La2 emite una serie sobre Stalin titulada "Apocalipsis" que trata su figura con la misma poca originalidad con la que estamos acostumbrados a que nos hablen de Hitler en TV
VALENCIA. Ya contamos en su día que el Canal de Historia muy bien se podría llamar el Canal Hitler. Todos los contenidos giraban en torno al más célebre de todos los dictadores y todos lo hacían señalando las más genuinas tonterías. Y ahora que la cadena está centrada exclusivamente en programas de subastas, alienígenas y fenómenos extraños, es decir, fábulas y leyendas, cualquiera se acerca a ver qué hecho insólito del führer han descubierto.
La forma de estrujar la teta del nazismo en documentales malos consiste básicamente en insistir en los tópicos. En una serie de ideas fuerza. Sobre el nazismo se presenta una contradicción de tintes morbosos. Lo malísimos que eran los nazis, pero al mismo tiempo grandes científicos y mejores gestores. En esta narración, el término "maquinaria nazi" puede salir a colación quinientas veces. Prueben ustedes mismos en Google, "cerebro nazi" aparece 472 veces. "Amor nazi", 454. Ni siquiera "sexo nazi" va muy allá, 827. Pero "maquinaria nazi" es la bomba: 6.970 resultados.
Y lo que vienen a decirnos es que la "maquinaria nazi" presenta una dualidad de perversión y eficacia. Se puede pensar el recurrente "algo habrán hecho" las víctimas, si técnicos tan avezados decidieron aniquilarlos. O al menos facilitan el alivio conversacional de contestar a "qué malos eran los nazis" con algún "pero" referente a que eran muy proactivos e innovadores. Siempre y cuando el espectador sienta simpatía por los nazis, que es algo muy habitual, pero que la gente publicita poco por esos incómodos tabús y convenciones sociales que afean el elogio a los asesinos de masas del pasado siglo.
De este modo, lo primero que sacrifican estos documentales es la Historia. Es decir, la verdad conocida. Valga un ejemplo, está asumido que estos brillantes gestores que eran los nazis cogieron una Alemania sumida en el paro y la depresión y la levantaron con brío y pleno empleo. Han oído bien, pleno empleo. Eso que tanto nos gustaría ahora y que nuestros políticos inútiles y charlatanes, como criticaban los nazis a los de la República de Weimar, no consiguen.
Sin embargo, basta coger cualquier libro digno de tal nombre, como la historia de Alemania de Ramos de Oliveira, diplomático español testigo del ascenso del Hitler y sus colegas del bar, para saber que todo eso es una media verdad muy peligrosa. Hitler sacó a la mujer del mercado laboral y la devolvió a la cocina y a parir hijos. Metió a un buen número de personas en la cárcel, luego campos de concentración. Vio cómo le crecía un importante exilio de malos alemanes que votaban con los pies. Subvencionó a las empresas para que contrataran a cambio de que bajasen los sueldos y, cuando todavía le quedaban parados, subvencionó a los agricultores para que contrataran obreros del campo. Y en último término, a los que todavía quedaban, se les cerró en la cara la oficina de empleo. Así acabó con el paro. Con trampitas y tirando de una deuda que luego además decidió devolver en especie y a su elección a sus acreedores. Es decir, Hitler no era ese gran político audaz y resolutivo, pero quizá un pelín malonchi. No, Hitler era un trilero como los que había antaño en el Rastro de Madrid, con un peine en un bolsillo y tacón cubano. Y además, psicópata a fuer de suicida.
Todos estos aspectos sería muy interesante, a día de hoy, que fueran analizados en documentales. El ascenso y caída del führer nos lo sabemos de memoria, qué buen momento, setenta años después del término de la II Guerra Mundial, de que un periodismo de carácter histórico para canales o medios de masas profundice un poco en los detalles. Pero no. Musiquita emocionante y topicazos.
Ahora, Hiter no es eterno. Si también hubiera sido futbolista tal vez se podría estar hablando eternamente de él, pero como no fue el caso a veces hay que renovarlo. Y su sustituto más habitual es Stalin, el líder soviético que le derrotó la madre de todas las guerras. Está emitiendo La2 una serie de documentales franceses, este fin de semana llega la tercera entrega, que tratan sobre su figura. Se titulan "Apocalipsis" y tratan todos estos asuntos del siglo XX, que si Hitler, que si la Gran Guerra, con imágenes coloreadas por ordenador.
Estos de Stalin son de corte biográfico y entran en detalles interesantes. Pero ocurre lo mismo que con Hitler, vamos al más de lo mismo. La presentación del primer capítulo tenía un título que no era un prodigio de sutileza y elegancia. Decía: Stalin, "el demonio". (En la versión original es "el poseído").
Con el pretexto de que se han coloreado las imágenes de archivo, el documental traza un recorrido biográfico de Stalin que hay que admitir que es minucioso y bien estructurado para lo que da de sí el medio audiovisual, inversamente proporcional a la profundidad que se le quiera dar a un tema. Hay que decir que no es como La Noche Temática que se emitió hace un par de años, El imperio del mal, que traía el documental El tirano rojo, pero va por los mismos derroteros. Buscar más la emoción, el perfil despótico del personaje, que los hechos.
Vuelven a recordarnos que Stalin era cojo y más bajo que Butragueño, 1.62 metros por 1.68 del ex delantero madridista; vuelven a incidir en que tenía la cara picada con cicatrices pero que le maquillaban en las fotos y parecía que tenía un cutis terso propio de los clientes de Neutrógena; vuelven a recordar que no quiso salvar la vida de su hijo cuando fue capturado por los nazis y se nos vuelve a explicar el mecanismo de las purgas y bla, bla, bla.
A estas alturas de la vida, todos tenemos clara la diferencia entre estos dos regímenes. En el III Reich, los que iban a un campo de concentración, sabían muy bien que estaban allí por ser judíos, socialistas, gitanos u homosexuales. Hasta diferentes insignias lo especificaban. En la URSS el caso era diferente. Cuando uno iba al gulag en la mayor parte de las ocasiones no tenía ni idea de cómo había podido terminar ahí. ¿Y eso es todo? Pues gracias por la información y recordarla periódicamente. Al final los documentales sobre los totalitarismos van a ser más simples que la propaganda de los propios totalitarismos. Todo un logro, qué duda cabe, de la dictadura de las audiencias.