Sandra Gómez, ex vicealcaldesa de València y flamante número 14 de la lista del PSOE en las elecciones europeas del próximo 9 de junio, señaló a determinados medios de comunicación en el pleno del Ayuntamiento la pasada semana ejecutando una criba, un censo de todos aquellos digitales que escribían determinadas informaciones enfangadas. Entre ellos figuraban ciertos periódicos como El Debate, The Objetive o Periodista digital; menciono a estos porque creo que son los únicos a los que hizo referencia que se pueden considerar mensajeros con un mínimo de veracidad. No quisiera yo repartir licencias habilitantes para informar, pero sí que es verdad que a ciertos portales a los que mencionó hay que tomarlos igual de enserio que cuando uno consulta ForoCoches. Es de ilusos esperar que una página decorada con titulares llamativos sacados de El Mundo Today sea fiel a la realidad; por cierto, las noticias que se publican en los periódicos satíricos son una coña, no se me asusten.
Andaba yo pensando en dónde está el baremo ideal para certificar qué medios dicen la verdad o cometen el pecado de decir falso testimonio, y ciertamente es arduo complicado determinar la falta a no ser que se instale en el ordenador de todos los periodistas una especie de polígrafo que detecte los bulos antes de que se maquinen. Se me ocurre también que como acto de graduación de los futuros informadores se les sumerja cual Obélix en una marmita con suero de la verdad; procedimientos distópicos sacados de una novela de ciencia ficción. Hasta que algún ingeniero (un servidor es de letras, disculpen) sea capaz de materializar y proyectar mi ensoñación tendremos que conformarnos con ejercitar el sentido común de la ciudadanía. La única solución a día de hoy para velar por unos medios de comunicación de calidad no está en el señalamiento sistemático sino en fomentar el discernimiento y la actitud crítica entre los lectores; dar la capacidad a la persona que se informa de saber qué noticias son sospechosas de ser mentira y cuáles no. Ya se lo digo yo, si una noticia sólo aparece en un periódico determinado y el resto no se ha hecho eco pasados unos días, existe la remota posibilidad de que le estén tomando el pelo. Luego podríamos entrar a valorar a los navegantes que se adentran en la fosa de las marianas del océano mediático para arrojar luz sobre la actualidad con un pez linterna; cuidado que uno puede terminar sucumbiendo al triángulo de las bermudas de los bulos. Para no morir ahogado y saber volver a la tierra es elemental coger un punto de referencia, ampliar la hemeroteca para evitar que ciertos medios se aprovechen de la memoria escuálida de estos tiempos líquidos: hace varias semanas una televisión nacional alertaba de que el precio de la gasolina había alcanzado el precio más alto de la historia con 1,60 euros el litro, pero si se acuerdan, el año pasado superó los 2 euros. Hace unos días, con motivo de las protestas en las universidades estadounidenses, una presentadora informaba sobre "las detenciones en las concentraciones pacíficas", me extraña mucho que haya encarcelados en manifestaciones blancas.
Tampoco podemos caer en la mitificación de determinados gremios, por ser periodista no tienes la licencia para hacer lo que te plazca sin que eso tenga consecuencias. Ocurre lo mismo con los jueces, los que se erigen como los intocables de la sociedad, los druidas a los que el buen juicio nunca les traiciona. Absolutamente en todos los oficios hay buenos y malos profesionales, habrá periodistas que tengan marcado a fuego los principios deontológicos y otros que les importen otro tipo de ideales más pragmáticos. No todos los oficiosos del periodismo son buenos en su trabajo, de la misma forma que no todos los que ejercen la judicatura tienen buen criterio; tiene que haber ineptos para poner en valor a los buenos profesionales. El problema viene cuando determinados perfiles confían su sustento a cierta financiación ideológica prostituyendo su trabajo. El otro día un político me confesaba la cantidad de financiación que reciben determinados medios de parte de formaciones políticas. No me disgusta la transparencia financiera de la prensa que se impone en la hipotética nueva ley de medios, se destaparían muchos comportamientos editoriales. Cuando alguien me dice que el grupo Plaza está controlado por empresarios, siempre digo que prefiero que sea así antes de que el político de turno secuestre la línea editorial. Ese es el gran problema que tiene este país, cáncer del que ya advertía Julio Camba al decir que en España no hay periodistas sino periódicos, y que por mucho que uno tenga un estilo o forma de pensar diferente al de la casa que le acoge, termina volviéndose de la misma condición que con el que comparte colchón.
Cuando algunos periodistas duermen, se despierta la reflexión.