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LA OPINIÓN PUBLICADA / OPINIÓN

Take back control

Foto: Dylan Martinez/PA Wire
22/10/2022 - 

Take back control. Ese fue el exitoso eslogan de los partidarios del Brexit en el referéndum de 2016. Una pléyade de políticos oportunistas emanados del Partido Conservador, entonces (y ahora) en el poder, que le hicieron la oposición a su propio primer ministro para adquirir popularidad y, también ellos, "take back control", en este caso el control del Partido Conservador. Al frente de todos ellos, Boris Johnson, exalcalde de Londres y enfant terrible de los conservadores, simpático, divertido, caótico y sin escrúpulos.

La jugada les salió muy bien. Una mayoría no aplastante, pero sí clara, de británicos, votó a favor de huir de la asfixiante burocracia de la Unión Europea para que el Reino Unido recuperase su lugar en el mundo. Y a ciencia cierta lo está recuperando a marchas forzadas... Pero no es el lugar que ellos pensaban. Efectivamente, no tiene mucho que ver con los delirios imperiales que animaban esa visión idílica de un Reino Unido libre de las ataduras de la UE, que tenía que consumarse rompiendo o debilitando los lazos comerciales con el continente europeo y sustituyéndolos con otros socios; visión que tenía mucho de voluntarismo y wishful thinking y casi nada de realismo económico.

Seis años después, el Reino Unido está en el mapa, qué duda cabe. Es un país que no se cansa de hacer el ridículo gracias a las inconsecuencias y desastres de su clase política; de ser el hazmerreír global. Los votantes pusieron las riendas del país en manos de Boris Johnson y su entonces (2019) arrollador carisma e indudable popularidad, que confirieron una mayoría histórica a los tories. Para entonces, Johnson ya se había deshecho de dos primeros ministros... esperen que haga memoria, que no me acuerdo. Ha pasado tanto tiempo... Casi tres años: David Cameron, que dimitió tras perder el referéndum del Brexit en 2016, y Theresa May, arrollada también por el Brexit al rechazar los suyos un acuerdo "demasiado blando" con la Unión Europea.

Boris Johnson. Foto: Dan Kitwood/PA Wire

Johnson validó su legitimidad como mandatario con la victoria arrolladora de 2019, que puso en manos de los conservadores circunscripciones que llevaban décadas en manos de los laboristas, sobre todo en el norte de Inglaterra; una zona que votó mayoritariamente a favor del Brexit y que se sentía y se siente desatendida por los "burócratas", tanto de Bruselas como de Londres. Desde entonces, su mandato básicamente consistió en una espiral autodestructiva para socavar sus apoyos entre el electorado y, sobre todo, en su propio grupo parlamentario, a través fundamentalmente de dos vías: por un lado, los escándalos de Johnson y su doble rasero entre lo que decía y lo que hacía respecto de la pandemia y el confinamiento (quién lo iba a sospechar: una persona del perfil de Boris Johnson se dedicaba a montar fiestas en Downing Street, "pasando" de las restricciones sanitarias que se aplicaban al resto de la población); por otro lado, y nuevamente, la constatación de que las promesas del Brexit no sólo no se hacían realidad, sino que esta decisión estaba contribuyendo a empobrecer más a la población y también llevaba al Reino Unido a la irrelevancia.

Hay que decir que es bastante injusto, si se piensa bien, que Boris Johnson tuviera que abandonar el poder por la presión de su grupo parlamentario; fundamentalmente porque dichos parlamentarios obtuvieron excelentes resultados gracias a él y a su carisma. La vía de mantener sus escaños, echando a quien se los había proporcionado, pero sin tratar de validar esta decisión sin pasar de nuevo por las urnas (porque ya entonces las encuestas daban muy malos resultados a los tories), resulta muy endeble a ojos de la opinión pública.

La legitimidad con la que Liz Truss llegó al poder, avalada por un tercio del grupo parlamentario y 80.000 militantes conservadores, no tiene nada que ver con la que tenía -y aún tiene- Johnson. La ya ex primera ministra llegó a su anterior puesto sin que se supiera muy bien cómo lo había hecho. Su principal virtud parecía ser su capacidad para mimetizarse con lo que ella consideraba que era más popular a cada momento. Popular no tanto entre la población, sino entre sus correligionarios del Partido Conservador, a los que pensó que gustaría su plan mágico de bajar impuestos mientras aumentaba el gasto. Una cuadratura del círculo que se echó a perder por la asfixiante burocracia de... los mercados.

Foto: James Manning/PA Wire

Sin apoyos reales y sin legitimidad, desde su llegada Truss fue un desastre sin paliativos y mostró bien a las claras su incapacidad para gobernar el país. Todo el mundo se le echó encima, comenzando nuevamente por los parlamentarios de su partido, dispuestos a cualquier cosa con tal de conservar sus escaños y eludir un adelanto electoral, que ahora mismo, según las encuestas, daría como resultado una diferencia de más de 30 puntos entre los laboristas (por encima del 50% en el promedio de encuestas) y los conservadores (en torno al 20%).

Este es un hundimiento que comenzó con Johnson, pero que se ha incrementado exponencialmente en los 45 gloriosos días de Truss. Por esa razón, los parlamentarios conservadores ni se plantean hacer lo que indudablemente habría que hacer en una situación así: dejar que los ciudadanos se pronuncien y que quien asumiese el poder lo hiciera legitimado por las urnas (el problema para los tories, naturalmente, es que hoy por hoy ese alguien sería el líder laborista, Keir Starmer). Al mismo tiempo, tampoco se plantean devolverle el poder a Boris Johnson, a quien ellos echaron, y que indisimuladamente se postula para "take back control" y continuar con el esperpento.

Desde esta humilde columna uno sólo puede suplicar por que los parlamentarios demuestran una mínima ética democrática, así como sentido del espectáculo, y que Johnson vuelva por la puerta grande. Después de todo, ante la tesitura en que nos puso este viernes Lucía Márquez en el programa de 'La Paella Rusa' Especial Pérfida Albión (consistente en pedirnos que dijéramos algo bueno de Inglaterra como prerrequisito para comenzar a reírnos de los ingleses), me decanté por las sitcoms británicas y el fino sentido del humor inglés.

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