicaba a llenar su granero de votos (estos sí que saben sembrar según qué) en las grandes urbes.
¿Qué les voy a contar sobre la eterna guerra que se libra en Alicante? Me refiero, como no, a la del agua. Recortar el trasvase Tajo-Segura cien hectómetros cúbicos al año para sustituirlos por agua desalada, tremendamente cara y que arruina a la ya depauperada agricultura. La ideología por encima de los hechos; la teoría por delante de la realidad. Porque, claro, en teoría todo funciona, hasta el comunismo. Lo que ocurre cuando la izquierda gobierna ya lo ven ustedes. Cinco mil personas el miércoles en Murcia parece que no son suficientes para que el Ministerio de Transición Ecológica reflexione sobre lo mucho y bueno que el sector agroalimentario tanto en términos económicos, como de empleo y hasta medioambientales. Los mismos que hacen sonar la alerta climática no oyen las bocinas de los tractores pidiendo agua en mitad de una sequía histórica.
Nos gobiernan desde las ciudades los mismos que dicen defender a los de los pueblos. Desde la misma Ciudad de las Artes y las Ciencias que hace años era un proyecto faraónico y que ahora es símbolo de modernidad de Valéncia y anfitriona de la gala de los Goya. La película se llama ‘No me chilles que no te veo’.
Parece mentira que el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, haya sido alcalde de Morella tantos años y que no haya aprendido nada. Desde que se sentó en la poltrona, sus primeras acciones siempre han sido atacar las diputaciones provinciales, las únicas instituciones que, como hace Carlos Mazón en Alicante, han sido las únicas instituciones que han mantenido viva la llama de los pueblos dándoles servicios, infraestructuras y dotaciones. En definitiva, darles vida.
Visto que sus maniobras para desmembrarlas, desactualizarlas e inutilizarlas no ha dado resultado ante el despropósito de la aventura, ahora vuelve a mirar a las poblaciones más pequeñas y promete ahora instalar fibra óptica en toda la Comunitat Valenciana de aquí a 2025. Las nuevas tecnologías deben implementarse en toda la Comunitat para evitar esa brecha digital territorial que ya existe con las personas de edad. Vuelvo al inicio del artículo: respeto a nuestros mayores. Este proyecto un primer paso, sin duda positivo, y es bueno que Ximo lo ponga adelante sabiendo que será Mazón quien de vedad lo ponga en marcha a partir de 2023.
De todas maneras, este gesto demuestra que la izquierda valenciana, autoproclamada como ‘de pueblo’ ha aprendido la lección de Castilla y León. Ahora mira los pueblos, aunque quizás ya sea tarde porque la ola imparable del cambio ya ha comenzado y cristalizará el próximo año. De nada valdrán estos cantos de sirena de última hora cuando desde hace años que nadie nos ha hecho caso. Porque nosotros seremos de pueblo, pero no tontos.