Sí, ese mismo. Aquel donde solías quedar con tus colegas para echar unas birras o en el que te dejabas caer cuando apretaba el hambre. Ahora la línea comunica y hay un cartel en la puerta
VALÈNCIA. La consideración de restaurante emblemático por concilio ecuménico no garantiza la rentabilidad de un negocio. Es una lección bien aprendida por todo hostelero que se precie. Sin embargo, a los clientes nunca dejará de sorprenderles que ese bar que tanto les gustaba eche la persiana de un día para otro. El mismo donde tomaban las cervezas de los domingos o bajaban a cenar en pareja los viernes, incluso desafiando a la lista de espera. Ahora las luces parecen apagadas y, lo que resulta más definitivo, las letras de TripAdvisor se han vuelto rojas. Cuando se producen todos estos síntomas, la muerte clínica se ha consumado. Y no hay electroshock que pueda obrar la resurrección.
En València, cada temporada, la enfermedad se lleva a unos cuantos. Muchos de ellos aquejados por la misteriosa enfermedad de los números, que no de la calidad. Con la llegada de la primavera, florecen nuevos negocios, pero otros han perecido por el temporal. Vamos a ahorrarte unas cuantas sorpresas para que el rugido de tu estómago no se estrelle con una cristalera vacía y silenciosa. Demos un paseo por esos bares que, pese a no estar en el primer escalón gastronómico, se han ganado una despedida de las calles de la ciudad.
Ni toda la buena fama de su hermana mayor en Madrid, ni la céntrica ubicación tras la plaza del Ayuntamiento (Moratín, 13), ni tan siquiera el sello de calidad de Sudestada, han logrado mantener la persiana levantada. Picsa ha apagado su horno de leña en València. No han gustado sus pizzas porteñas, de masa gruesa e ingredientes de mercado, pero sobre todo no ha encajado su precio, alrededor de 25 euros por unidad. En una ciudad poco acostumbrada a rendir tributo a este producto, el concepto no ha sabido hacerse un lugar, ni entre los comensales curtidos ni entre los clientes más jóvenes. Quien sabe si nos esperan nuevas aventuras gastronómicas a cargo de Carenzo, siempre amasando el siguiente plan.
Habría entrado en el ránking de las mejores hamburgueserías de València... si siguiera abierta. En pleno Barrio del Carmen (Carrer del Doctor Beltrán Bigorra), Mesclat hacía producto gourmet antes de que la etiqueta gourmet estuviera de moda. Su éxito residía en las carnes de calidad, procedentes de Navarra, Ávila, Burgos y Escocia, todas convenientemente selladas entre pan rústico. El hit parade lo encabeza el Black Angus. Sin embargo, Mirco Magni, Luca Bernasconi y Marta Abarca han decidido echarle el diente a otros proyectos. A Bernasconi no hay quien lo pare. No solo tiene éxito como restaurador a cargo de El Celler del Tossal, también situado en el Carmen, sino que ha reconvertido el local de su primer restaurante (La Lluerna) en un bar de referencia en Ruzafa, El Rodamón.
Hubo un momento en el que este restaurante de Cánovas (Císcar, 18) era lo más de lo más en la noche valenciana. Un sitio de referencia donde era posible encontrar todos los clásicos de la modernidad: a saber, tartares, carpaccios, espumas, noodles y así hasta llegar a la carne de Angus. Sa Fonda se crea en 2008 de la mano de José Luis e Isabel de Vicente, dos hermanos valencianos dispuestos a innovar en esto de las gastrotapas. Consigue ser el sitio donde dejarse ver para molar. Pero en un momento dado, resulta que están haciendo lo que todos, así que el propietario y cocinero se cansa de montar pinchos y apuesta por los bocadillos, en lo que parece una evolución casi natural. Así nace Caravan Bar, en Ruzafa. Una bocatería con 15 especialidades siempre preparadas con pan artesano.
El emblemático espacio donde empezaban las noches de fiesta antes de un concierto en la sala Wah Wah. Let's Go Bar Music, frente a la plaza del Cedro (Campoamor, 50), era mucho más que un bar. Un espacio donde echar una birra, escuchar música, tomar un vino, escuchar música, hacerse un bocata, escuchar música. E incluso ver proyecciones de películas de serie B. Es lo que tiene poner a dos músicos consumados al frente de un negocio hostelero, como es el caso de Manolo Tarancón y Tono Márquez. Lo que pasa es que luego terminan por dedicarse a sus propios menesteres profesionales, y así apagaron la canción. Ya lo decía Paula Pons en su blog: no es frecuente comer bien en una zona llena de bares fritangueros, por lo que se agradece la cocina honesta, aunque sea con pocas pretensiones. Embutidos, arroces y guisos, pero bien preparados. Una pérdida significativa para una zona universitaria que sigue aquejada de ritmo gastronómico.
La consigna siempre es PRODUCTO. Pero con el Mercado de Ruzafa al lado, Ca Mandó (Pedro el Grande, 12) la tenía bien aprendida. Luego vendría la elaboración. Una fusión de la tradición mediterránea con toques exóticos que lograba convencer a los paladares más curiosos a través de crudos, ya fueran tartares, ceviches o tatakis. Son los ingredientes de un plato estrella. Un clásico de la noche de Ruzafa, ubicado en una calle bien suculenta, que sin embargo terminó por retirarse de la batalla gastronómica. La lucha está siendo cruenta en el barrio y las bajas se reemplazan con demasiada facilidad. Si algo tiene este entramado de la buena mesa, todavía epicentro en València, es que ha visto perecer proyectos hosteleros de todos los colores. Pero Ruzafa es el ejemplo de que hay vida después de la muerte.