“La cosa está en que los malos ─monologo para mí misma─ han engañado a los tontos, y si no los han engañado los han obligado, pero lo grave es que los listos se han echado a dormir”. La guerra ha estallado un jueves y la niña preguntará por la noche en la cena, así que preparo una réplica tipo fast food mientras espero en un semáforo. Volverá a preguntar si vamos a morir todos. La cosa, me corrijo, es que la niña ya no es tan niña y la puedo cabrear si le hablo como a una imbécil. ¿Acaso sé yo con seguridad quiénes son los malos?, ¿los tontos?, ¿los listos? Del miércoles al jueves, la geopolítica se ha hecho endiablada. Del miércoles al jueves: la geopolítica ya era endiablada, pero estábamos a otra cosa. Otra vez tendremos un momento 12 M en el cual, entre el primero y el postre, la charla de la cena bordeará la pregunta de si se ha terminado el mundo. Jugamos con ventaja este año, porque ahora ya sabemos que el fin del mundo tiene unos límites difusos. No se parece en nada a las fantasías que hemos visto en cine o series, donde nuestra expectativa olfatea siempre un inicio-nudo-desenlace. Ni siquiera sabemos si el fin nos está esperando a nosotros o a los nietos de nuestros nietos.
“Sólo valora uno la libertad ─me había dicho un paciente encerrado en un centro─ cuando se pierde”. Era jueves de carnaval y recordé sus palabras mientras se escurría la tarde anodina en el parque. Noa trotaba entre grupos de gimnasia y encuentros infantiles, los niños jugaban enfundados en sus disfraces, los ancianos los miraban desde los bancos. Sólo valora uno la paz cuando teme perderla, descubrí. En mi cabeza resonaban testimonios de ucranianos volcados por las redes, gente que había salido de su casa esa madrugada sin calcular la vuelta. Una mujer contaba en perfecto español cómo había embarcado a su gato, su padre y la demencia de su padre en un coche eléctrico buscando el oeste. No le adelgazaba la voz al confesar que iban con lo puesto. Adiós a la pandemia, sentí. Parece que el miedo pide renovarse y lo único que sé es que la forma verbal del siglo es el gerundio: un mundo reinventándose. El puro miedo reinventándose.
En días oscuros como estos intento llenarme con lo permanente, lo hermoso, y empiezo con una dieta nutritiva para los ojos; me detengo un poco más en el cielo y el oleaje por la autopista cada mañana. Las líneas de las parcelas en la huerta me hablan de que el mundo está ordenado y es un orden de los hombres. Me fijo en una canción que me ha mandado una paciente, o en un truco que me enseña alguien para descongelar el pan, o en cualquier persona a la que le haya pasado algo bueno y quiera compartirlo. Memorizo versos. Y le digo a mis amigos que los quiero, aunque no se lo esperen. Te quiero con todas las letras, y no con un emoticono. Por eso voy a escribir sobre la Convención Ciudadana sobre la salud mental de este próximo sábado.
Tabarés, el Comisionado de la Presidencia para la Salud Mental, que ha empujado con obstinación este proyecto durante meses, está agotado y feliz. Se trata de preguntar a 70 ciudadanos de la Comunitat, entre 16 y 77 años, elegidos por sorteo, sobre la forma de articular el próximo Plan de Salud Mental. En los años 80, cuando un puñado de expertos llevaron adelante la Reforma y cerraron los terribles manicomios, no incluyeron a la sociedad en el cómo ni el cuándo, faltaban los ciudadanos de a pie y eso se ha notado demasiados años. En la calle se escuchaba una larga letanía que incluía una pregunta sin responder, ¿por qué se cerró Bétera? La incógnita se tradujo en agotamiento, miedo y estigma. Casi cuarenta años después, el círculo se cierra y se nos interpela a cada uno de nosotros a través de esos 70 valencianos: ¿cómo debe abordarse la salud mental, las drogodependencias y las conductas adictivas?
Para elegirlos, ninguno de ellos relacionado con la salud mental hasta el día en que recibieron por azar una carta, el muestreo ha sido sistemático. Se ordenó el fichero por nivel de renta, urbano/rural, edad, sexo y provincia de residencia. “Contra la invasión de los bárbaros del este ─me dice Tabarés con el café del desayuno─, la luz de la Ilustración”. Ernesto Ganuza, el sociólogo del CSIC que más ha investigado los mecanismos que pueden mejorar la democracia, estará en la sesión de apertura en la Nau. Su ensayo La democracia es posible propone fórmulas para revitalizar la democracia más allá de los partidos y de nuestra apatía política. Describe cómo el sorteo y la deliberación han jugado ya un papel en instituciones y momentos históricos. Hablar de consulta ciudadana parece lo de siempre pero no lo es. Y no lo es por el momento tan delicado que estamos atravesando. Pone el foco en la comunidad y resulta un remedio necesario para un pueblo polarizado, populista y pesimista. Las únicas vacunas que nos quedan contra la pérdida de confianza en nuestro sistema quizá sean fórmulas como esta. En los días en que las democracias iliberales se organizan a un lado del tablero y las genuinas al otro, el tema trae tanto alivio como un tanque de oxígeno. Transforma la sociedad en humanidad, como reza el lema de Vicente Ferrer. Y siento que debo hablar de ello porque hablar de amor quizá balacee la realidad hacia otro lado.
“Había un elefante en la habitación y nadie hablaba de él: la salud mental”, arrancan las líneas que dedica el President a cada uno de los 9 mil valencianos que han recibido estos días su invitación. La primera de las cuatro jornadas de la Convención incluirá varias sesiones de aprendizaje alternados con tiempos de trabajo en grupos pequeños (7 grupos de 10 personas). El trabajo lo es porque cobran por ello y el aprendizaje corre a cargo de profesionales, usuarios y familiares.
“Contamos con usted ─sigue la carta de Ximo Puig─ para deliberar sobre la salud mental que queremos”. Tres mil personas ya habían respondido a una encuesta lanzada en febrero desde la web del Comisionado. A pesar de que no se hizo una gran promoción, en pocos días tenían más sugerencias de las que podían procesar. “Asistimos al Me Too de la salud mental”, me dijo la madre de una niña que precisa cápsulas contra el TDAH. Ojalá sea también el final del desamparo y del miedo. O el fin de la apatía. Lo que sí podemos es cruzar los dedos para que las Convenciones Ciudadanas conecten de nuevo a los políticos con lo que realmente nos quita el sueño. Y que nos faciliten la brújula para dejar de caminar en círculos.