VALÈNCIA. El creador del personaje de Lisbeth Salander no había escrito ninguna novela hasta la aparición de la trilogía. Fue durante varias décadas diseñador gráfico en la Agencia de noticias TT (Tidningarnas Telegrambyrå). Poco a poco se ganó los galones de periodista gracias a sus meticulosas investigaciones sobre los grupos neonazis de Suecia desde los años 70 hasta su muerte en 2004. Su obsesión por documentar los movimientos de la ultraderecha le condujo, en 1995, a crear y dirigir la revista antirracista, sin ánimo de lucro, Expo. Era la versión sueca de su homóloga británica, Searchlight, donde fue corresponsal desde el anonimato.
Larsson se implicó en política desde su juventud, como troskista. En los años 80 fue miembro de Stop the Racism. Se presentaba con su cámara de fotos en cualquier manifestación de skinheads y lo documentaba todo: caras, símbolos, proclamas… Finalmente en 1991 coescribió junto con la periodista Anna-Lenna Lodenius, el libro Extremhögern (Extrema derecha). Fue el primer documento que ofrecía una visión completa del movimiento nacionalista de ultraderecha que se había desarrollado en Suecia. Un día, durante una conferencia ofrecida por ambos, un grupo de neonazis ocuparon la sala con el objetivo de amedrentarlos. Recibieron reiteradas amenazas a través de la revista nazi Storm. “Stieg Larsson, deja de escribir basura. Podrías caerte delante de un tren por accidente”, se podía leer en la publicación. Imprimieron sus fotos de pasaporte y sus direcciones, y animaron a los lectores a tomar medidas. “Debe ser eliminado por tratarse de una amenaza contra la raza blanca”, escribieron en otra ocasión. Ese fue el comienzo de una larga historia de odio entre los grupos nazis suecos y el autor de la saga Millenium.
El rock como propaganda
A partir de 1991, coincidiendo con la aparición del partido Demócratas de Suecia y posteriormente Nueva Democracia, que logró entrar en el Parlamento, el racismo se hizo popular entre la juventud a través de la música. La banda de rock Ultima Thule, entre otras del mismo corte, conectó a través de sus canciones con cientos de miles de jóvenes suecos resentidos con el sistema y descreídos con los partidos tradicionales. “Queremos que la gente sea más patriótica, que amen su patria”, declaraba en televisión uno de sus integrantes. “Somos nazis, ¿qué más da? Triunfaremos algún día”, se escuchaba entre sus letras. Demócratas de Suecia encontró una forma única de reclutar nuevos miembros entre los seguidores de este movimiento musical que se denominó Vikingarock o “música del poder blanco”. Gracias al éxito de estas bandas, los nazis suecos se volvieron muy influyentes y se resolvió su problema de financiación. Sin embargo, con ellos renació la violencia. En 1995, los neonazis mataron a siete jóvenes. Ya fuera por ser inmigrante, homosexual o simplemente intervenir en una agresión contra algún refugiado, se estaba en peligro en las calles.
Ante semejante ambiente político, un grupo de jóvenes antifascistas con la ayuda de Larsson crearon la revista Expo. “No podemos introducir una ley que prohíba la asociación de organizaciones nazis. Solo podemos acusarlos si violan la ley”, explicaba Larsson sobre su obsesión por exponerlos a la luz del día todo lo que fuera posible. La revista recibió reiterados ataques contra las empresas de impresión con el objetivo de detener su publicación. Hasta que en junio de 1996, los principales periódicos de Suecia, en un gesto de solidaridad, distribuyeron Expo como suplemento gratuito junto a sus diarios, logrando la tirada récord de 800.000 copias.
Expo representaba una amenaza seria para la ultraderecha a la hora de recaudar dinero. Los grupos nazis, hartos de ser fiscalizados por la revista, fueron todavía más lejos. Los periodistas Peter Karlsson y Katarina Larsson sufrieron un atentado con bomba. El ataque hizo mella en la redacción y muchos abandonaron la publicación. Pero Larsson continuó investigando con más ahínco. Durante los siguientes años se multiplicaron los asesinatos a policías y sindicalistas. Las autoridades, conscientes de que en Suecia tenían un problema de terrorismo político, despertaron al fin. Fue entonces cuando el trabajo que Larsson llevaba acumulando durante décadas, se convirtió en una pieza de un valor incalculable. Mucho mayor que Millenium, aunque menos lucrativo.