El realizador valenciano David Domingo, más conocido como Stanley Sunday, presenta en La Cabina un mediometraje de humor absurdo y encanto amateur protagonizado por el quinteto barcelonés
VALÈNCIA. Tostadas de pan voladoras, plantas asesinas que engullen viandantes en un misterioso parque de Barcelona, bailes absurdos y una misión por delante: ayudar a Laura Antolín, cantante y bajista de Doble Pletina, a escapar del estado de melancolía perpetua en el que vive. El quinteto de pop barcelonés -que se completa con Jaume Cladera, Jordi Llobet, Marc Ribera y Francina Ribes- protagoniza la que sin duda será una de las cintas más divertidas del festival La Cabina 2021, que arranca el próximo martes 9 de noviembre. Al frente de esta fantasía de humor pop surrealista de 30 minutos de duración está el realizador valenciano asentado en Barcelona David Domingo, conocido artísticamente como Stanley Sunday.
Stop es una comedia musical que tiene un poco de película de aventuras de Parchís -pero protagonizada por un grupo de amigos treintañeros que comparten un mini apartamento en la Barcelona del siglo XXI-. También comparte cierto espíritu de fantasía indie con God Help de Girl (2014), el debut cinematográfico de Stuart Murdoch, líder de Belle and Sebastian. Aquí también encontramos bailes y canciones originales del grupo, solo que con un presupuesto total de 2.000 euros y ni un solo actor profesional.
David Domingo es un viejo conocido de la escena de pop nacional. Su peculiar universo estético se ha plasmado en videoclips de bandas como Fangoria, Hidrogenesse, La Bien Querida, Crystal Fighters y Manel, y de artistas como Lidia Damunt, Javiera Mena o Aries. Desde que inició su trayectoria en los años noventa ha filmado muchas piezas encuadradas dentro del cine experimental; muchas de ellas rodadas en super 8 y 16 mm. Su humor absurdo y costumbrista casa muy bien con las letras de canciones inteligentes, sencillas y con retranca como “Música para cerrar discotecas” y “Algo de lo que me pueda quejar” (esta última incluida en la banda sonora de Stop).
“Esto en realidad no iba a ser una película. Doble Pletina tenían preparadas las canciones para un nuevo EP, y les habían dado dinero para rodar un videoclip. Me llamaron para hacerlo, y entonces les propuse juntar varias canciones y hacer un videoclip más largo. Al final, la cosa fue evolucionando hasta convertirse en una película musical. Me preguntaron si era posible, y yo les dije que sí, pero en realidad lo veía bastante complicado”. Al final decidió escribir un guion, incluyendo ideas que iba lanzando el grupo. Contribuyeron también Carlos Ballesteros y Genís Segarra, del dúo musical Hidrogenesse. Ellos, a través del sello Austrohúngaro, son de hecho los productores tanto de la película como de las canciones de la banda sonora, reunidas en el EP Tratado de Paz (2021). “Es curioso -explica Domingo-, porque nosotros no teníamos la intención de que la cinta rodara por festivales ni nada parecido. Pensábamos que la colgaríamos en Youtube y punto”.
El equipo técnico de la película fue tan minimalista y de andar por casa como el tipo de pop costumbrista que factura Doble Pletina desde hace más de una década. “El equipo consistía en un cámara (yo mismo), un amigo que se encargaba del vestuario -es decir compraba ropa en Zara que devolvíamos después del rodaje-, y un catering de bocadillos que nos traían cada día de Hidrogenesse” (ríe).
Además de eso, en Stop encontramos varias señales de las condiciones especiales en las que se desarrolló el rodaje. Para empezar, prácticamente todos los espacios son abiertos. “Rodamos durante el confinamiento del año pasado, así que estaba todo cerrado. No podía escribir escenas en bares ni en ningún sitio de esos, así que les dije: Ok, ¡vais a ser jardineros!”. Efectivamente, dentro del argumento delirante de la película, los cinco miembros de Doble Pletina son condenados a prestar servicios a la comunidad después de incurrir en cierto “delito”. Son destinados a un parque donde tienen lugar una serie de desapariciones misteriosas que podrían pasar por un homenaje a obras de serie B de Jess Franco como Killer Barbys (1996), en las que se narraban las peripecias del grupo de punk vigués en clave de cine gore, musical y de terror.
El único escenario cerrado de Stop es un pequeño apartamento donde en realidad vive una amiga del grupo. De nuevo, el guion se adaptó a las circunstancias: los Doble Pletina serían cinco amigos que viven apelotonados en un micropiso de Barcelona. (Nada que nos sorprenda tanto teniendo en cuenta los tiempos en los que vivimos).
“Esto de rodar durante el confinamiento tuvo también sus ventajas, no creas. Nadie llegaba tarde al rodaje porque nadie tenía nada que hacer. No había retrasos por haber estado de fiesta la noche anterior en un cumple, ni había que cuadrar los planes de fines de semana de los cinco. La película se fue haciendo a lo largo de muchos sábados”, apunta el director valenciano, que se encargará de presentar la película en La Cabina el próximo 12 de noviembre.
Vemos entonces que el punto amateur no solo no es un impedimento, sino que de hecho es uno de los factores que hacen de Stop un divertimento fílmico encantador. “Aunque hubiésemos contado con más dinero, los actores iban a ser igualmente los miembros de Doble Pletina, que no habían actuado nunca. Recuerdo que la primera vez que quedamos para probar los diálogos pensé, ¡tierra trágame! ¡Esta película tendría que haber sido muda! (ríe). Pero luego todo ha sido un proceso de aprendizaje colectivo, y además tuvimos tiempo de ir corrigiendo algunas cosas. A mí me gusta la estética casera, y esas coreografías torpes que hacen en algunas escenas tienen mucha gracia. Otra cosa es que no pueda evitar fantasear, al ver el resultado final, en cómo hubiese molado verlos hacer un baile con acrobacias estilo hollywoodense. También habría metido alguna canción más”, reconoce.
“Lo que sí tuvimos claro desde el principio es que ellos se autoparodiarían a sí mismos”, añade Domingo. Y sí, ese es quizás el mayor puntazo de esta película pequeña, sin pretensiones ningunas: la intención de burlarse -desde el cariño- de la tristeza endémica de muchos grupos de pop. Empezando por ellos mismos, pero incluyendo también a algunos de sus ídolos. Pero, ¿acaso no se cachondeaban también de sí mismos los maravillosos Le Mans -nuestros Stereolab donostiarras de los noventa-, cuando cantaban “Canción de todo va mal” o “¡Ay, qué triste estoy!”?