VALÈNCIA. Pocos cómics habrán dado más en el clavo a la hora de plantear una hipótesis partiendo de la actualidad que Symmetry de Matt Hawkins y Raff Ienco hace cinco años en Image. La escritora Meghan Daum, en su extraordinario libro The Problem with Everything: My Journey Through the New Culture Wars señalaba 2015 como el año en el que la oleada moral dejó de tener visos de moda para convertirse en algo que está perfectamente instalado. Por eso, a la hora de pensar en trabajos que hayan tratado el tema de las epidemias y las enfermedades, me ha dado por rescatar este de manera inversa. Porque planteaba un futuro en el que no existían los problemas de salud y el ser humano vivía más de ciento cincuenta años. Sin embargo, pasando ahora sus páginas, lo más relevante es ver lo bien que había captado el signo de los tiempos en diciembre de 2015, cuando salió a la luz.
El escenario futurista que planteaba era el siguiente. Todo el trabajo lo realizan los robots, recolectan los campos, son camareros, se dedican a asistir a las personas para que vivan sin preocupaciones. El problema es que esos humanos ya no son tan humanos. Mediante una Inteligencia Artificial, están todos interconectados y sus emociones son controladas. Equilibradas, en términos literales.
Yo no sé qué nos deparará el futuro, pero como persona criada en el siglo XX y habiendo habitado en él la mitad de mi vida, hay dos conceptos que tengo claros. Sin intimidad no hay libertad y sin contradicciones no hay ser humano. Personas con las emociones controladas no pueden permitirse el lujo de sufrir y angustiarse por chorradas, que es lo que nos hace ser lo que somos o lo que hemos sido hasta ahora. En Symmetry, la IA, llamada Raina, que controla el estado emocional de las personas, es benévola, pero con un enfoque que acerca este guión en ese punto a Un mundo feliz de Aldous Huxley.
La prueba está en la ciudad de Utopía. Un resort al que acuden las personas, obligadas a tomarse al año un amplio mínimo de vacaciones, y donde disfrutan tontamente de la vida. Sin conflictos, sin interacciones agresivas, solo riendo y acostándose entre ellos o teniendo relaciones de noviazgo cuya duración es previamente acordada para que no haya conflictos, como en aquel capítulo de Black Mirror.
El mundo es puro placer, pero no hay conflictos. Para ello, se han eliminado o modulado las emociones que conducen a ellos y se ha planteado una humanidad que es el paradigma de la extrema derecha contemporánea en cualquiera de sus formas: nuevas fronteras. Todos separados, cada uno en su casa. En este caso, aporta la visión estadounidense de esa mentalidad y la división es por las mal llamadas razas. Hay un continente de negros, otro de latinos, otro de blancos... Así no hay líos. El eslogan de este nuevo régimen dice "Comunidad, paz, armonía e igualdad".
Hay momentos en los que el lector bien conocedor de las nuevas ideologías esbozará una sonrisa. Los niños nacen sin sexo, que es algo que deciden cuando han alcanzado los trece años de edad, igual que su nombre. Toda esta información se nos va dando a través de la biografía de Matthew, el protagonista, que en las primeras viñetas ya se ve que previsiblemente será el John, el salvaje de esta historia reproduciendo el arquetipo del género en el que alguien se rebela contra una sociedad supuestamente perfecta.
Normalmente, lo que leemos son distopías donde todo es un infierno, pero las utopías no son tan comunes. Hipótesis de cómo serían mundos, en teoría, ideales. No obstante, esa profundización en esa historia se rompe pronto, porque el motor de este guión es que, por un accidente, un problema con el suministro eléctrico del planeta, todos los robots se vienen abajo. La sociedad perfecta, las personas moduladas, que no sienten curiosidad por nada, carecen de ambición e identidad, solo saben ser felices, de repente toman conciencia de sí mismas. Lógicamente, lo que sigue es el caos y la violencia. Es en ese estado de anarquía en el que el protagonista va descubriendo la verdad, que la sociedad aparentemente perfecta se asentaba sobre principios no tan perfectos, etc...
Inicialmente, el cómic se iba a llamar Utopía, pero la serie de televisión de mismo nombre le hizo al autor cambiar de idea. Matt Hawkins pensó entonces en "Simetría", ya que es algo preexistente en la naturaleza y que nos atrae a todos los animales. Hasta hay estudios sobre la belleza que han encontrado que la más atractiva es siempre la que guarda más simetría en el rostro.
El dibujo de Ienco, simulando pintura tradicional a través de la informática, ayudaba mucho a no olvidar esta historia. Era de una perfección extraordinaria con alto grado de precisión y detallismo. Para el guionista, contar con él era la primera y la única opción. No imaginaba este mundo sin sus dibujos. Ienco para crear este universo se inspiró en el capítulo Let that be your last battelfield de la Star Trek sesentera. Un episodio en el que dos alienígenas, ambos mitad negros mitad blancos no pueden dejar de odiarse, aunque son los dos últimos representantes de sus pueblos que quedan en el universo.
Su gran atractivo visual y la actualidad que tenía y tiene el planteamiento hacían que esta obra sea muy indicada para discutirla con adolescentes. El debate más interesante que plantea es si merece la pena renunciar a la individualidad por el bien común, hasta el punto de incluir en la ecuación las emociones propias y privadas. También, si la solución a los problemas de intolerancia entre comunidades distintas sea llevar al extremo la distinción entre diferentes y vivir separados. O si, por el contrario, no conviene en lugar de, como propone la ideología comunitaria anglosajona, tomar a la persona por la comunidad a la que pertenece, tenerla en cuenta como persona sin más.
La historia iba perdiendo fuelle conforme se hacía más dependiente de las peleitas y al final quedaba el regusto de enésima buena idea poco trabajada, tan habitual en el cómic popular estadounidense. Sin embargo, su punto de partida tanto estético como literario destacaba en la sobreabundancia de un género tan saturado.